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– Lo han visto en Monroe.

Suspiré.

– ¿Con alguien más?

– Sí.

– ¿Quién?

– No te lo vas a creer. Con Portia Bellefleur.

No me hubiera sorprendido más que si me hubiera asegurado que Bill estaba saliendo con Hillary Clinton (aunque Bill fuera demócrata). Miré a mi hermano como si de repente hubiera reconocido ser Satanás. La única cosa que Portia Bellefleur y yo teníamos en común era el lugar de nacimiento, los órganos femeninos y el pelo largo.

– Bueno -dije por decir algo-. No sé si reír o llorar. ¿Tú qué piensas?

Si alguien sabía de mujeres, ese era Jason. Al menos, desde el punto de vista de los hombres.

– Es todo lo contrario a ti -sentenció sin pensárselo dos veces-. En todos los aspectos. Tiene estudios, proviene de la aristocracia y es abogada. Además, su hermano es poli. Y van a conciertos sinfónicos y esas mierdas.

Las lágrimas me escocieron los ojos. Hubiera ido a uno de esos conciertos con Bill si me lo hubiera pedido.

»Por otro lado, tú eres lista, guapa, y encajas con él. -No sé qué quería decir Jason con eso, y decidí que sería mejor no preguntar-. Pero no somos aristócratas. Trabajas en un bar, y tu hermano en una grúa. -Jason me ofreció una sonrisa torcida.

– Llevamos aquí tanto tiempo como los Bellefleur -respondí, sin dejar que trasluciera mi malhumor.

– Lo sé, y tú lo sabes también. Y Bill, porque por aquel tiempo aún estaba vivo. -Cierto-. ¿Qué ocurre con el caso de Andy? -preguntó.

– No se han presentado cargos aún, pero los rumores acerca de ese club sexual se extienden con rapidez. Lafayette estaba encantado de que le hubieran aceptado; evidentemente se lo mencionó a muy poca gente. Dicen que ya que la primera regla del club es guardar silencio, Lafayette encontró su final debido a su entusiasmo.

– ¿Qué es lo que opinas tú?

– Pienso que si cualquiera creara uno de esos clubes en Bon Temps, me hubiera llamado -aseguró sin una pizca de humor.

– Pues tienes razón -dije, impresionada por lo sensible que Jason podía ser-. Serías el número uno de la lista. -¿Por qué no había pensado en ello antes? No solo Jason tenía una reputación como don Juan, sino que además era atractivo y soltero.

– Aunque puede que… -dije despacio-, como Lafayette era gay…

– ¿Qué?

– Que igual ese club, si existe, solo admite gente a la que esas cosas no les importan.

– Puedes estar en lo cierto -convino Jason.

– Sí, Sr. Homófobo.

Jason sonrió y se encogió de hombros.

– Todo el mundo tiene un punto débil -reconoció-. Además, como sabes, Liz me ha atado en corto. Creo que cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que si Liz no comparte ni una servilleta, mucho menos un novio.

Correcto. La familia de Liz era conocida por llevar al extremo la frase: «ni prestar ni dejar que me presten».

– Hay muchas cosas peores que ser gay.

– ¿Cómo qué?

– Ladrón, traidor, asesino, violador…

– De acuerdo, de acuerdo, pillo la idea.

– Confío en que sí -dije. Nuestras diferencias me sacaban de quicio. Pero quería a Jason de todas formas; era lo único que me quedaba.

* * *

Vi a Bill con Portia esa misma noche. En el coche de Bill, conduciendo hacia Claiborne Street. Portia tenía la cabeza girada en dirección a él; estaban hablando. Bill miraba hacia delante, inexpresivo. No me vieron. Volvía del cajero automático, de camino al trabajo.

Oírlo y verlo en directo eran dos cosas muy diferentes. Sentí una abrumadora sensación de ira, y comprendí lo que Bill sintió cuando vio morir a sus amigos. Quería matar a alguien. Solo que no estaba segura de a quién.

Andy estaba en el bar esa noche, sentado en la sección de Arlene. Me alegré, ya que no parecía estar en un buen momento. No se había afeitado, y sus ropas tenían un aspecto horrible. Se acercó a mí cuando salía y pude oler la borrachera.

