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– Ya eres lo suficientemente viejo como para saber que no has de entrar en casa de nadie sin antes llamar a la puerta. Además, ¿te he dicho que entraras? -Tenía que haberlo invitado, o Eric no podría haber pasado del umbral.

– Cuando me pasé el mes pasado para ver a Bill. Llamé a la puerta -dijo Eric, tratando de sonar herido-. No has respondido y creí oír voces, así que entré. Incluso he gritado tu nombre.

– Debes de haberlo susurrado. -Aún estaba furiosa-. ¡Pero has actuado mal, y lo sabes!

– ¿Qué es lo que vas a llevar a la fiesta? -preguntó Eric, cambiando de tercio-. Si es una orgía, ¿qué es lo que va a ponerse una buena chica como tú?

– Ni idea -dije, desinflada al recodar que aún no lo había decidido-. Supongo que esperan que vaya de la misma forma que lo hace una chica que está acostumbrada a ir a orgías, pero nunca he estado en una. No sé por dónde comenzar, aunque sí sé más o menos cómo acabar.

– Yo sí he estado en orgías -reconoció Eric.

– ¿Por qué no me sorprende? ¿Qué es lo que te pones?

– La última vez una piel de animal; pero dado que los tiempos cambian, he preferido llevar esto. -Eric vestía un abrigo largo. Se lo quitó de manera afectada y me quedé petrificada. Normalmente, Eric llevaba una camiseta y unos vaqueros azules. Hoy se había ataviado con una camiseta de tirantes rosa y unas mallas de licra. A saber de dónde los había sacado; no conocía ninguna marca que fabricara mallas de licra para hombres en talla XL. Eran de color rosa y azul, como los remolinos dibujados a los lados del camión de Jason.

– Guau -exclamé, ya que no se me ocurría otra cosa que decir-. Guau. Genial. -Cuando tienes delante de ti a un tío enorme vestido con licra, no hay mucho que quede a la imaginación. Resistí la tentación de pedirle que se diera la vuelta.

– No creo que pasara por una reinona -dijo Eric-, pero creo que de esta forma envío una señal bastante confusa. -Me pestañeó acarameladamente. Eric disfrutaba con todo aquello.

– Oh, sí -dije, mientras trataba de fijar la vista en otro sitio.

– ¿Quieres que mire en tu armario para buscarte algo adecuado? -sugirió Eric. Ya había abierto el cajón superior de mi comodín cuando lo detuve.

– ¡No! ¡No! ¡Ya encontraré algo! -Pero no hallé nada más sexy que unos pantalones cortos y una camiseta. No obstante, los pantalones eran de mis tiempos de estudiante, y se me pegaron a las piernas «como un capullo contiene a una mariposa», dijo Eric con lenguaje poético.

– Más bien me parezco a Daisy Dukes -refunfuñe, a la vez que me preguntaba si la tira del biquini que llevaba debajo se me quedaría grabada en el culo para el resto de mi vida. También me puse un sujetador azul acero con una camiseta de tirantes blanca que dejaba al descubierto gran parte del sujetador. Era uno de mis sujetadores de repuesto, y Bill ni siquiera lo había visto aún, así que esperé que no le pasara nada malo. Aún conservaba el bronceado; decidí llevar el pelo suelto.

– Hey, tenemos el pelo del mismo color -dije.

– Claro, pequeña -Eric me sonrió-. ¿Pero eres rubia en todas partes?

– ¿Te gustaría saberlo?

– Sí -reconoció sin más.

– Bueno, entonces tendrás que preguntar.

– Yo lo soy -dijo-. Por todas partes.

– Es fácil averiguarlo por el pelo del pecho.

Eric me levantó el brazo para mirarme la axila.

– Las mujeres estáis como regaderas. No deberíais depilaros -dijo, y me dejó caer el brazo.

Abrí la boca para decir algo, aunque me di cuenta de que la conversación acabaría mal, así que cambié de idea.

– Tenemos que irnos.

– ¿No te vas a echar colonia? -Estaba olisqueando todas las botellas de mi tocador-. ¡Hey, ponte esta! -Me acercó una botella y la cogí sin pensármelo dos veces. Alzó las cejas-. Tienes más sangre vampírica de lo que pensaba, señorita Sookie.

