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– Pienso sobre ello a menudo -contestó Eric, con los ojos fijos en la carretera de delante.

No sabía a lo que se refería, así que dejé que mi mente vagara para relajarme. El baño con Bill. El cheque que me daría Eric cuando cobrara a los vampiros de Dallas. El hecho de que Jason se hubiera citado con la misma mujer durante varios meses seguidos, lo que significaba que iba en serio con ella, o que se le habían acabado todas las mujeres disponibles (y unas cuantas de las no disponibles) en Renard. Era una noche fría y bonita, y estaba subida en un coche maravilloso.

– Estás feliz -dijo Eric.

– Sí. Lo estoy.

– Estarás a salvo.

– Gracias. Lo sé.

Señalé a la señal que rezaba «FOWLER» y que señalaba un camino casi oculto por mirtos y espinos. Giramos por una carretera de grava flanqueada por árboles. Eric frunció el ceño cuando el Corvette trastabilló al pasar por los grandes baches de la vía. Cuando la carretera se niveló, llegamos al lugar donde se erguía la cabaña. La inclinación de la cuesta era suficiente para alcanzar a ver el tejado un poco por debajo de la altura de la carretera que rodeaba el lago. Había cuatro coches aparcados sobre la tierra compactada que había frente a la cabaña. Tenían las ventanas abiertas para que entrara el frío de la noche, pero ya se dibujaban algunas sombras. Oí voces charlar, aunque no distinguí lo que decían. De repente no quise entrar en la cabaña de Jan Fowler.

– ¿Puedo ser bisexual? -preguntó Eric. No parecía molestarle; en todo caso aquello le divertía. Nos quedamos de pie, allí, junto al lado del coche de Eric, mirándonos a la cara.

– De acuerdo. -Me encogí de hombres. ¿Qué más daba? Era creíble. Capté un movimiento por el rabillo del ojo. Alguien nos estaba vigilando desde las sombras-. Nos vigilan.

– Entonces me comportaré de forma amistosa.

Ya habíamos salido del coche. Eric se inclinó, y sin moverse de forma brusca puso su boca sobre la mía. No me agarró, así que me sentí relajada. Sabía que como mínimo debería besar a los demás. Así que me concentré.

Tal vez tenía un don natural, perfeccionado por un gran profesor. Bill me consideraba una besucona excelente, y quería que estuviera orgulloso de mí.

A juzgar por el estado de la licra de Eric, tuve éxito.

– ¿Listo para entrar? -pregunté, concentrándome en mantener los ojos a la altura de su pecho.

– No del todo -confesó Eric-. Pero supongo que tenemos que hacerlo ya. Al menos estoy del humor adecuado.

Aunque era molesto pensar que esta era la segunda vez que había besado a Eric y que había disfrutado más de lo debido, una sonrisa curvó las esquinas de mi boca cuando cruzamos el terreno de la entrada. Subimos a una plataforma de madera, donde uno esperaría sillas plegables de aluminio y una gran barbacoa. La puerta exterior chirrió cuando Eric la abrió, y yo fui quien llamó a la interior.

– ¿Quién es? -dijo la voz de Jan.

– Sookie y un amigo -respondí.

– ¡Genial ¡Entrad! -gritó.

Cuando empujé la puerta, todas las caras de la habitación se giraron hacia nosotros. Las sonrisas de bienvenida se convirtieron en miradas sorprendidas cuando Eric entró detrás de mí.

Eric se colocó a un lado, con el abrigo bajo el brazo, y casi me eché a reír ante la variedad de expresiones. Después de la impresión al darse cuenta de que Eric era un vampiro, lo que ocurrió en el transcurso de un minuto o así, los ojos parpadearon y calibraron la longitud del cuerpo de Eric.

– Hey, Sookie ¿quién es tu amigo? -Jan Fowler, una divorciada múltiple que rondaría los treinta, vestía lo que parecía un salto de cama. Llevaba el pelo cuidadosamente alborotado y su maquillaje no habría desentonado tanto en un escenario, aunque quizá para una cabaña del lago Mimosa era excesivo. Pero como anfitriona, supongo que pensaría que podría llevar lo que le diera la gana en su propia orgía. Me deshice del jersey y soporté el mismo escrutinio al que habían sometido a Eric.

– Es Eric -dije-. Espero que no os importe que haya traído a un amigo.

– Cuantos más, mejor -dijo ella con auténtica sinceridad. Sus ojos no se apartaron del rostro de Eric-. Eric ¿quieres beber algo?

– ¿Sangre? -preguntó ansioso.