– Vuelve con él -me dijo. Su voz despedía furia-. Vuelve con el puto vampiro para que deje a mi hermana en paz.

No sabía qué decirle. Lo contemplé mientras salía del bar. Se me pasó por la cabeza que ahora la gente no estaría tan sorprendida como hace unas semanas de saber que se había encontrado un cadáver en su coche.

* * *

A la siguiente noche, las temperaturas descendieron. Era viernes y estaba cansada de sentirme sola. Decidí ir a ver el partido de fútbol americano. Se trata de un pasatiempo habitual en Bon Temps, y los partidos se discuten durante la mañana entera del lunes en todas las tiendas de la ciudad. El partido se televisa dos veces en un canal local, y las jóvenes promesas, embutidas en el uniforme de piel de cerdo, son tratadas como auténticos nobles, vaya estupidez.

No vas al partido sin arreglarte un poco.

Me recogí el pelo con una goma elástica y me ricé el resto, por lo que los bucles me colgaban por encima de los hombros. Ya no tenía ningún moratón. Me maquillé al completo, hasta utilicé perfilador de labios. Me puse unos pantalones holgados negros y un jersey de color negro y rojo. Me calcé las botas de cuero negras, y mis pendientes de aro dorados. Luego me puse una diadema roja y negra para ocultar la goma elástica (adivina cuáles son los colores de nuestro equipo).

– Perfecto -dije, tras ver el resultado en el espejo-. De puta madre. -Cogí la chaqueta negra y el bolso y conduje hasta la ciudad.

Las tribunas estaban llenas de gente que conocía. Una decena de voces me llamó, otra decena me dijo lo guapa que estaba, y el problema era… que me sentía miserable. En cuanto me di cuenta, pegué una sonrisa en mi rostro y busqué alguien con quien sentarme.

– ¡Sookie! ¡Sookie! -Tara Thornton, una de mis mejores amigas, me llamaba desde lo alto. Empezó a hacer gestos para que me acercara y yo le sonreí y comencé a escalar en su dirección, sin dejar a saludar a gente por el camino. Mike Spencer, el director de la funeraria, estaba allí, con su traje favorito estilo vaquero, y también la buena amiga de mi abuela, Maxine Fortenberry, y su nieto Hoyt, que era amigo de Jason. Vi también a Sid Matt Lancaster, el viejo abogado, cubierto de ropa y al lado de su esposa.

Tara estaba acompañada por su prometido, Benedict Tallie, al que de forma inevitable se le llamaba «Huevos». Junto a ellos se encontraban el mejor amigo de Benedict, J.B. du Rone. Cuando vi a J.B. me empecé a animar, así como también mi libido reprimida. J.B. podía ser perfectamente portada de una novela rosa; era encantador. Una pena que careciera de cerebro, como descubrí tras unas cuantas citas con él. Con J.B. no hacía falta levantar el escudo mental; no había ningún pensamiento que leer en su cabeza.

– ¡Hey, qué tal estáis!

– ¡Estupendo! -dijo Tara, con cara de felicidad-. ¿Y tú? ¡No te veo desde hace un montón! -Llevaba el pelo corto, a lo gargon, y el color de su barra de labios sería capaz de encender un fuego de lo intenso que era. Vestía de blanco deslucido y negro, con un pañuelo rojo para demostrar su pasión por el equipo. Ella y Huevos compartían una bebida comprada en el propio estuario. La habían aderezado; pude oler el bourbon desde donde estaba.

– Déjame un hueco a tu lado, J.B. -dije con una sonrisa.

– Claro, Sookie -respondió. Parecía muy contento de volver a verme. Ese era uno de los encantos de J.B. Entre los otros estaban una dentadura blanca perfecta, una nariz rectilínea y una cara tan masculina y tan atractiva que te daban ganas de pellizcarle las mejillas; por no hablar de su amplio pecho y pequeña cintura. Quizá no estuviera tan bien como antes, pero J.B. era humano, y eso era un gran punto a su favor. Me acomodé entre Huevos y J.B., y Huevos se giró con una sonrisa en la cara.