Выбрать главу

– En realidad nos tenemos que ir -afirmé con educación-. Estamos impresionados con lo que han montado aquí y queremos acudir a la fiesta de esta noche, pero aún queda mucho tiempo y tenemos cosas por hacer. Ya se imagina el caos que se forma cuando se trabaja toda la semana. Las típicas labores de la casa comienzan a acumularse.

– ¡Seguirán estando allí después de la fiesta! -exclamó Steve-. Tenéis que quedaros, ambos.

No había forma de salir de allí sin estropearlo todo. Y no iba a ser la primera en hacerlo, no mientras hubiera esperanza. Había mucha gente allí. Giramos a la izquierda cuando salimos de la oficina de Steve Newlin, y con Steve pegado a los talones, Polly a nuestra derecha y Sarah por delante, fuimos hasta el recibidor. Cada vez que pasábamos por una puerta abierta, alguien de dentro lo llamaba, «Steve, ¿puedes echarle un vistazo a esto?», o «Steve, Ed dice que tenemos que cambiar esto». Pero aparte de un guiño o un pequeño temblor en su sonrisa, no vi otra reacción de Steve Newlin ante estas demandas.

Me pregunté cuánto tiempo duraría el movimiento si Steve desaparecía. Entonces me avergoncé por pensar tal cosa, porque lo que quería decir en el fondo era qué ocurriría si a Steve lo asesinaban. Comencé a pensar que tanto Sarah como Polly serían capaces de seguir sus pasos si se les concedía la oportunidad, puesto que ambas parecían estar hechas de acero.

Todas las oficinas estaban abiertas, libres de toda culpa, siempre y cuando pensaras que la organización en conjunto se había fundado sobre la inocencia. Ninguno de los miembros destacaba: ciudadanos medios americanos en su mayoría, aunque había unos cuantos no caucásicos.

Y uno no humano.

Pasamos al lado de una diminuta y delgada hispana en el pasillo, y sus ojos se quedaron fijos en nosotros. Entonces percibí una señal mental que solo había sentido una vez más. En Sam Merlotte. Esa mujer, al igual que Sam, era una cambiaforma, y sus grandes ojos se abrieron cuando apreció la «diferencia» que había en mí. La miré a los ojos, y durante un momento nos quedamos así: yo tratando de enviarle un mensaje y ella esforzándose en no recibirlo.

– ¿Os he dicho que la primera iglesia en ocupar este lugar fue construida a principios de los años sesenta? -estaba diciendo Sarah, mientras la mujercita seguía por el pasillo a toda prisa. Echó un vistazo por encima del hombro y volví a mirarla a los ojos. Ella estaba asustada. Yo le dije: ayuda.

– No -reconocí, sobresaltada por el súbito devenir de la conversación.

– Ya nos queda poco -apremió Sarah-. En nada habremos visto toda la iglesia. -Llegamos a la última puerta del pasillo. La puerta correspondiente a la otra ala daba al exterior. Las alas eran idénticas desde fuera. Mis observaciones habían estado equivocadas, pero aun así…

– Sí que es un lugar enorme -comentó Hugo. Sus emociones ambiguas habían desaparecido. De hecho, ya no parecía preocupado. Solo alguien sin habilidad psíquica como yo no estaría preocupado ante tal situación.

Como era el caso de Hugo. Carecía de toda habilidad psíquica. Solo pareció interesado cuando Polly abrió la última puerta, la puerta del final del pasillo. Debería haber conducido afuera.

Pero llevaba hacia abajo.

Capítulo 6

– Tengo un poco de claustrofobia -dije al instante-. Casi prefiero no tener que bajar hasta el sótano. -Me colgué del brazo de Hugo y traté de sonreír con encanto, pero también con cierta desaprobación.

El corazón de Hugo latía como un tambor a causa de su miedo atroz. Una vez enfrentado a esas escaleras, su calma se vino abajo. ¿Qué pasaba con él? A pesar de su miedo, golpeó mi hombro y sonrió con expresión de disculpa a nuestros compañeros.

