Выбрать главу

– Creo que esperaréis en la habitación de allí, hasta que termine con lo que tengo que hacer. Después, charlaremos. -Su voz no admitía discusión, y Sarah abrió la puerta para descubrir una habitación diminuta, equipada con dos sillas y dos catres.

– No -respondí-. No voy a quedarme ahí. -Y empujé a Steve tan fuerte como fui capaz. Y soy fuerte. Muy fuerte, ya que tengo sangre vampírica, y a pesar de su tamaño se tambaleó. Subí por las escaleras a toda prisa, pero una mano me agarró de la rodilla y caí al suelo. El borde de los escalones se me clavó por todas partes: en el pómulo, en el pecho, en la cadera, en la rodilla izquierda. Dolía tanto que casi no podía hablar.

– ¿Adónde va, señorita? -dijo Gabe, mientras me tiraba del pie.

– ¿Qué haces? No le hagas daño. -Hugo estaba enfadado de verdad-. Venimos aquí para unirnos a vosotros, ¿y así nos tratáis?

– Deja de actuar -aconsejó Gabe, y me retorció el brazo tras la espalda antes de que me recuperara del golpe contra la escalera. Boqueé a causa del dolor y él me metió en la habitación, sin dejar de soltarme la peluca en ningún momento. Hugo me siguió, aunque yo jadeé «¡no!» cerraron la puerta a su espalda.

Oímos cómo giraba la llave.

Y eso fue todo.

* * *

– Sookie -dijo Hugo-, tienes un cardenal en el pómulo.

– Mierda -susurré sin mucho entusiasmo.

– ¿Te encuentras muy mal?

– ¿Tú qué crees?

Me entendió literalmente.

– Creo que tienes unos cuantos moratones y tal vez conmoción. No te has roto ningún hueso, ¿no?

– No, salvo uno o dos.

– Y no estás lo suficientemente mal como para olvidar el sarcasmo -agregó Hugo. Si se enfadaba conmigo, eso le haría sentir mejor, estaba casi segura, y me preguntaba el porqué. Pero tampoco insistí mucho. Estaba convencida de que lo sabía.

Tirada en uno de los catres, con un brazo sobre la cara, trataba de pensar en algo. No habíamos escuchado ningún ruido en el pasillo. Una vez creí abrirse una puerta, y otra vez voces apagadas, pero nada más. Aquellas paredes habían sido construidas para resistir una explosión nuclear, así que supuse que ese silencio era normal.

– ¿Tienes reloj? -le pregunté a Hugo.

– Sí, son las cinco y media.

Aún faltaban dos horas para que los vampiros despertaran.

Dejé que la calma me invadiera. Cuando estuve segura de que Hugo se había sumido en sus propios pensamientos, abrí mi mente y escuché, concentrada al máximo.

Se suponía que esto no iba a ocurrir, no así, seguro que todo irá bien, qué pasa si tenemos que ir al baño, no podría hacerlo delante de ella, quizá Isabel nunca se entere, debería haberlo sabido después de lo de aquella muchacha anoche, cómo voy a salir de esto y seguir practicando la abogacía, si comienzo a distanciarme a partir de mañana tal vez consiga salir de…

Apreté el brazo contra mis ojos con tanta fuerza que hacía daño, solo para evitar coger una silla y golpear a Hugo Ayres hasta que quedara sin sentido. No comprendía mi telepatía, ni tampoco la Hermandad, o si no no me hubieran dejado allí con él.

O tal vez Hugo era tan prescindible para ellos como lo era para mí. Y también para los vampiros; casi no podía esperar a decirle a Isabel que su chico era un traidor.

Eso ahogó mi ansia de sangre. Cuando me di cuenta de lo que Isabel le haría a Hugo, supe que no me haría sentir mejor. De hecho, la idea me enfermaba.

Pero parte de mí pensaba que se lo merecía.

¿A quién debía lealtad este abogado?

Había una forma de averiguarlo.

Me senté y apoyé la espalda contra la pared. Me curaba muy rápido -sangre vampírica- pero seguía siendo humana, y aún me dolía. Sabía que tenía la cara llena de contusiones y me daba la impresión de que el pómulo se había roto. El lado izquierdo de mi cara se había hinchado de mala manera. Pero mis piernas no estaban rotas, y aún podía correr si se presentaba la oportunidad; eso era lo que realmente importaba.

