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– Sería mejor si otro humano fuera conmigo -admití, aunque sintiera tener que involucrar a alguien más.

– Este es el hombre de Isabel -dijo Stan. Calló durante un momento, y supuse que estaba «conectándose» con ella, o lo que sea que hiciera para hablar con sus siervos.

De inmediato entró Isabel. Debía de ser de lo más útil invocar a la gente de esa manera. No necesitas ni un intercomunicador ni un teléfono. Me pregunté cuál sería la distancia efectiva de su poder. Me alegré mucho de que Bill tuviera que comunicarse conmigo a través de palabras, ya que de lo contrario me haría sentir su chica trofeo. ¿Sería capaz Stan de invocar a humanos de la misma forma que lo hacía con vampiros? No creo que quisiera saberlo.

El hombre reaccionó ante la presencia de Isabel como un perro de presa lo haría al oler una perdiz. O quizá más bien como un hombre hambriento al que le sirven un filete enorme y está esperando a que le traigan la sal. Casi veía su boca haciéndose agua. Confié en no dar la misma impresión con Bill.

– Isabel, tu hombre está de acuerdo en ir con Sookie al centro de la Hermandad del Sol. ¿Pasará por un potencial converso sin problemas?

– Sí, creo que sí -dijo, mirando a los ojos del hombre.

– Antes de que te vayas…, ¿hay algún visitante esta noche?

– Sí, uno, de California.

– ¿Dónde está?

– En la casa.

– ¿Ha estado en esta habitación? -Como sería de esperar, a Stan le encantaría que el que había colocado el micro fuera un vampiro o humano al que no conociera.

– Sí.

– Tráelo aquí.

Unos cinco minutos largos después, Isabel regresó con un vampiro alto y rubio a su lado. Debía de medir unos dos metros, o tal vez más. Musculoso, bien afeitado, y con una mata de cabello del color del trigo. Miré hacia abajo de inmediato, en cuanto sentí que Bill se quedaba de una pieza.

– Este es Leif -dijo Isabel.

– Leif -empezó diciendo Stan con suavidad-, bienvenido a mi nido. Esta noche tenemos un problema.

Seguí mirando mis pies. Deseaba más que nada en el mundo estar a solas con Bill dos minutos para que me explicara lo que sucedía, porque aquel vampiro no era Leif, ni tampoco venía de California.

Se trataba de Eric.

La mano de Bill cruzó mi línea de visión y se cerró en torno a la mía. Le dio un cariñoso apretón antes de apartarla de ahí. Bill deslizó su brazo en torno a mí, y yo me incliné contra él. Necesitaba relajarme.

– ¿Cómo puedo seros de ayuda? -preguntó con educación Eric… no, Leif, por el momento.

– Parece que alguien ha entrado en esta habitación y ha llevado a cabo un acto de espionaje.

Una buena forma de exponerlo. Stan quería mantener lo del micro en secreto por ahora, y en vista de que lo más seguro es que hubiera un traidor entre nosotros, era una buena idea.

– Soy un visitante de vuestro nido y no tengo problema alguno con ninguno de vosotros.

La calma y sinceridad de Leif me impresionaron, dado que sabía que su mera presencia era un completo engaño que perseguía algún turbio objetivo vampírico.

– Discúlpame -dije, procurando parecer tan endeble y humana como fuera posible.

Stan pareció irritado por la interrupción, pero podían darle por saco.

»El, eh, objeto debería haberse puesto aquí antes de hoy -aclaré, a la par que me esforzaba en que mis palabras dieran la impresión de que Stan ya había pensado en ello-. Ya que sabían los detalles de nuestra llegada a Dallas.

Stan me observó sin expresión alguna en el rostro.

De perdidos al río.

»Y otra cosa, estoy muy cansada. ¿Me podría llevar Bill de vuelta al hotel ahora?

– Isabel misma la llevará -dijo Stan despectivamente.

– No, señor.

Tras las gafas falsas, las cejas de Stan se alzaron.

– ¿No? -Fue como si se tratase de la primera vez que escuchaba la palabra.

– De acuerdo con mi contrato, no iré a ningún lado sin ser acompañada por un vampiro de mi zona. Bill es ese vampiro. No iré sin él a ningún sitio por la noche.

