Выбрать главу

Conseguí liberar los brazos. En un momento se recuperaron de la descarga eléctrica. Ahuequé ambas manos. Con un grito golpeé con ellas sus orejas.

Rugió y retrocedió, a la vez que se llevaba las manos a la cabeza. Estaba tan lleno de rabia que esta manaba de él y me empapaba; era igual que tomar un baño de furia. Supe que me mataría si le daba la oportunidad, sin importar las consecuencias. Traté de rodar hacia un lado, pero me tenía atrapada con las piernas. Lo observé mientras su mano derecha se cerraba en un puño, que me pareció tan grande como un ladrillo. Desesperada, vi el arco de su golpe, cuya dirección era mi cara. Sabía que con el impacto se acabaría todo…

Pero no ocurrió nada.

Gabe colgaba del aire, con los pantalones bajados y la picha fuera. Golpeaba a la nada y pateaba el vacío delante de él.

Un hombre bajito lo sujetaba. No era un hombre, sino un adolescente. Un adolescente anciano.

Era rubio y no llevaba camiseta. Tenía los brazos y el pecho cubiertos de tatuajes azules. Gabe gritaba y se agitaba, pero el chico mantuvo la calma, sin expresión alguna en el rostro, hasta su presa dejó de moverse. Para cuando Gabe se calló, el chico había transformado su agarre en algo parecido a un abrazo de oso que le atenazaba la cintura, y Gabe caía hacia delante.

El extraño me miró sin mostrar ninguna expresión. Mi blusa estaba abierta de par en par, y el sujetador roto por el medio.

– ¿Estás herida? -preguntó, casi reluctante.

Mi salvador no parecía muy entusiasta.

Me levanté, lo que me costó más de lo que me imaginaba. Me llevó algo de tiempo. Aún temblaba a causa del trauma emocional. Cuando me incorporé, miré a los ojos del chico. Aparentaba una edad humana de dieciséis. No había forma alguna de saber su edad real. Debía de ser más viejo que Stan, más que Isabel. Su inglés era claro, pero tenía un acento muy fuerte. Ni idea de adonde pertenecía el acento. Tal vez su idioma original ni se hablaba en la actualidad. Qué pensamiento tan triste.

– Sobreviviré -dije-. Gracias. -Traté de reabotonarme la blusa (le quedaban unos pocos botones), pero mis manos aún se agitaban sin control. De todas formas, no estaba interesado en ver mi cuerpo. No significaba nada para él. Sus ojos seguían mirando igual de desapasionados que antes.

– Godfrey -dijo Gabe con tono quejumbroso-. Godfrey, intenta escapar.

Godfrey lo agitó y Gabe se calló.

Así que Godfrey era el vampiro que había visto a través de los ojos de Bethany…, los únicos ojos que recordaban haberlo visto en el bar aquella noche. Los ojos que no volvieron a ver nada más.

– ¿Qué quieres? -le pregunté, con voz calmada.

Los ojos azul pálido de Godfrey parpadearon. No lo sabía.

Se había hecho los tatuajes cuando aún estaba vivo y eran muy extraños, símbolos cuyo significado se había perdido hacía muchos siglos. Algún que otro erudito daría su ojo izquierdo por echar un vistazo a esos tatuajes. Qué suerte la mía. Yo los estaba viendo gratis.

– Por favor, déjame ir -dije con toda la dignidad que fui capaz de reunir-. Me matarán.

– Pero tú te relacionas con vampiros -contestó.

Mis ojos fueron de un lado a otro mientras pensaba en algo.

– Ah. Tú eres un vampiro, ¿no?

– Mañana lavaré mi pecado en público -afirmó Godfrey-. Mañana saludaré al amanecer por primera vez en mil años. Veré el rostro de Dios.

De acuerdo.

– Tú decides.

– Sí.

– Pero yo no lo he hecho. No quiero morir. -Eché un vistazo a la cara de Gabe, que se había vuelto de color azul. En su agitación, Godfrey lo estaba apretando mucho más fuerte de lo que debería. Me pregunté si debería decir algo.

– Te relacionas con vampiros -me acusó Godfrey, y volví a mirarlo a la cara. Supe que sería mejor no volver a perder la concentración.

– Estoy enamorada.

– De un vampiro.

– Sí. Bill Compton.

