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Volvió a parpadear.

– Hubiera sido mejor si me hubiera contado la verdad desde el primer momento.

– Menos mal que no te lo has montado con ella -dije. Por fin admití para mí misma que el mero hecho de que tal posibilidad existiera me había vuelto ciega de celos.

– Ya tardabas en preguntármelo -dijo con calma-. Como si me fuera a acostar con alguna Bellefleur. No, no tiene el más mínimo deseo de practicar sexo conmigo. Incluso tiene problemas para aparentar que le gusto. Portia no es buena actriz. Siempre que estamos juntos habla sobre las armas que la Hermandad esconde aquí, y de que los simpatizantes de la Hermandad son los que las ocultan.

– ¿Y por qué seguiste con la farsa?

– En el fondo, su comportamiento es honorable. Y quería ver si te ponías celosa.

– Oh, ya veo. ¿Y cuál ha sido el resultado?

– El resultado es que…, mejor que no te vuelva a ver a menos de un metro de ese ceporro guaperas de nuevo.

– ¿J.B.? Si soy como su hermana -aseguré.

– Te olvidas de que tienes mi sangre en tu interior, y que sé lo que sientes -replicó Bill-. No creo que te consideres su hermana.

– Eso explicaría por qué estoy aquí en la cama contigo, ¿no?

– Me quieres.

Me reí, pegada a su cuello.

»Amanecerá en breve -dijo-. He de irme.

– De acuerdo, cariño. -Le sonreí mientras recogía su ropa-. Hey, me debes un jersey nuevo y un sujetador. Dos sujetadores. Gabe me rompió uno, y estaba en horas de trabajo. Y tú te cargaste el otro la noche pasada, y también mi jersey.

– Por eso es por lo que compré una tienda de ropa femenina -dijo con suavidad-. Así puedo romperlo todo si estoy lanzado.

Me reí y me dejé caer. Dormiría un par de horas más. Aún estaba sonriendo cuando se marchó de casa, y me desperté a mitad de mañana con una sensación en mi corazón que llevaba mucho tiempo sin experimentar (bueno, a mí me pareció mucho tiempo). Anduve despacio hasta el baño y me sumergí en la bañera llena de agua caliente. Cuando empecé a lavarme, noté algo en las orejas. Me levanté y miré en el espejo que había sobre el lavabo. Me había puesto los pendientes de topacio mientras dormía.

El Sr. Última palabra.

* * *

Debido a que nuestra reconciliación había sido secreta, fue a mí a quien invitaron al club primero. Nunca pensé que algo así podría ocurrirme; pero después me di cuenta de que si Portia pensaba que la invitarían si salía con un vampiro, era lógico que yo fuera la primera elección.

Para sorpresa y disgusto mío, el sujeto en cuestión era Mike Spencer. Mike era el director de la funeraria y el juez de instrucción de Bon Temps. No siempre habíamos mantenido una buena relación. Sin embargo, lo conocía desde pequeña y estaba acostumbrado a respetarlo, un hábito difícil de romper. Mike llevaba el traje que vestía en el trabajo cuando entró en Merlotte esa noche, ya que venía del velatorio de la señorita Cassidy. Un traje oscuro, camisa blanca, corbata a rayas y zapatos brillantes. Tal atuendo lo alejaba bastante de su habitual imagen con corbatas de lazo y botas de cowboy.

Ya que Mike tenía al menos veinte años más que yo, siempre lo había tratado como a un mayor. Así que cuando se acercó a mí me dejó un poco patidifusa. Se sentó solo, lo que ya era bastante excepcional como para ser de relevancia. Le serví una hamburguesa y una cerveza.

– Sookie, algunos de nosotros nos reunimos en la casa del lago de Jan Fowler, mañana por la noche. ¿Te gustaría venir? -Me lo soltó cuando fue a pagar, de una forma casual, de pasada.

Es una alegría contar con una cara bien entrenada. Sentí como si una fosa se abriera a mis pies, y las náuseas me asaltaron. Lo comprendí a la primera, pero no podía creérmelo. Abrí mi mente para captar sus pensamientos, a la vez que mi boca hablaba.

– ¿«Algunos de nosotros»? ¿Quiénes, Sr. Spencer?

– ¿Por qué no me llamas Mike, Sookie? -Yo asentí, sin dejar de tantear su mente en todo momento. Oh, mierda, Louise. Argh-. Unos cuantos amigos tuyos también irán. Huevos, Portia, Tara. Los Hardaway.