– Obsesión -dije, al mirar la botella-. De acuerdo.

Sin responder a su observación, me eché un poco de Obsesión entre los pechos y tras las rodillas. De esa forma me olería bien todo el cuerpo.

– ¿Cuáles son los planes, Sookie? -preguntó Eric mientras seguía todo el procedimiento con interés.

– Lo que haremos será ir a esa estúpida fiesta auto denominada orgía y mantenernos al margen en lo posible, mientras yo reúno información de las mentes de los invitados.

– ¿Información sobre qué?

– Sobre el asesinato de Lafayette Reynold, el cocinero del Merlotte.

– ¿Y por qué vamos a hacer eso?

– Porque Lafayette me caía bien. Y para limpiar la reputación de Andy Bellefleur.

– ¿Bill sabe que vas a tratar de salvar a un Bellefleur?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Sabes que Bill odia a los Bellefleur -respondió Eric, como si fuera un dato conocido en toda Luisiana.

– No -aclaré-. No tenía ni idea. -Me senté en la silla situada al lado de mi cama, con los ojos clavados en la cara de Eric-. ¿Por qué?

– Tendrás que preguntárselo a Bill, Sookie. ¿Y esa es la única razón por la que vas? ¿Seguro que no es una astuta excusa para quedar conmigo?

– No soy tan astuta, Eric.

– Creo que te subestimas, Sookie -opinó él con una sonrisa cegadora.

Recordé que ahora percibía mi estado de ánimo, según me había contado Bill. Me pregunté lo que sabía sobre mí que yo misma desconocía.

– Escucha, Eric -comencé, cuando salimos por la puerta y cruzamos el porche. Entonces tuve que pararme y pensar bien cómo decir lo que quería decir.

Aguardó. La noche se había nublado y los bosques parecían estar más cerca de la casa. Sabía que la noche tenía un aspecto más opresivo porque me dirigía a un lugar al que no quería ir. Iba a aprender cosas sobre la gente que no sabía y no quería saber. Resultaba un tanto estúpido buscar el tipo de información que me había llevado años aprender a bloquear. Pero lo cierto es que me sentía impelida a averiguar la verdad por Andy Bellefleur; y respetaba a Portia en cierta forma, ya que estaba decidida a realizar algo que le resultaba desagradable con tal de salvar a su hermano. Que Bill provocara en Portia un rechazo instintivo era algo incomprensible para mí, pero si Bill decía que él la asustaba, sería cierto. La mera idea de afrontar, esa misma noche, el auténtico rostro de personas a las que conocía desde pequeña me hacía encogerme de miedo.

»Cuida de mí esta noche ¿vale? -le dije sin rodeos-. No tengo intención de intimar con ninguna de esas personas. Supongo que estoy asustada por si ocurre algo, algo que llevara la situación demasiado lejos. Incluso aunque sirviera para aclarar el asesinato de Lafayette, no voy a liarme con ninguno de esos. -Eso era lo que me daba miedo de verdad, a pesar de que no lo había admitido hasta ahora: que algo saliera mal, que se estropeara todo y acabara convirtiéndome en una víctima. Cuando era niña, me sucedió una cosa que no fui capaz de controlar ni prevenir, algo increíblemente vil. Prefería morir antes que ser objeto de abusos otra vez. Por eso me defendí con tanta ferocidad de Gabe y quedé tan aliviada cuando Godfrey lo mató.

– ¿Confías en mí? -Eric sonaba sorprendido.

– Sí.

– Es… extraño, Sookie.

– No, creo que no. -De dónde provenía esa seguridad no tenía ni idea, pero estaba allí. Me puse un jersey de manga larga que había cogido antes de salir.

Sacudiendo su cabeza, y tras cerrarse el abrigo largo, Eric abrió la puerta de su Corvette rojo. Nadie en la fiesta podría decir que no teníamos estilo.

Le di las indicaciones precisas para llegar al lago Mimosa y le conté todo lo necesario sobre aquel asunto mientras conducíamos (volábamos) por la estrecha carretera de dos carriles. Eric conducía con gran entusiasmo y energía…, y también con la temeridad de quien no resulta herido con facilidad.

– Recuerda que yo sí soy mortal -remarqué después de pasar por una curva a tal velocidad que deseé que mis uñas fueran más largas para poder mordérmelas.