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– No. -Me enrollé en torno a Bill. No sabía si lo estaba protegiendo a él o si era al revés. Pero si Andy nos quería separados, yo me quedaría pegada a Bill.

Hubo un súbito alboroto en el porche de la cabaña. Alguien estaba mirando fuera de la ventana (me pregunté si Eric sería el causante) porque, aunque no podían haber oído nuestras voces, la confrontación del claro había atraído la atención de los de dentro. Mientras Eric y yo estábamos en el patio, la orgía había seguido su curso. Tom Hardaway estaba desnudo, y Jan también. Huevos Tallie parecía borracho.

– Hueles como Eric -repitió Bill, con voz siseante.

Me aparté de él y me olvidé por completo de Andy y su pistola. Y también perdí la calma.

Es algo raro, pero no tan raro como solía. Casi había pasado a ser hilarante.

– Ya, claro ¡¿y tú a qué hueles?! ¡Por lo que sé te has tirado a seis mujeres! Eso no es jugar limpio, ¿no?

Bill se quedó con la boca abierta, aturdido. Detrás de mí, Eric comenzó a reírse. La multitud del porche estaba muda. Andy no se creía que todo el mundo ignorara al hombre de la pistola.

– Todos juntos -ordenó. Andy había bebido mucho.

Eric se encogió de hombros.

– ¿Te has enfrentado alguna vez a vampiros, Bellefleur? -preguntó.

– No -dijo Andy-. Pero te dispararé hasta que mueras. Tengo balas de plata.

– Eso es… -comencé a decir, pero la mano de Bill me tapó la boca. Las balas de plata solo eran fatales para los hombres lobo, aunque los vampiros tampoco reaccionaban bien ante la plata, por lo que un impacto en una zona vital les haría daño de verdad.

Eric alzó una ceja y se dirigió hacia los orgiásticos de la cubierta. Bill me cogió la mano y fuimos con él. Por una vez, me hubiera gustado saber lo que Bill estaba pensando.

– ¿Quién fue el culpable? ¿O fuisteis todos? -bramó Andy.

Todos guardamos silencio. Yo estaba al lado de Tara, que temblaba en ropa interior. Tara estaba asustada, algo nada sorprendente. Me pregunté si conocer los pensamientos de Andy sería de ayuda, y comencé a concentrarme en él. Los borrachos no son buenos emisores ya que solo piensan en estupideces, y sus ideas suelen ser muy confusas. Sus recuerdos también. Andy no pensaba en muchas cosas en este momento. No le caía bien nadie del claro, hasta se repugnaba a sí mismo, y estaba decidido a obtener la verdad de quien fuera.

– Sookie, ven aquí -gritó.

– No -negó Bill de forma expeditiva.

– ¡O está junto a mí en treinta segundos o le dispararé! -chilló Andy, señalando con la pistola en mi dirección.

– De hacer eso, morirás en menos de treinta segundos.

Lo creí. Andy también.

– No me preocupa -respondió Andy-. No sería una gran pérdida para el mundo.

Bueno, aquello estaba pasando de castaño a oscuro. Mi mala leche se había estado evaporando, pero aquello la hizo resurgir con renovadas energías.

Me liberé de la mano de Bill y me dirigí al patio con pasos decididos. No estaba tan cegada por la ira como para ignorar la pistola, aunque estuve tentada de agarrar a Andy por las pelotas y retorcerlas. Me dispararía, pero él también saldría herido. No obstante, eso era tan autodestructivo como la propia bebida. ¿Valdría la pena el exiguo momento de satisfacción?

– Ahora, Sookie, lee las mentes de todos esos y dime quién lo hizo -exigió Andy. Me agarró por la parte de atrás del cuello con sus grandes manos, como si fuera un cachorro, y me giró la cara para que mirara hacia la cubierta-. ¿Qué coño creéis que hago aquí, estúpidos cabrones? ¿Pensáis que es así como me divierto, con mierdecillas como vosotros?

Andy me zarandeó por el cuello. Soy muy fuerte y tendría bastantes posibilidades de zafarme y agarrar la pistola, pero no estaba tan segura como para arriesgarme. Decidí esperar un poco más. Bill trataba de decirme algo con la cara, pero no sabía el qué con certeza. Eric intentaba comunicarle algo a Tara. O tal vez a Huevos. No sabría decir.

