– Hey, vamos fuera y fumémonos un cigarrillo -me invitó.
Francie Polk tenía un aspecto más satisfecho.
– Luna, ¿no ves que tu amiga necesita un doctor? -la amonestó la mujer.
– Solo son unos moratones y magulladuras -dijo Luna, examinándome-. ¿Te has vuelto a caer, chiquilla?
– Ya sabes lo que mamá me decía siempre: «Caléndula, eres más torpe que un elefante».
– Las cosas de tu madre -dijo Luna, meneando la cabeza-. Como si eso te hiciera menos torpe.
– ¿Qué te voy a decir que no sepas? -me encogí de hombros-. Si nos disculpas, Francie.
– Claro -contestó-. Luego os veo.
– Por supuesto -respondió Luna-. No me lo perdería por nada del mundo.
Y con Luna salí del recibidor de la Hermandad del Sol. Me concentré en mantener mi modo de andar, para que Francie no me viera cojear y se volviera más suspicaz.
– Gracias a Dios -dije cuando estuvimos fuera.
– Supiste lo que era -me soltó de sopetón-. ¿Cómo?
– Tengo un amigo que también es un cambiaforma.
– ¿Quién?
– No es de aquí. Y no te lo diré sin su permiso.
Me miró, ya sin la fachada de supuesta amistad.
– De acuerdo, lo entiendo -afirmó-. ¿Por qué estás aquí?
– ¿Qué más te da?
– Acabo de salvarte el culo.
Cierto, muy cierto.
– De acuerdo. Soy una telépata, y estoy aquí contratada por el vampiro líder de tu zona para encontrar a un vampiro desaparecido.
– Eso está mejor. Pero no es mi líder de zona. Soy una sobrenatural, pero no un vampiro. ¿Para quién curras?
– No creo que necesites saberlo.
Alzó las cejas.
– No.
Abrió la boca como si fuera a gritar.
– Nada de gritos. Hay cosas que no te diré. ¿Qué es un sobrenatural?
– Un ser sobrenatural. Ahora escúchame -me ordenó Luna. Estábamos andando a través del aparcamiento, y los coches seguían entrando con regularidad. Ella sonreía en todo momento y tampoco dejaba de hacer gestos con las manos. Yo me esforcé en parecer igual de feliz. Pero ya no podía disimular la cojera, y la cara me dolía como el infierno, como diría Arlene.
Dios, me encontré fatal de repente. Pero logré apartar el dolor para prestar atención a Luna, que tenía cosas que decirme.
»Diles a los vampiros que nosotros tenemos este lugar bajo vigilancia…
– ¿Nosotros quiénes?
– Nosotros somos los cambiaformas de la zona de Dallas.
– ¿También estáis organizados? ¡Genial! He de decírselo a… mi amigo.
Giró los ojos, no muy impresionada con mi intelecto.
– Escucha, señorita. Diles a los vampiros que tan pronto como la Hermandad se dé cuenta de nuestra existencia, irán a por nosotros. Y no queremos darnos a conocer. Seguimos al margen porque es mejor. Estúpidos vampiros… Tenemos un ojo puesto en la Hermandad.
– Si es verdad, ¿por qué no avisasteis a los vampiros de que Farrell estaba en el sótano? Y tampoco les dijisteis nada de Godfrey.
– Hey, Godfrey quiere suicidarse, no es nuestro problema. Él vino a la Hermandad, no fueron ellos en su busca. Casi se mearon en los pantalones de lo contentos que se pusieron al tenerlo en sus manos, aunque tuvieron que superar el impacto de estar sentados al lado de uno de los malditos.
– ¿Y qué pasa con Farrell?
– No sabía que estaba aquí -admitió Luna-. Sabía que habían capturado a alguien, pero aún no estoy muy arriba en el escalafón, y no pude averiguar de quién se trataba. Incluso traté de engatusar al capullo de Gabe, pero no coló.
– Te gustará saber que Gabe está muerto.
– ¡Hey! -sonrió de forma genuina por primera vez-. Eso sí que son buenas noticias.
– Solo me queda por añadir que tan pronto como me ponga en contacto con los vampiros, vendrán aquí a por Farrell. Así que si fuera tú, no volvería a la Hermandad esta noche.
Se mordió el labio inferior durante un rato. Estábamos casi fuera del aparcamiento.