– Será mejor que nos vayamos -murmuró.

– Creo que deberíais ver lo que tenemos ahí abajo. Es un refugio nuclear -aseguró Sarah, casi entre risas-. Y está completamente equipado, ¿verdad, Steve?

– Hay toda clase de cosas ahí abajo -añadió Steve. Aún parecía relajado, como si siguiera teniendo controlada la situación, pero ya eran rasgos que no veía como positivos. Se adelantó, y ya que estaba detrás de nosotros tuve que avanzar o correr el riesgo de que me tocara, cosa que no quería en absoluto.

– Vamos -insistió Sarah con entusiasmo-. Seguro que Gabe está ahí abajo, y así Steve podrá ir y ver lo que quería mientras nosotros nos damos una vuelta por la instalación. -Marchó por las escaleras tan rápido como había ido por el pasillo, con su orondo trasero moviéndose de una forma que hubiera considerado mona si no fuera por lo asustada que yo estaba.

Polly nos indicó que la siguiéramos, y eso hicimos. Solo continuaba con aquello porque Hugo parecía estar seguro al cien por cien de que no nos harían daño. Lo recibía con bastante claridad. Su miedo había desaparecido. Era como si se hubiera resignado; su ambivalencia se había esfumado. Me lamenté por lo difícil de leer que me resultaba. Me concentré en Steve Newlin, pero lo que capté fue una gran pantalla de auto satisfacción.

Continuamos, a pesar de que yo iba cada vez más despacio. Hugo estaba convencido de que volvería a subir por esas escaleras; después de todo, era una persona civilizada. Y las personas que nos rodeaban, también.

Hugo no imaginaba que nada malo e irreparable le fuera a suceder, ya que se trataba de un americano blanco de clase media con educación superior, como el resto de la gente que nos acompañaba.

Por mí parte, no tenía tal convicción. No soy en absoluto una persona civilizada.

Un nuevo e interesante pensamiento, pero como muchas de mis ideas esa tarde, tendría que esperar para poderlo macerar con tiempo. Si volvía a tener algo de tiempo.

Al final de las escaleras había otra puerta, y Sarah dio unos cuantos golpecitos. Tres rápidos, pausa, dos rápidos. Me obligué a memorizarlo. Escuché abrirse unas cuantas cerraduras.

El tipo negro, Gabe, abrió la puerta.

– Hey, habéis traído visitantes -vociferó-, ¡estupendo! -Llevaba la camiseta de golf por dentro de sus Dockers, las Nike estaban nuevas y relucientes, y su afeitado era tan pulcro como las cuchillas permitían. Seguro que se hacía cincuenta flexiones cada mañana. Había una excitación subyacente en cada movimiento y gesto suyo; Gabe estaba alterado por algo.

Traté de «leer» la zona en busca de vida, pero estaba demasiado agitada como para concentrarme.

»Me alegro de que estés aquí, Steve -dijo Gabe-. Mientras Sarah les muestra el refugio, tal vez puedas echarle un ojo a nuestro visitante. -Asintió con la cabeza en dirección a una puerta situada en la parte derecha del estrecho pasillo. Había otra puerta al final del mismo, y otra más a la izquierda.

Odiaba estar allí abajo. Había esgrimido la claustrofobia como excusa para no bajar. Ahora que ya estaba, notaba cierta desazón auténtica. El aire rancio, el brillo de la luz artificial y la sensación de estar encerrada… me asqueaban. No quería estar allí. Las palmas de mis manos estaban cubiertas por el sudor. Mis pies estaban anclados al suelo.

– Hugo -susurré-, no quiero hacer esto. -No tuve que actuar mucho para que mi voz sonara con genuina desesperación. No me gustó apreciarla, pero no podía ocultarla.

– Necesita volver arriba -dijo Hugo-. Si no os importa, subiremos y esperaremos allí.

Me giré con la esperanza de que funcionara, pero me encontré con la cara de Steve. No estaba sonriendo.