– ¿Qué le ocurrió a ese tal Gabe? -preguntó Bill, muy despacio.
– Está muerto -dije-. Godfrey lo mató.
– ¿Has visto a Godfrey? -Eric se inclinó sobre mí. No había dicho nada hasta entonces. Había acabado de curarme el brazo. Puso antiséptico por toda la zona como si estuviera protegiendo a un bebé de la habitual erupción a causa del pañal.
– Estabas en lo cierto, Bill. Fue él quien secuestró a Farrell, aunque no averigüé los detalles. Y Godfrey fue quien evitó que Gabe me violara. Aunque he de decir que yo también ayudé un poco.
– No seas fantasma -dijo Bill con una ligera sonrisa-. Así que está muerto. -Aunque eso no parecía satisfacerlo.
– Godfrey detuvo a Gabe y me ayudó a salir de allí. Fue muy amable, sobre todo si tenemos en cuenta que quería matarse. ¿Dónde está?
– Huyó en la noche cuando atacamos la Hermandad -explicó Bill-. Ninguno de nosotros lo consiguió atrapar.
– ¿Qué ocurrió en la Hermandad?
– Te lo contaré todo, Sookie. Pero debemos despedir a Eric, y luego, mientras tomas un baño, hablaremos con tranquilidad.
– Ok -accedí-. Buenas noches, Eric. Gracias por los primeros auxilios.
– Creo que eso era lo principal -le dijo Bill a Eric-. Si hay algo más de interés voy después a tu habitación.
– Bien. -Eric me miró, con los ojos medio abiertos. Había dado uno o dos lametazos al brazo cuando lo trataba, y el sabor parecía haberlo embriagado-. Descansa mucho, Sookie.
– Oh -dije, a la vez que abría los ojos de par en par-. Se lo debemos todo a los cambiaformas.
Ambos vampiros me contemplaron.
»Bueno, tal vez vosotros no, pero yo sí.
– Tranquila, ya se lo cobrarán -predijo Eric-. Esos cambiaformas nunca hacen favores sin más. Buenas noches, Sookie. Me alegro de que no fueras violada ni asesinada. -Su habitual sonrisa le relumbró en la cara, y entonces sí que pareció el de siempre.
– Gracias -y cerré los ojos-. Buenas noches.
Cuando la puerta se cerró tras Eric, Bill me levantó de la silla y me llevó hasta el baño. Era tan grande como la mayoría de los baños de hotel, pero la bañera en concreto era más que adecuada. Bill la llenó de agua caliente y me quitó la ropa.
– Tírala.
– Luego. -Estudió las heridas de nuevo, con los labios convertidos en una fina línea.
– Algunas son a causa de la caída en las escaleras, y otras por el accidente de coche -expliqué.
– Si Gabe no estuviera muerto, lo encontraría y acabaría con él -dijo Bill, más para sí mismo que para mí-. Me tomaría mi tiempo. -Me levantó con tanta facilidad como si fuera un niño pequeño y me puso en el baño. Luego comenzó a lavarme con una manopla y una pastilla de jabón.
– Mi pelo está asqueroso.
– Sí, pero nos ocuparemos de eso por la mañana. Tienes que dormir.
Primero me lavó la cara y luego siguió hacia abajo. El agua se enturbió a causa de la sangre y la suciedad. Comprobó el estado de mi brazo, para asegurarse de que Eric había quitado todos los cristales. Luego vació la bañera y la volvió a llenar, mientras yo temblaba. Esta vez sí que me sentí limpia. Después de quejarme de mi pelo otra vez, acabó por rendirse. Me humedeció la cabeza y me enjabonó el pelo, restregándolo con mucho cuidado. No hay nada mejor que una limpieza total cuando te sientes sucia, y una cama cómoda con sábanas limpias. Todo ello aderezado con la sensación de estar a salvo.
– Cuéntame lo que pasó en la Hermandad -dije cuando me llevaba a la cama-. Quédate junto a mí.
Bill me metió bajo la sábana y luego se introdujo por el otro lado. Deslizó el brazo bajo mi cabeza y se arrimó a mí. Deposité la frente sobre su pecho con cuidado y lo froté.