»De hecho -dije-, sería ideal que me acercases al hotel.
– No entra dentro de mis funciones el hacer que tu vida sea un camino de rosas -gruñó, volviendo a adoptar su papel de dura-. Tengo que volver a la iglesia antes de que la mierda comience a salpicar por todos lados, y sacar algunos papeles. Piensa sobre ello, chica: ¿qué van a hacer los vampiros con Godfrey? ¿Lo dejarán vivo? Es un asesino en serie y además mataba niños; tantas veces que ya ni recuerda cuántas. No puede parar, y lo sabe.
Al menos la iglesia tenía algo positivo: daba a los vampiros como Godfrey la posibilidad de suicidarse mientras eran vigilados.
– Tal vez debieran trasmitirlo solo por televisión de pago -observé.
– Lo harían si pudieran -Luna no estaba de broma-. Los vampiros están obsesionados con lo de su incorporación a la sociedad. No se toman muy bien el que malogren su plan. Godfrey no les va a caer nada bien.
– No puedo resolver yo sola todos los problemas, Luna. A propósito, mi nombre real es Sookie. Sookie Stackhouse. De todas formas, he hecho lo que me ha sido posible. He cumplido con mi parte del contrato, y ahora he de irme e informar, viva o muera Godfrey. Creo que morirá.
– Ojalá tengas razón -dijo ominosamente.
No era mi culpa que Godfrey cambiara de idea. Solo había cuestionado su decisión. Pero tal vez ella estuviera en lo cierto. Quizá tenía algo de culpa.
Todo aquello era demasiado para mí.
– Adiós -dije, y comencé a cojear hacia la parte trasera del aparcamiento que daba a la carretera. No llegué muy lejos cuando escuché un grito que provenía de la iglesia, y todas las luces se encendieron de golpe. El brillo era cegador.
– Tal vez no debería volver al centro. No es una buena idea -dijo Luna desde la ventanilla de un Subaru Outback que se detuvo junto a mí. Me senté en el asiento del copiloto y nos dirigimos a la salida más cercana. Me puse el cinturón de inmediato.
Pero a pesar de nuestra rapidez, otros lo habían sido aún más. Algunas familias habían colocado sus vehículos de forma que bloqueaban las salidas del aparcamiento.
– Mierda -protestó Luna.
Nos quedamos sentadas allí mientras ella pensaba algo.
»Nunca me dejarán salir, incluso si nos logramos esconder. No puedo volver a la iglesia. Te encontrarían aquí enseguida. -Luna se mordió el labio un poco más-. Oh, a la mierda este curro -dijo, y lanzó el Outback hacia delante. Al principio conducía de manera normal, para atraer así la menor atención posible-. Esta gente no sabría lo que es la religión aunque les mordiera el culo -aseguró. Condujo por el bordillo que separaba el césped del aparcamiento. Entonces, y de improviso, se metió en el césped, que rodeaba la verja que contenía los columpios de los niños, y sonreí de oreja a oreja, aunque me doliera.
– ¡Yee-hah! -grité, cuando golpeamos un hidrante del sistema de riego. Volamos por el patio delantero de la iglesia. A causa de la impresión, nadie nos perseguía al principio. Después, comenzaron a organizarse. No obstante, aquellos que no apoyaban las medidas más extremas que la Hermandad adoptaba iban a golpearse con la dura realidad.
Luna miró por el retrovisor.
– Han desbloqueado las salidas y alguien nos está siguiendo.
Nos incorporamos al tráfico de la carretera que discurría por delante de la iglesia, otra vía de cuatro carriles, y las bocinas comenzaron a sonar por todas partes ante nuestra súbita irrupción en la circulación.
»Puta mierda -exclamó Luna. Redujo la velocidad y siguió mirando por el retrovisor-. Está muy oscuro. No sabría decir si nos siguen o no.
Me pregunté si Barry habría avisado a Bill.
– ¿Tienes un móvil? -le pregunté.
– En mi bolso, junto a mi carné de conducir, que aún está en la oficina de la iglesia. Así es como supe que estabas en apuros. Estaba en mi oficina y capté tu olor. También supe que estabas herida. Así que salí fuera, eché un vistazo y no te encontré. Volví. Tuvimos suerte de que llevara las llaves en el bolsillo.