Una vez me acomodé lo máximo posible, me puse a ello.

– Hugo, ¿desde cuándo eres un traidor?

Se puso rojo.

– ¿Un traidor a quién? ¿A Isabel o a la raza humana?

– Elige la opción que más te guste.

– Traicioné a la raza humana cuando defendí a los vampiros en los tribunales. Si hubiera sabido lo que eran… Acepté el trabajo sin haberlo visto apenas, ya que pensé que estaba ante un interesante desafío legal. Siempre he sido un abogado preocupado por los demás, y estaba convencido de que los vampiros tenían los mismos derechos que los demás.

Sr. Idealismo.

– Claro -dije.

– Denegarles el derecho a vivir donde quisieran se me antojaba antiamericano -continuó Hugo. Despedía resentimiento y cansancio.

Aún no sabía lo que era auténtico resentimiento.

»¿Pero sabes qué, Sookie? Los vampiros no son americanos. No son negros, ni asiáticos, ni indios. No son católicos ni baptistas. Son vampiros y nada más. Ese es su color, religión y nacionalidad.

Bueno, eso es lo que ocurre cuando una minoría se mantiene al margen durante miles de años.

»Al principio pensé que si Stan Davis quería vivir en el Green Valley Road, o en el Hundred Acre Wood, era su derecho como americano. Así que lo defendí contra la comunidad de vecinos, y gané. Qué orgulloso estaba de mí mismo. Entonces conocí a Isabel y me la llevé a la cama una noche. Me sentí osado, el puto amo, el guerrero filósofo.

Lo contemplé, sin parpadear ni decir una palabra.

»Como sabes, el sexo es increíble, el mejor. Me convertí en adicto, no me saciaba nunca. Mi profesión sufrió los efectos. Comencé a ver clientes solo por la tarde, porque no era capaz de levantarme por la mañana. No me veía capaz de dejar a Isabel después del anochecer.

La historia de un alcohólico. Hugo se había enganchado al sexo vampírico. El concepto me parecía repelente y fascinante al mismo tiempo.

»Empecé a hacer trabajos que ella me buscaba. Este mes pasado estuve por allí ocupándome de las labores domésticas, para estar cerca de Isabel. Cuando me dijo que llevara el cuenco de agua al comedor estaba nervioso. No por hacer semejante tarea…, ¡soy un abogado, por el amor de Dios!, sino porque la Hermandad me había llamado y preguntado si les podía contar algo sobre lo que los vampiros de Dallas pretendían hacer. Cuando se pusieron en contacto conmigo me acababa de pelear con Isabel. Habíamos discutido por el modo en que me trataba.

Así que les escuché. Oí tu nombre en una conversación entre Stan e Isabel, así que se lo comenté a los de la Hermandad. Tienen un hombre que trabaja para las líneas aéreas Anubis. Averiguó el avión en el que viajaba Bill y organizaron tú secuestro, para así averiguar lo que los vampiros querían de ti. Y lo que estarían dispuestos a hacer para recuperarte. Escuché a Stan o a Bill llamarte por tu nombre, así que supe que la habían pifiado en el aeropuerto. Me sentí obligado con ellos debido al desastre con el micro de la sala de reuniones.

– Traicionaste a Isabel -le dije-. Y me traicionaste a mí, aunque soy humana, como tú.

– Sí -reconoció. No me miró a los ojos.

– ¿Y qué pasó con Bethany Rogers?

– ¿La camarera?

No dijo más.

– La camarera muerta -especifiqué.

– La atraparon -dijo, a la vez que sacudía la cabeza de un lado a otro, como si dijera que no eran capaces de hacer lo que hicieron-. La atraparon, y no sé lo que ocurrió. Sabía que era la única que había visto a Farrell con Godfrey, y se lo dije a ellos. Cuando me levanté hoy y me enteré de que había muerto, no me lo podía creer.

– La cogieron después de que les dijeras que había estado en el nido de Stan. Después de que les dijeras que era la única testigo.

– Sí.

– Les llamaste la noche pasada.

– Sí, tengo un móvil. Salí al patio y les informé. Me la estaba jugando, ya sabes que el oído de los vampiros es muy bueno, pero llamé de todas formas. -Trataba de convencerse a sí mismo de que había llevado a cabo una auténtica gesta. Llamar por teléfono desde el cuartel general de los vampiros para señalar a la pobre y patética Bethany, que acabó su vida con un disparo en un callejón.