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Dios bendijera a los cambiaformas. Era una pena lo del teléfono, pero no había remedio. De repente me acordé de mi bolso. ¿Dónde lo había dejado? Lo más seguro es que siguiera en la oficina de la Hermandad. Al menos no llevaba allí el carné.

– ¿Dónde paramos, en una cabina o en la comisaría?

– Si llamas a la policía, ¿qué piensas que van a hacer? -inquirió Luna, con la misma voz que usaría alguien para aleccionar a un niño pequeño.

– ¿Ir a la iglesia?

– ¿Y entonces qué ocurrirá, chica?

– ¿Le preguntarán a Steve que por qué retiene a un prisionero humano?

– Sí. ¿Y qué dirá?

– Ni idea.

– Les dirá: «aquí no tenemos prisioneros. Ella y nuestro empleado Gabe discutieron, y ahora está muerto. ¡Arréstela!».

– ¿Eso crees?

– Eso creo.

– ¿Y Farrell?

– Si la policía se pasa por aquí, seguro que alguno de los de la Hermandad baja al sótano y lo estaca. Para cuando los polis bajen, ya no habrá Farrell alguno. Podrían hacer lo mismo con Godfrey, si no estuviera de su parte. No creo que se resistiera. Quiere morir.

– ¿Y Hugo?

– ¿Crees que Hugo va a explicar cómo acabó encerrado en el sótano? No sé lo que diría ese estúpido, pero no sería la verdad. Ha llevado una doble vida durante meses, y en mi opinión no sabe ni dónde tiene la cabeza.

– Así que mejor no llamar a la policía. ¿Entonces a quién?

– Te llevo a que hables con tu gente. No tienes que conocer a la mía. No desean abandonar el anonimato, ¿comprendes?

– Claro.

– Aunque tú también eres un poco rara, si eres capaz de reconocernos.

– Sí.

– ¿Y qué eres? Un vampiro no, desde luego. Y tampoco uno de los nuestros.

– Telépata.

– ¡Eso es! ¡Mierda! Uhhhhh, uhhhh -dijo Luna, imitando el tradicional ulular fantasmal.

– No mucho más uhhh uhhh que tú -rebatí, segura de que ella entendería que me sintiera algo molesta.

– Lo siento -dijo sin mucha sinceridad-. Ok, este es el plan…

Pero no llegué a escucharlo, porque en ese momento fuimos golpeadas desde detrás.

Lo siguiente que supe fue que colgaba sujeta de mi cinturón. Una mano trataba de tirar de mí. Reconocí las uñas pintadas; era Sarah. La mordí.

Con un chillido, la mano se retiró.

– Está fuera de sí -oí que decía la suave voz de Sarah a alguien más, alguien no relacionado con la iglesia. Tenía que actuar.

– No la escuches. Fue su coche el que nos golpeó. No dejes que me toque.

Miré a Luna, cuyo pelo tocaba el techo. Estaba despierta pero no hablaba. Se revolvía, y me imaginé que luchaba por deshacerse del cinturón.

Había ruido de múltiples conversaciones fuera del coche, la mayoría de ellas discusiones.

– Te lo aseguro. Soy su hermana y está borracha -le decía Polly a alguien.

– No lo soy. Exijo que me hagan una prueba de alcoholemia ahora mismo -solicité, con voz tan firme como fui capaz, teniendo en cuenta que aún estaba bajo los efectos del trauma y colgaba bocabajo-. Llame a la policía de inmediato, y también a una ambulancia.

Aunque Sarah comenzó a chapurrear quejas, una voz de hombre se alzó sobre las demás.

– Señorita, no parece que quiera que la ayuden en absoluto. De hecho, lo que parece es justo lo contrario.

El rostro de un hombre apareció en la ventana. Estaba de rodillas y se inclinó para echar un vistazo.

– He llamado al nueve uno uno -dijo la voz grave. Estaba despeinado y llevaba barba de un par de días, aunque me resultó atractivo.

– Por favor, quédese aquí hasta que vengan -imploré.

– Lo haré -prometió, y su cara se desvaneció.