Tara y Huevos… Me quedé helada.

– ¿Y cómo es la fiesta? ¿Beber y bailar? -No era una pregunta ilógica. No importa cuánta gente supiera que yo era capaz de leer mentes, nunca lo creían, a pesar de ser testigos de las pruebas. Mike no se creía que fuera posible que recibiera las imágenes y los conceptos flotando desde su mente a la mía.

– Bueno, a veces nos descocamos un poco. Ya que has roto con tu novio igual te apetece desfogarte un poco.

– Igual voy -dije, sin mucho entusiasmo. No quería parecer ansiosa-. ¿A qué hora?

– A las diez de la noche.

– Gracias por la invitación -dije, y luego me marché con la propina. Durante el resto del turno me dediqué a pensar en todo aquello una y otra vez.

¿Serviría de algo que fuera? ¿Aprendería algo de utilidad para resolver el asesinato de Lafayette? Andy Bellefleur no me caía muy bien, y ahora Portia incluso menos, pero tampoco era justo que Andy fuera perseguido y que su reputación se viniera abajo por algo que no había hecho. Por otro lado, no había razón para creer que por estar en una fiesta con ellos ya me fueran a revelar todos sus secretos. Tendría que ser una habitual, y no sé si tenía estómago para ello. La última cosa que quería ver en el mundo era a mis amigos y vecinos «descocándose».

– ¿Qué pasa, Sookie? -preguntó Sam, tan cerca de mí que me sobresalté.

Lo miré, y deseé saber lo que pensaba. Sam era fuerte y delgado, y también inteligente. Ni la llevanza de los libros, ni el mantenimiento ni la planificación de su bar habían sido problema para él. Sam era un hombre autosuficiente, y a mí me caía bien, y confiaba en él.

– Estoy dándole vueltas a un dilema -contesté-. ¿Qué tal tú?

– Anoche mismo recibí una interesante llamada telefónica, Sookie.

– ¿De quién?

– Una mujer chillona de Dallas.

– ¿En serio? -Sonreí de manera genuina-. ¿No sería una mujer de ascendencia mexicana?

– Creo que sí. Me habló de ti.

– Es muy impetuosa -aseguré.

– Tiene un montón de amigos.

– ¿La clase de amigos que te gustaría tener?

– Ya tengo buenos amigos -respondió Sam, y me apretó la mano durante un segundo-. Pero siempre está bien conocer a gente con quien compartes intereses.

– ¿Así que vas para Dallas?

– Debería. Mientras tanto, me ha puesto en contacto con alguna gente de Ruston que también…

Cambia de forma cuando la Luna está llena, terminé mentalmente.

– ¿Cómo dieron contigo? No les dije tu nombre a propósito, por si acaso no querías que lo hiciera.

– Ella te rastreó -dijo Sam-. Y averiguó que tu jefe era especial… preguntando a los de la zona.

– ¿Cómo es que no habías contactado con ellos hasta ahora?

– Hasta que no me hablaste de la ménade -dijo Sam-, nunca me di cuenta de que había muchas cosas que me quedaban por aprender.

– ¿Te has estado viendo con ella?

– He pasado algunas noches con ella en los bosques, sí. Como Sam, y en mi otra forma.

– Pero si es malvada…

Sam se puso rígido.

– Es una criatura sobrenatural como yo -dijo al final-. Ni es buena ni mala, solo es lo que es.

– Oh, mierda. -No podía creer lo que estaba oyendo-. Si está contigo es porque quiere algo de ti. -Recordé lo bella que era la ménade. Bueno, si le quitas las manchas de sangre. Y a Sam, como cambiaforma, no le importarían mucho-. Oh -dije, comprendiéndolo de golpe. No era capaz de leer la mente de Sam con claridad ya que era una criatura sobrenatural, pero sí que podía calibrar su estado emocionaclass="underline" avergonzado, cachondo, resentido…, y cachondo.

»Oh -repetí, de forma rígida-. Disculpa Sam. No quería hablar mal de alguien a quien tú…, tú, ah… -No podía decir «te estás tirando», aunque fuera justo lo que pasaba-, estás saliendo -terminé sin mucha convicción-. Estoy segura de que es encantadora una vez la conoces. Por supuesto, quizá el hecho de que estuviera a punto de sajarme la espalda tuviera algo que ver con mis prejuicios hacia ella. En lo sucesivo trataré de ser más abierta de mente. -Y me alejé para servir una mesa, dejando a Sam boquiabierto detrás de mí.