– Sí, creo que tengo algo de Cero por aquí -contestó ella, incapaz de alejar la vista de la licra-. A veces nosotros… fingimos. -Alzó las cejas con complicidad y le echó una mirada de soslayo.

– Ya no hay necesidad de fingir más -dijo Eric, devolviéndole la mirada. De camino a la nevera, golpeó el hombro de Huevos y su cara se iluminó.

Oh. Bueno, ya había averiguado unas cuantas cosas. Tara, detrás de él, estaba enfurruñada, con las cejas castañas fruncidas sobre sus ojos igual de castaños. Tara llevaba un sujetador y medias de rojo intenso; estaba muy guapa. Las uñas de pies y manos habían sido pintadas a juego, igual que los labios. Había venido preparada. La miré a los ojos y apartó la vista. No me hizo falta recurrir a la lectura de mentes para reconocer la vergüenza.

Mike Spencer y Cleo Hardaway estaban sentados en un sofá situado al lado de la pared izquierda. La casa consistía básicamente en una enorme habitación con un lavabo, una estufa en la pared de la derecha y un baño empotrado al fondo. La decoración se limitaba a muebles viejos, porque eso es lo que se hacía en Bon Temps con los muebles demasiado antiguos. No obstante, la mayoría de las cabañas del lago no dispondrían de una alfombra tan gruesa ni tampoco de un montón de almohadas tiradas por ahí, ni tendrían las ventanas pintadas. Además, los juguetes que había tirados por ahí me daban asco. Había cosas que ni sabía lo que eran.

Pero exhibí una falsa sonrisa y abracé a Cleo Hardaway, que es lo que solía hacer cuando la veía. Cierto es que cuando ella trabajaba en la cafetería del instituto iba con más ropa encima, pero las bragas ya eran bastante más que lo que Mike llevaba puesto.

Ya sabía que iba a ser malo, pero supongo que hay cosas para las que no te puedes preparar. Las enormes tetas de Cleo, color chocolate con leche, habían sido engrasadas con algún tipo de aceite, y las partes pudendas de Mike lucían igual de brillantes. Ni siquiera quería pensar en ello.

Mike trató de darme la mano, tal vez para que le ayudara con el aceite, pero me aparté y me dirigí a Huevos y Tara.

– Pensé que no vendrías -dijo Tara. Sonreía, pero no se lo estaba pasando bien. De hecho, parecía infeliz. Quizá el hecho de que Tom Hardaway se estuviera arrodillando enfrente de ella para besuquearle la pierna tuviera que tener algo que ver. O quizá fuera el súbito interés de Huevos por Eric. Traté de mirarla a los ojos, pero me sentía enferma.

Solo llevaba allí cinco minutos, pero ya se habían convertido en los cinco minutos más largos de mi vida.

– ¿Haces esto a menudo? -le pregunté a Tara. Huevos, con los ojos fijos en el trasero de Eric mientras este aún charlaba con Jan, empezó a juguetear con el botón de mis pantaloncitos. Había vuelto a beber. Lo podía oler. Tenía los ojos nublados y la mandíbula floja.

– Tu amigo es enorme -dijo, como si tuviera la boca hecha agua, y tal vez así fuera.

– Mucho más grande que Lafayette en todos los sentidos -susurré, y su mirada se encontró con la mía-. Imagino que sería bienvenido.

– Oh, sí -dijo Huevos, sin querer rebatir mi afirmación-. Sí, Eric… es muy grande. Es bueno tener variedad.

– Esto es lo mejor que vas a encontrar en el ambiente de Bon Temps -dije, esforzándome por no sonar muy alegre. Aguanté la lucha de Huevos con el botón. Aquello había sido un grave error. Huevos estaba pensando en el culo de Eric. Y en otras cosas también.

Hablando del diablo, Eric se colocó detrás de mí y me echó los brazos por encima, y después tiró de mí y me alejó de los torpes dedos de Huevos. Me apoyé en él, contenta de que estuviera allí. Me di cuenta de que eso se debía a que yo esperaba que Eric no se comportara de la manera que yo quería. Pero ver a la gente que conoces de toda la vida actuar de esa forma era asqueroso. No estaba muy segura de si podría mantener la compostura, así que me meneé entre los brazos de Eric, y cuando emitió un sonido de satisfacción me giré para encararlo. Le rodeé el cuello con los brazos y miré hacia arriba. Estuvo de acuerdo con mi sugerencia muda. Con mi cara oculta, mi mente era libre para vagar. Me abrí mentalmente mientas Eric me apartaba los labios con la lengua, con lo que me pilló con la guardia baja. Había algunos «emisores» más potentes en la habitación. Dejé de ser yo misma y me transformé en una cañería para los anhelos abrumadores del resto de la gente.