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Cuando se me derrumbó encima yo ya estaba exhausta. Se apoyó contra mí, con una pierna encima de la mía, y un brazo encima de mi pecho. Lo único que le quedaba era sacar un hierro de marcar para utilizarlo conmigo, pero no creo que eso me resultara muy divertido.

– ¿Estás bien? -murmuró.

– Sí, excepto por el hecho de haber tropezado contra una pared de ladrillos unas cuantas veces -comenté sin pensar.

Ambos nos dormimos a la vez, aunque Bill se despertó primero, como siempre hacía por la noche.

– Sookie -dijo despacio-. Cariño. Despierta.

– Ooh -contesté, mientras me despejaba. Por primera vez en semanas, me desperté con la convicción de estar en paz con el mundo. Poco a poco me di cuenta de que las cosas no pintaban tan bien. Abrí los ojos. Bill estaba justo sobre mí.

– Tenemos que hablar -dijo a la vez que me apartaba el pelo de la cara.

– Hablemos. -Me había despejado del todo. De lo que me quejaba no era del sexo, sino de no haber hablado sobre nuestra situación.

– Me dejé llevar en Dallas -dijo de inmediato-. También les pasa a los vampiros. Sobre todo cuando una caza se presenta de forma tan obvia. Fuimos atacados. Tenemos el derecho de cazar a los que desean acabar con nosotros.

– Eso es volver al «ojo por ojo» -repliqué.

– Pero los vampiros cazan, Sookie. Está en nuestra naturaleza -dijo todo serio-. Como los leopardos, como los lobos. No somos humanos. Podemos parecerlo, en especial cuando tratamos de vivir junto al resto de la gente… en tu sociedad. A veces recordamos lo que era estar entre vosotros, ser uno de vosotros. Pero no somos de la misma raza. No estamos hechos de la misma pasta.

Me había dicho esto mismo una y otra vez, con diferentes palabras, desde que nos conocíamos.

O tal vez, era él el que me conocía, y yo a él no; al menos no del todo. No importa lo a menudo que pensara que había asumido sus «diferencias», me di cuenta de que aún esperaba que reaccionara como si fuera J.B. du Rone, o Jason, o el pastor de mi iglesia.

– Creo que acabo de comprenderlo -dije-. Pero has de darte cuenta de que a veces no logro distinguir la diferencia. A veces tengo que alejarme y dejar que se me pase. Voy a intentar tomármelo todo con más calma. Te quiero. -Tras comprometerme a este propósito de enmienda, recordé el agravio cometido contra mí. Lo agarré del pelo y lo hice rodar hasta que me puse encima. Lo miré a los ojos-. Ahora dime lo que estabas haciendo con Portia.

Las grandes manos de Bill descansaban sobre mis caderas mientras me lo contaba.

– Vino a verme después de lo de Dallas, la primera noche. Había leído lo que había sucedido allí, y se preguntaba si sabía de alguien que hubiera estado allí ese día. Cuando le dije que yo mismo, no te mencioné, Portia me aseguró que había averiguado que parte de las armas utilizadas en el ataque provenían de un lugar de Bon Temps, la tienda de deportes de Sheridan. Le pregunté cómo se había enterado; replicó que era abogada y no lo podía decir. Quise saber por qué estaba tan preocupada; me respondió que era una buena ciudadana y no le gustaba que persiguieran a las personas. Cuando le pregunté que por qué me fue a ver, me contestó que era el único vampiro que conocía.

Eso tenía la misma credibilidad que asegurar que Portia hacía el baile del vientre por las noches.

Estreché los ojos mientras reflexionaba sobre ello.

– A Portia no le importan una mierda los derechos de los vampiros -dije-. Lo que quería era llevarte al huerto, pero los problemas legales de los vampiros se la sudan.

– ¿Llevarme al huerto? Vaya frases gastas.

– Oh, si ya la has oído antes -dije un tanto avergonzada.

Sacudió la cabeza, y un brillo divertido relumbró en su cara.

– Llevarme al huerto -repitió, pronunciándolo despacio-. Iría a tu huerto si tuvieras uno.