Un perro ladró en la linde del bosque. Giré los ojos hacia allí, ya que no podía hacerlo con la cabeza. Estupendo. Sencillamente estupendo.

– Es mi collie -le dije a Andy-. Dean, ¿recuerdas?

Podría haber conseguido ayuda en forma humana, pero ya que Sam había llegado allí en forma de collie, tendría que mantenerse así o correr el riesgo de que lo descubrieran.

– Claro. ¿Qué está haciendo tu perro aquí?

– No lo sé. No le dispares, ¿vale?

– Nunca dispararía a un perro -dijo, impresionado.

– Oh, pero a mí sí, ¿no? -respondí con amargura.

El collie se acercó a donde estábamos. Me pregunté qué pasaba por la mente de Sam, si retenía la estructura mental humana mientras estaba en su forma favorita. Miré la pistola y los ojos de Sam/Dean me siguieron, pero no pude estimar si me entendía o no.

El collie comenzó a gruñir. Enseñó los dientes y se quedó mirando al arma.

– Atrás, chucho -dijo Andy, molesto.

Si pudiera agarrar a Andy durante un momento, los vampiros se encargarían de él. Traté de evaluar todos los movimientos en mi mente. Tendría que agarrar la mano de la pistola con las dos manos y obligarlo a apuntar hacia arriba. Pero con Andy sujetándome no iba a ser nada fácil.

– No, cariño -dijo Bill.

Mis ojos relumbraron en su dirección. Me sobresalté. Los ojos de Bill fueron de mi cara a algún punto detrás de Andy. Sabía algo.

– Oh, ¿a quién le han agarrado como a un cachorro? -preguntó una voz tras Andy. Maravilloso.

– ¿Es mi mensajera? -La ménade rodeó a Andy en un amplio círculo y se situó a su derecha, a un metro de él. No se encontraba entre Andy y el grupo de la cubierta. Aquella noche no llevaba nada puesto, iba desnuda. Supuse que Sam y ella habían estado en los bosques pasándoselo de miedo, y que oyeron el jaleo que estábamos montando. El pelo negro le caía en un revoltijo hasta llegar a sus caderas. No parecía tener frío. El resto de nosotros (salvo los vampiros) nos estábamos congelando. Habíamos venido a una orgía, no a una fiesta al aire libre.

»Hola, mensajera -me dijo la ménade-. Olvidé presentarme la última vez. Mi amigo canino me lo ha recordado. Me llamo Calisto.

– Señorita Calisto… -dije, ya que no tenía ni idea de cómo dirigirme a ella. Debería haber inclinado la cabeza, pero Andy aún me sostenía por el cuello. Comenzaba a dolerme.

– ¿Quién es el resuelto guerrero que te retiene? -Calisto se acercó un poco más.

No sabía cómo había reaccionado Andy, pero todo el mundo en la cubierta estaba asustadísimo, con excepción de Bill y Eric. Ellos dos retrocedieron, alejándose de los humanos.

– Andy Bellefleur -gruñí-. Tiene un problema.

Diría que la ménade se había adelantado algo más, ya que se me puso la piel de gallina.

– Nunca me habías visto antes, ¿verdad?

– No -admitió Andy. Sonaba confuso.

– ¿Soy bella?

– Sí -dijo él sin dudar.

– ¿Merezco tributo?

– Sí -dijo.

– Me encanta la embriaguez. Y tú estás muy borracho -dijo alegre Calisto-. Me encantan los placeres de la carne, y esa gente de ahí está llena de lujuria. Este es mi lugar.

– Bien -dijo Andy con ciertas dudas-. Pero uno de estos es un asesino, y necesito saber quién.

– No solo uno -musité. Para recordarme que estaba al final de su cañón, Andy me volvió a zarandear. Ya me estaba cansando de todo aquello.

La ménade se había acercado lo suficiente como para tocarme. Me palpó la cara y olí tierra y vino en sus dedos.

– No estás borracha -observó.

– No, señora.

– Y no has gozado de los placeres de la carne esta noche.

– Oh, solo necesito algo más de tiempo -aseguré.

Se rió. Su risa era profunda, eufórica. No cesaba.

La presa de Andy se debilitaba a medida que su desconcierto a causa de la ménade aumentaba. No sé lo que la gente de la cubierta creía estar viendo, pero Andy sabía que estaba ante una criatura de la noche. Me dejó ir de repente.