Había más voces ahora. Sarah y Polly estaban chillando. Habían golpeado nuestro coche. Varias personas lo habían visto. Asegurar ser nuestras hermanas, o lo que fuera que habían dicho, no había funcionado. Además, iban acompañadas por dos hombres de la Hermandad que no eran lo que se dice muy simpáticos.

– Entonces nos iremos -dijo Polly, furiosa.

– No -respondió mi maravilloso salvador-. Además, tienen que dar los datos del seguro.

– Cierto -apostilló la voz de un hombre mucho más joven-. Lo que pasa es que no quieren pagar la reparación de su coche. ¿Y si se han hecho daño? ¿No van a pagarles el hospital?

Luna había conseguido desembarazarse del cinturón y se retorció cuando cayó sobre el techo, que ahora era el suelo del coche. Con una flexibilidad envidiable, sacó la cabeza por la ventana abierta y buscó un punto de apoyo para salir por ella. Poco a poco lo iba consiguiendo. Uno de esos puntos de apoyo resultó ser mi hombro, pero ni parpadeé. Una de nosotras debía liberarse.

Hubo gritos fuera ante la salida de Luna. Luego oí que hablaban con ella.

– ¿Es usted la que conducía?

Varias voces subieron el volumen, unas decían que una, otras decían lo contrario, pero todo el mundo estaba de acuerdo en que Sarah, Polly y sus lacayos eran los malos, y Luna la víctima. Había tanta gente que cuando llegó otro coche de la Hermandad no pudo acercarse. Dios bendiga a los metomentodos americanos. Estaba en plan sentimental.

El médico que me sacó del coche era el chico más mono que jamás había conocido. Su nombre era Salazar, como indicaba su chapita, y dije «Salazar», solo para asegurarme de que era capaz de hablar. Casi lo deletreé.

– Sí, ese soy yo -dijo mientras me levantaba la cabeza para mirarme a los ojos-. Sí que se ha dado un buen golpe, señorita.

Comencé a decirle que ya estaba herida antes de tener el accidente, pero entonces escuché hablar a Luna.

– El calendario salió volando del salpicadero y le dio en toda la cara.

– Es mucho más prudente no tener nada suelto en el salpicadero -recomendó otra voz con tono neutro.

– Y que lo diga, oficial.

¿Oficial? Traté de girar la cabeza, pero Salazar me regañó.

– Va a estarse quieta hasta que termine de reconocerla -advirtió severo.

– De acuerdo. ¿Ha llegado la policía? -añadí casi enseguida.

– Sí, señorita. ¿Qué le duele?

Siguió una larga lista de preguntas. Fui capaz de responder a la mayoría.

– Creo que está bien, señorita, pero debemos llevarlas al hospital para asegurarnos. -Salazar y su pareja, una mujer británica, no iban a dejarnos otra alternativa.

– Oh -dije ansiosa-, no necesitamos pasar por el hospital, ¿verdad, Luna?

– Claro que sí -respondió ella sorprendida-. Hay que comprobar si tienes algo roto, cariño. Tu mejilla no tiene buen aspecto.

– Oh -quedé algo sorprendida por el vuelco de acontecimientos-. Bueno, si es lo que crees…

– Claro.

Así que Luna anduvo hasta la ambulancia y a mí me subieron en camilla. Con el sonido de las sirenas, arrancó. Mi última visión antes de que Salazar cerrara las puertas fue la de Polly y Sarah hablando con un policía muy alto. Ambas parecían muy molestas. Eso era bueno.

* * *

El hospital era como todos los hospitales. Luna no se despegó de mi lado ni por un momento, y una enfermera entró para que le contáramos todo al detalle. Luna habló por mí.

– Dígale al Dr. Josephus que Luna Garza y su hermana están aquí.

La enfermera, una joven afroamericana, le dedicó una mirada dubitativa, pero al final cedió.

– De acuerdo. -Y salió de inmediato.

– ¿Cómo lo has hecho? -quise saber.

– ¿Conseguir que una enfermera pase de rellenar informes? Pedí este hospital a propósito. Tenemos a alguien en cada hospital de la ciudad, pero conozco bien a nuestro hombre de aquí.

– ¿Nuestro?

– Sí, los de naturaleza doble.

– Oh. -Los cambiaformas. Ardía en deseos de contarle todo esto a Sam.