Apretó las manos contra mis caderas y luego las soltó, moviéndome de delante atrás. Comencé a tener problemas para formar ideas.

– Para, Bill -ordené-. Escucha, creo que Portia quiere ser vista contigo para que le pidan que se una a un supuesto club sexual, aquí en Bon Temps.

– ¿Club sexual? -preguntó Bill con interés, sin pensar.

– Sí, no te había dicho… Oh, Bill, no… Bill, aún estoy reponiéndome de la última vez… Oh. Oh, Dios. -Me había agarrado muy fuerte con las manos y me manejaba con tozudez hacia donde quería. Comenzó a agitarme de nuevo, hacia atrás y hacia delante-. Oh -dije, abrumada por el momento. Comencé a ver colores flotar enfrente de mis ojos. Llegó un momento en que me movía tan rápido que apenas era consciente del propio movimiento. Terminamos ambos a la vez y nos enroscamos jadeantes durante varios minutos.

– Nunca nos tuvimos que separar -sentenció Bill.

– No lo sé, esto merece la pena.

Un escalofrío recorrió su cuerpo.

– No -replicó-. Esto es maravilloso, pero preferiría dejar la ciudad unos días antes que pelearme contigo de nuevo. -Abrió los ojos de par en par-. ¿De verdad extrajiste una bala del hombro de Eric con la boca?

– Sí, dijo que tenía que hacerlo antes de que la carne se curara.

– ¿Te dijo que tenía una navaja de bolsillo?

Me quedé desconcertada.

– No. ¿La tenía? ¿Por qué hizo eso?

Bill levantó las cejas, como si hubiera dicho algo ridículo.

– Imagina.

– ¿Para que le chupara el hombro? Qué va.

Bill mantuvo la misma mirada de escepticismo.

»Oh, Bill. Espera un momento… ¡Le dispararon! Esa bala me podía haber matado, pero fue él quien resultó herido. Me protegió.

– ¿Cómo?

– Poniéndose encima de mí…

– Me rindo. -Aunque Bill había perdido ese aire de anticuado, su mirada retenía cierto toque.

– Pero Bill… ¿Crees que es tan pervertido?

De nuevo alzó las cejas.

– Ponerse encima de mí no es tan genial como para recibir una bala a cambio -protesté-. Ergh. ¡Es una locura!

– Bebiste algo de su sangre.

– Solo una gota o dos. Escupí el resto -dije.

– Una o dos gotas bastan cuando eres tan viejo como Eric.

– ¿Bastar para qué?

– Ahora sabrá unas cuantas cosas sobre ti.

– ¿Cómo mi talla de vestido?

Bill sonrió, pero no pareció relajarse.

– No, más bien sabrá cómo te sientes. Enfadada, cachonda, enamorada.

Me encogí de hombros.

– Tampoco le servirá de mucho.

– No creo que sea muy importante, pero ten cuidado a partir de ahora -me advirtió. Parecía muy serio.

– Aún no me puedo creer que alguien reciba una bala por mí con la esperanza de que yo ingiera parte de su sangre al extraerla de la herida. Es ridículo. Me da la impresión de que has metido a este individuo en la conversación para que deje de quejarme de lo de Portia, pero no lo has logrado. Sigo pensando que Portia cree que si sale contigo alguien le pedirá que acuda a su club sexual, ya que si está dispuesta a tirarse a un vampiro estará dispuesta a tirarse a cualquier otra cosa. O eso es lo que creen -dije rápidamente después de ver la expresión de Bill-. Portia se imagina que desde dentro aprenderá lo suficiente como para enterarse de quién mató a Lafayette, y que así Andy quede libre de culpa.

– Qué retorcido.

– ¿Puedes refutar mis argumentos de algún modo? -Me enorgullecí de utilizar la palabra «refutar», que era la palabra de hoy según mi calendario «aprenda una nueva palabra cada día».

– No. -Se quedó quieto, los ojos fijos y sin parpadear, las manos relajadas. Ya que Bill no respira, se puede quedar inmóvil del todo.