– Para cuando estábamos allí, ya se había convertido en un hormiguero -dijo-. El aparcamiento estaba lleno de coches y de gente, y seguían llegando más para esa cosa…
– Encierro -murmuré, mientras me giraba a la derecha para apretarme contra él.
– Hubo un cierto revuelo cuando llegamos. Casi todos se metieron en sus coches y salieron tan rápido como pudieron. Su líder, Newlin, trató de negarnos la entrada al recibidor de la Hermandad. ¿Seguro que eso ha sido una iglesia alguna vez? Y nos dijo que arderíamos en llamas si lo hacíamos, porque estábamos malditos. -Bill resopló-. Stan lo agarró y lo apartó. Y entramos en la iglesia, con Newlin y su mujer pegados a nuestros talones. Ni uno solo de nosotros ardió, lo que dejó perplejo a más de uno.
– Seguro que sí -murmuré sobre su pecho.
– Barry nos dijo que cuando se comunicó contigo tuvo la sensación de que estabas «abajo»…, por debajo de la tierra. También recibió la palabra «escaleras». Éramos seis: Stan, Joseph Velasquez, Isabel, y más, y nos llevó seis minutos eliminar todas las posibilidades y encontrar las escaleras.
– ¿Cómo pasasteis por la puerta? -Recordaba que contaba con una cerradura recia.
– La hicimos pedazos.
– Oh. -Supongo que eso facilitaría la entrada.
– Pensé que aún estabas allí. Cuando encontré la habitación con el hombre muerto que llevaba los pantalones por los tobillos… -Se detuvo durante un momento-. Estuve seguro de que habías estado allí. Incluso te podía oler en el aire. Había una traza de sangre en él, tu sangre, y pronto encontré más marcas de sangre por el lugar. Me preocupé mucho.
Lo palmeé. Me sentía muy cansada como para hacerlo de forma vigorosa, pero era el único consuelo que podía ofrecerle en ese momento.
«Sookie -dijo despacio-, ¿hay algo más que tengas que contarme?
Tenía demasiado sueño para aquello.
– No -dije, y bostecé-. Creo que ya te lo he contado todo.
– Pensé que, como estaba Eric, igual no querías contar los detalles.
Oí cómo el otro zapato caía al suelo. Lo besé en el pecho, sobre el corazón.
– Godfrey llegó a tiempo. En serio.
Hubo un largo silencio. Miré a la cara de Bill, rígida como una estatua. La negrura de sus cejas resaltaba contra su palidez de forma impactante. Sus ojos oscuros parecían pozos sin fondo.
– Cuéntame el resto -lo exhorté.
– Luego fuimos al refugio nuclear y encontramos una habitación más grande, con una zona llena de suministros, comida y armas, donde resultaba obvio que había vivido otro vampiro.
Yo no había visitado la zona del refugio, y tampoco tenía ganas de hacerlo en breve.
»En la segunda celda estaban Farrell y Hugo.
– ¿Estaba Hugo vivo?
– Apenas -Bill me besó la frente-. Afortunadamente para él, a Farrell le gusta el sexo con hombres más jóvenes.
– Tal vez por eso Godfrey eligió a Farrell cuando decidió darle una lección a otro pecador.
Bill asintió.
– Eso es lo que Farrell dijo. Pero llevaba mucho tiempo sin sexo ni sangre, y estaba hambriento en todos los sentidos. Sin las esposas de plata, Hugo lo hubiera… pasado mal. Incluso con plata en las muñecas y las rodillas, Farrell fue capaz de alimentarse de él.
– ¿Sabías que Hugo era el traidor?
– Farrell oyó tu conversación con él.
– ¿Cómo…? Claro, la agudeza sensorial vampírica. Qué tonta soy.
– A Farrell también le gustaría saber lo que le hiciste a Gabe para que gritara.
– Golpearle las orejas con ambas manos. -Ahuequé las manos para enseñárselo.
– Farrell estaba encantado. Ese Gabe era el típico que disfruta imponiéndose sobre otros. Humilló a Farrell de muchas formas.
– Farrell tuvo suerte de no ser mujer -dije-. ¿Dónde está Hugo?
– En un lugar seguro.
– ¿Seguro para quién?
– Seguro para los vampiros. Lejos de los medios de comunicación. Disfrutarían mucho con su historia.