– Todos los vampiros están malditos y deberían encontrarse con el Sol. Somos una mancha, una mancha de la tierra.

– Y estas personas… -señalé para indicar a la Hermandad -, ¿son mejores, Godfrey?

El vampiro parecía inquieto y molesto. Estaba muy hambriento; sus mejillas casi eran cóncavas, y tan blancas como el papel. El pelo rubio casi flotaba alrededor de la cabeza, y sus ojos parecían mármoles azules en contraste con su palidez.

– Al menos son humanos, parte del plan de Dios -dijo despacio-. Los vampiros son una abominación.

– A pesar de ello, tú me has tratado mucho mejor que este humano. -Que ya estaba muerto, a juzgar por el aspecto de su cara. Traté de no parpadear y me volví a concentrar en Godfrey, quien era mucho más importante para mi futuro.

– Pero nosotros tomamos la sangre de inocentes. -Los ojos de Godfrey se clavaron en los míos.

– ¿Quién es inocente? -Lancé una pregunta retórica, con la esperanza de no sonar como Poncio Pilatos preguntando: «¿cuál es la verdad?», cuando la conocía a la perfección.

– Los niños.

– Oh, ¿te alimentabas de niños? -Me tapé la boca con la mano.

– Mataba niños.

No dije nada en mucho tiempo. Godfrey siguió ahí, mirándome con tristeza y sosteniendo el cuerpo de Gabe en sus brazos, a quien había olvidado por completo.

– ¿Qué te hizo dejarlo? -pregunté.

– Nada. Nada lo hará salvo la muerte.

– Lo siento -dije. Estaba sufriendo, y eso era lo que sentía. Pero si hubiera sido humano, hubiera dicho que merecía la silla eléctrica sin pensármelo dos veces.

– ¿Cuánto falta hasta la noche? -pregunté, sin saber qué más decir.

Godfrey no tenía reloj. Asumí que estaba despierto solo porque estábamos muy abajo y era muy viejo.

– Una hora.

– Por favor, déjame ir. Si me ayudas, saldré de aquí.

– Pero se lo dirás a los vampiros. Atacarán. Y no me reencontraré con el Sol.

– ¿Por qué esperas hasta la mañana? -pregunté, irritada-. Sal a la calle ahora.

Se sorprendió ante mis palabras. Dejó caer a Gabe, que cayó como un saco de patatas. Godfrey no le dedicó ni una mirada.

– La ceremonia tendrá lugar al alba, y muchos creyentes vendrán a ser testigos de ella -explicó-. Farrell me acompañará.

– ¿Qué parte juego yo en todo esto?

Se encogió de hombros.

– Sarah quería comprobar si los vampiros cambiarían a uno de los suyos por ti. Steve tenía otros planes. Su idea era atarte junto a Farrell, para que ardieras junto a él.

Me quedé anonadada. No porque Steve Newlin hubiera tenido la idea, sino por que pensara que así alegraría a su congregación, porque eso es lo que eran. Newlin había cruzado el límite mucho más de lo que yo había imaginado.

– ¿Y crees que la gente va a disfrutar con eso, con ver a una mujer joven ejecutada sin ningún tipo de proceso? ¿Que van a pensar que es una ceremonia religiosa normal y corriente? ¿Crees que la gente que planeó mi muerte de verdad cree en Dios?

Por primera vez observé cierto vestigio de duda en él.

– Incluso para los humanos, parece algo extremo -accedió-. Pero Steve pensó que sería una declaración impactante.

– Seguro que sí. Sería igual que decir «estoy como una cabra». Sé que el mundo está lleno de gentuza, humanos y vampiros por igual, pero no creo que la mayoría de la gente de este país, o de la misma Texas, se sienta inspirada al ver una mujer quemándose viva.

Godfrey pareció dudar. Los pensamientos se le acumulaban en la cabeza, pensamientos que se había negado a aceptar.

– Han llamado a los medios de comunicación -dijo. Era como la protesta de una novia que se va a casar en breve pero que de repente duda de su consorte («pero es que ya hemos enviado las invitaciones, mamá»).

– Estoy seguro de que sí. Pero será el fin de la organización, por descontado. Te lo repito, si de verdad quieres hacer una declaración de ese tipo, un gran «lo siento», entonces sal de esta iglesia ahora mismo y quédate sobre el césped. Dios estará mirando. Te lo prometo. Eso es lo único que ha de importarte.