Stan me dedicó otra larga mirada. Me alegré de haber resultado útil y haber encontrado el micro, pues de otra forma no hubiera durado mucho allí.

– Adelante -dijo, y Bill y yo no tardamos mucho en largarnos. No podríamos ayudar a Eric si Stan sospechaba de él, tal vez hasta lo delatáramos quedándonos allí. Además, lo más probable es que yo fuera la causante debido a algún gesto o palabra. Los vampiros llevan estudiando a los humanos durante siglos, de la misma manera que los predadores lo hacen con sus presas.

Isabel nos acompañó hasta la salida y nos montamos en su Lexus para el viaje de vuelta hasta el hotel Silent Shore. En las calles de Dallas se apreciaba una mayor tranquilidad, aunque no estaban más vacías que cuando llegamos al nido unas cuantas horas antes. Estimé que faltarían unas dos horas para el amanecer.

– Gracias -dije cuando ya nos dirigíamos hacia la entrada del hotel.

– Mi humano pasará a recogerla a las tres en punto de la tarde -me recordó Isabel.

Reprimí el deseo de responder «¡sí, señora!» y taconear. Le dije que de acuerdo.

– ¿Cómo se llama?

– Su nombre es Hugo Ayres.

– Ok. -Ya sabía que era un hombre despierto. Fui hacia el recibidor y esperé a Bill. Llegó solo un par de segundos después de mí, y ambos subimos en el ascensor en silencio.

– ¿Tienes tu llave? -me preguntó en la puerta de la habitación.

Estaba medio dormida.

– ¿Dónde está la tuya? -pregunté con poco humor.

– Me gustaría ver cómo sacas la tuya -respondió.

De repente me sentí con mejor humor.

– Tal vez te gustaría buscarla a ti -sugerí.

Un vampiro con una melena negra que colgaba hasta su cintura apareció por el pasillo, con el brazo en torno a una chica regordeta que lucía una mata de pelo rojo. Cuando entraron en una habitación, Bill comenzó a buscar la llave.

No tardó en encontrarla.

Una vez dentro, Bill me agarró y me dio un intenso beso. Necesitábamos hablar, ya que había ocurrido un montón de cosas durante la noche, pero no estaba de humor, y él tampoco.

Descubrí que lo bueno de las faldas es que se pueden quitar por arriba, y si solo llevas un tanga debajo, todo es aún más rápido. La chaqueta gris estaba sobre el suelo, la blusa blanca tirada por ahí, y mis brazos alrededor del cuello de Bill antes de que pudiera decir «maldito vampiro».

Bill se apoyaba contra la pared de la sala al mismo tiempo que intentaba quitarse los pantalones mientras me tenía enrollada en torno a él, cuando alguien llamó a la puerta.

– Mierda -susurró a mi oído-. Fuera -dijo, más alto. -Me apreté contra él y casi le corto la respiración. Quitó el hairagami y la horquilla del pelo para dejar que me cayera por la espalda.

– Tengo que hablar contigo -dijo una voz familiar, amortiguada por la puerta.

– No -gimió-. Dime que no es Eric. -La única criatura en el mundo a la que tenía que dejar entrar.

– Es Eric -dijo la voz.

Desencajé las piernas de la cintura de Bill, y él me dejó sobre el suelo con todo el cuidado del mundo. Con un cabreo monumental, entré en el dormitorio como una furia y me puse el albornoz. No pensaba volver a abrochar todos esos botones.

Volví cuando Eric estaba diciéndole a Bill que había hecho bien al irse.

– Y, cómo no, tú también has estada fenomenal, Sookie -dijo Eric mientras contemplaba el pequeño albornoz rosa con una mirada comprensiva. Miré hacia arriba (y arriba, y arriba) y deseé que estuviera en el fondo del río Rojo, con su sonrisa espectacular, su cabello dorado y todo lo demás.

– Oh -dije con malicia-, gracias por venir a decírnoslo. No nos hubiéramos ido a la cama tranquilos sin tu palmadita en la espalda.

Eric parecía tan complacido como era posible en él.

– Oh, cariño -dijo-. ¿He interrumpido algo? ¿Quizá esto sea tuyo? -Levantó la tira negra que había formado parte de mi tanga.