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Casi llegué a saborear los pensamientos de Huevos. Recordaba a Lafayette, su delgado cuerpo bronceado, sus dedos talentosos y aquellos ojos recargados de maquillaje. También recordaba las sugerencias susurradas. Luego los mezcló con algunos pensamientos menos placenteros, Lafayette protestaba con violencia, de manera estridente…

– Sookie -me dijo Eric al oído, tan bajo que estuve segura de que no había nadie en la habitación que hubiera podido oírlo-. Sookie, tranquila. Te tengo.

Le acaricié el cuello con la mano. Advertí que había alguien detrás de él tratando de meterle mano.

La mano de Jan pasó al lado de Eric y comenzó a acariciarme el trasero. Puesto que me tocaba, podía leer sus pensamientos sin problemas; era una «emisora» excelente. Ojeé su mente como si fueran las páginas de un libro, y no hallé nada de interés. Solo pensaba en la anatomía de Eric y solo estaba preocupada por su propia fascinación con el pecho de Cleo. Nada que me sirviera.

Cambié de dirección y me introduje en la cabeza de Mike Spencer, donde encontré el asqueroso embrollo que había esperado de él. Mientras sobaba los pechos de Cleo con las manos tenía la mente puesta en una piel bronceada, abotargada y sin vida. Su propia carne se erizó al recordarlo. A través de sus recuerdos vi a Jan despierta en el sofá desvencijado, la queja de Lafayette acerca de que si no dejaban de hacerle daño le diría a todo el mundo lo que había hecho y con quién, y entonces Mike descargó los puños, Tom Hardaway se arrodilló sobre el pequeño pecho bronceado…

Tenía que salir de allí. No era capaz de soportarlo, aunque aún no hubiera averiguado lo que necesitaba saber. No tenía ni idea de cómo Portia lo había aguantado, sobre todo si tenemos en cuenta que no poseía el mismo «don» que yo.

Capté la mano de Jan, que me masajeaba el culo. Era la excusa más basta que había visto jamás para practicar sexo: sexo separado de la mente y del espíritu, del amor y del afecto. Incluso de la mera atracción.

Según mi amiga Arlene, casada cuatro veces, a los hombres les daba igual eso. Evidentemente, a algunas mujeres también.

– Tengo que salir de aquí -susurré pegada a la boca de Eric. Sabía que me oiría.

– No te despegues de mí -replicó, y fue casi como si lo hubiera oído dentro de la cabeza.

Me levantó y me echó sobre su hombro. Mi pelo colgaba hasta llegar a la altura de su muslo.

– Salimos fuera un minuto -le dijo a Jan, y escuché un fuerte sonido de succión. Le había dado un beso.

– ¿Puedo ir yo también? -preguntó, con voz a lo Marlene Dietrich. Menos mal que no se me veía la cara.

– En un rato. Sookie es un poco tímida -respondió Eric con un tono tan lleno de promesas como una bañera llena de un nuevo sabor de helado.

– Caliéntala a conciencia -comentó Mike Spencer con voz aterciopelada-. Todos queremos verla desmelenada.

– Lo haré -prometió Eric.

– La queremos caliente como un horno -apostilló Tom Hardaway desde las piernas de Tara.

Entonces, Dios bendijera a Eric, salimos por la puerta y me descargó sobre el capó del Corvette. Se puso sobre mí, pero la mayoría de su peso lo soportaban sus manos, que se apoyaban sobre el coche a la altura de los hombros.

Me estaba mirando; la cabeza le bailaba como la cubierta de un barco durante una tormenta. Tenía los colmillos fuera. Los ojos abiertos de par en par. Como el blanco de los ojos era tan intenso, lo podía apreciar a la perfección. Sin embargo, había demasiada oscuridad como para ver el azul de sus pupilas, aunque hubiera querido.

No quería.

– Eso ha sido… -comencé, y tuve que parar. Inhalé profundamente-. Llámame antigua si quieres, y no te culparé; después de todo fue idea mía. ¿Pero sabes qué pienso? Pienso que esto es algo horrible. ¿En realidad les gusta esto a los hombres? ¿Y a las mujeres? ¿Es divertido tener sexo con alguien que ni siquiera te gusta?

– ¿Te gusto yo, Sookie? -preguntó Eric. Se dejó caer sobre mí un poco más.

Oh-oh.

– Eric, ¿recuerdas por qué estamos aquí?

– Nos están mirando.

– Da igual. ¿Lo recuerdas?

– Sí, lo recuerdo.

– Tenemos que irnos.

– ¿Tienes alguna pista? ¿Has averiguado algo?

– No tengo más pistas que las que tenía esta noche, al menos que pueda usar en un tribunal. -Coloqué los brazos en torno a sus costillas-. Pero sé quién lo hizo. Fueron Mike, Tom y tal vez Cleo.

– Interesante -dijo Eric, con una total falta de sinceridad. Su lengua golpeó contra mi oreja. Era algo que me encantaba, por lo que el pulso se me aceleró. Tal vez no fuera tan inmune al sexo por el sexo como había pensado. Pero Eric me gustaba cuando no le tenía miedo.

– No, odio esto -dije, tras llegar a una conclusión interna-. No me gusta nada en absoluto. -Empujé a Eric con fuerza, pero no sirvió de mucho-. Eric, escúchame. He hecho todo lo que he podido por Andy Bellefleur y Lafayette, aunque no ha sido mucho. Tendrá que utilizar lo poco que he averiguado. Es policía. Encontrará algo que sirva ante un tribunal. No soy tan buena persona como para seguir con esto.

– Sookie -dijo Eric. No había escuchado ni una palabra-. Entrégate a mí.

Al menos era directo.

– No -dije, con el tono más decidido posible-. No.

– Te protegeré de Bill.

– ¡Tú eres quien va a necesitar protección! -Cuando me di cuenta de lo que había dicho, no me sentí muy orgullosa de la frase.

– ¿Crees que Bill es más fuerte que yo?

– No estoy teniendo esta conversación. -No tardé mucho en tenerla-. Eric, aprecio tu ayuda, y también el que hayas venido a un sitio tan horrible como este.

– Créeme, Sookie, esta mierda no es nada, nada en absoluto, comparada con algunos sitios en los que he estado.

Y no tuve duda alguna.

– De acuerdo. Pero es un lugar horrible para mí. Ahora me doy cuenta de que debería haber sabido que esto, ah, alentaría tus esperanzas, pero sabes que no he venido aquí para follar con nadie. Bill es mi novio. -Aunque las palabras «novio» y «Bill» sonaran ridículas en la misma frase, «novio» era la función que cumplía Bill en mi vida.

– Es un placer oír eso -dijo una voz fría y familiar-. No obstante, la escena que estoy viendo me haría dudar.

Estupendo.

Eric se quitó de encima de mí y yo me despegué del coche y salí corriendo en la dirección de la voz de Bill.

– Sookie -me dijo cuando me acerqué-, está visto que no te puedo dejar sola ni un momento.

Aunque no había demasiada iluminación, juzgué que no estaba muy contento de verme. Pero tampoco lo podía culpar por ello.

– He cometido un grave error -reconocí, hablando con el corazón. Lo abracé.

– Hueles como Eric -me dijo entre el pelo. Demonios, para Bill siempre olía a otros hombres. Una ola de vergüenza y pesar me recorrió, y me di cuenta de que algo iba a pasar.

Pero lo que ocurrió no era lo que esperaba.

Andy Bellefleur salió de entre los arbustos con una pistola en la mano. Sus ropas estaban rotas y manchadas, y el arma que portaba parecía enorme.

– Sookie, aléjate del vampiro -ordenó.