Una vez más intentó inútilmente comunicarse con Tolliver, lanzó un juramento y encendió un cigarrillo. Lo fumó tendido sobre la cama próxima al teléfono y se preguntó qué haría si algo inesperado le hubiera ocurrido a Herndon Tolliver. Pero, ¿cómo podía enterarse si le había ocurrido algo a Tolliver?
Concluido el cigarrillo intentó dormir, pero estaba demasiado tenso, demasiado ansioso de acción. Era como las noches que precedían a un partido de fútbol en el colegio. En aquellas ocasiones el sueño siempre había sido esporádico y siempre había tenido la seguridad de que su actuación podría haber sido mejor de haber descansado como correspondía. ¿Qué ocurriría esta vez?
A las veintiuna y cuarenta y cinco decidió mandar todo al diablo y tomar una ducha. Y estaba preparando la muda limpia cuando sonó el timbre suave del teléfono. Peter dio un respingo. Luego se sentó lentamente sobre la cama y descolgó el teléfono.
– ¿Míster Congdon?
Era una voz ligera, alegre, con un dejo de cocktails.
– Soy yo.
– Mi nombre es Herndon Tolliver. Me avisaron de que quería hablar conmigo.
Peter no pudo evitar un pequeño sarcasmo.
– Me alegro de que, por fin, se haya enterado.
– Bueno, llamé una o dos veces al Savoy durante la tarde. Me dijeron que estaría en el Savoy, ¿sabe?
Se produjo una breve pausa y la voz dijo con cautela:
– ¿Me quería ver por algo en especial?
Peter hizo una mueca y dijo:
– Según parece tengo que decirle: «La leche materna es buena para los bebés».
Tolliver rió regocijado.
– Está bien. Es usted. Y yo tengo que responder: «Doctor Spock, supongo». El senador Gorman tiene un curioso sentido del humor, ¿no le parece?
– Absurdo es la palabra. Tengo entendido que tiene que entregarme algo.
– Sí. La cosa-en-cuestión llegó ayer junto con una carta y debo confesarle que no tengo ni la más remota idea acerca de esto. No sé de qué se trata. El senador me pidió que le hiciera este favor y no puedo negarme; le debo mi puesto aquí. Por lo menos él es mi senador y se supone que yo soy un producto de su influencia… Sea como sea, debo entregarle el sobre que me envió. Lo malo es que no basta con que se lo haga llegar. Debo encontrarme con usted en algún sitio fuera de esta embajada; en un refugio hippie o algo así, y cerciorarme de que usted tiene una carta igual a la que él me envió. Espero que usted tenga la carta, así concluimos este asunto.
– La tengo.
– ¿Qué dice su carta? Quizá podamos abreviar los trámites y le dejo el sobre en el hotel. Realmente estoy loco de trabajo y…
– Creo que es mejor que lo hagamos como él dice -dijo Peter-. El paga los gastos y tiene derecho.
Tolliver suspiró.
– Bueno, me parece un poco excesivo. Me refiero a la imposición. Pero el senador es así. No le importan los medios con tal de obtener lo que quiere. Dígame una cosa: ¿tiene esto algo que ver con esa investigación sobre la mafia que dirige en el Senado?
– ¿No es mejor que hablemos personalmente, míster Tolliver? ¿Dónde puedo encontrarlo y dentro de cuánto tiempo?
– Bueno, crean todo un clima de capa y espada en torno a este asunto. Realmente no me había preocupado demasiado hasta ahora. ¿Se le ocurre algún lugar?
– A mí no. Usted es quien vive aquí.
– A ver… ¿Está en la pensión San Giovanni? ¿Dónde queda eso?
– En la Via Emilia.
– ¿La Via Emilia? -rió-. ¡Qué suerte! Está a la vuelta de la embajada. Nos veremos en II Pipistrello. ¿Lo conoce?
– No. ¿Qué es y dónde está?
– Es un club nocturno. En la Via Emilia. Unas pocas puertas más allá del Capriccio Night Club. No puede perderse. ¿Sabe qué significa II Pipistrello? -preguntó con una risita.
– No.
– Bueno, no se lo diré hasta que llegue allí. Mientras tanto trate de adivinar. Pero es el nombre idóneo para un lugar de reunión. Es una verdadera gruta como el Black Hole de Calcuta. Exactamente el sitio para este asunto tenebroso en que Gorman nos ha metido.
A Peter no le interesaban mucho los simbolismos.
– Está bien, en El Pipis… lo que sea -dijo-. ¿Dentro de quince minutos?
– ¡Ah, no! Eso es imposible. Digamos a las veintitrés. Tengo que ir a casa y arreglarme un poco. Además, tengo allí el sobre. ¿Cómo hago para reconocerlo?
– Busque a un tipo de pelo oscuro y cara avinagrada, con un traje gris oscuro y una corbata estampada.
– Yo mido uno setenta y cinco y llevaré un gran sobre de papel manila.
– Muy bien. Lo veré a las veintitrés. Deletréeme el nombre del lugar.
Cuando terminó su conversación telefónica, Peter se bañó rápidamente, se vistió, se colocó el revólver bajo la chaqueta, pero dejó el abrigo colgado en una percha del armario y el maletín en uno de los estantes. A las veintidós y veinte, echó la llave a la puerta y descendió el tramo de escaleras hasta el ascensor. Entregó su llave al conserje de turno y salió al aire húmedo y fresco de la noche, en busca de II Pipistrello. Tolliver consideraba todas aquellas elaboradas precauciones como una muestra del sentido del humor de Gorman; pero Peter estaba metido en el asunto y no quería correr riesgos. Siempre era conveniente anticiparse cuando se trataba de una cita con una persona desconocida en un lugar desconocido y por un asunto en el que los factores de seguridad eran bastante dudosos. Además a Peter le sobraba el tiempo, de modo que llegaría temprano a la cita.
Martes-miércoles 22.25-0.45 horas
Un pequeño cartel iluminado, sobre la estrecha marquesina roja, anunciaba: II Pipistrello. En un rincón y en letras rojas decía: American Bar. La puerta, pintada de negro, ostentaba un gran candado y estaba a cargo de un portero. A ambos lados de la entrada, unas carteleras anunciaban la actuación de alguien llamado Armandino.
Luego de trasponer la puerta se entraba a un pequeño vestíbulo que simulaba una gruta. Las paredes eran de un material que imitaba roca y había una ventana con rejas. Unos escalones, alfombrados de rojo, descendían a una oscuridad casi total. A la derecha una arcada se abría sobre un salón en el que había asientos y diminutas mesas, un bar y un estrado sobre el cual un muchacho flaco aullaba y golpeaba una guitarra frente a un micrófono. Su rostro estaba iluminado por un reflector; otros tres miembros del conjunto resultaban casi invisibles en las tinieblas. Una chica y un muchacho, estrechamente abrazados, bailaban en el espacio libre, frente al estrado de la orquesta.
Más allá había otro pequeño salón, con más mesas minúsculas, todas ellas vacías. La pareja que bailaba parecía constituir el único público presente.
Había una segunda arcada, que se abría sobre un pequeño espacio, de paredes rocosas, en el otro extremo del bar.
Allí había otro mostrador y una serie de taburetes. Era el mejor sitio para vigilar la entrada. Peter se dirigió a aquel mostrador y una chica vestida de negro le saludó. Estaba sentada en uno de los taburetes y la oscuridad le había impedido verla antes; pero a Peter no le sorprendió encontrarla allí. Era una «copera». Debería de habérselo imaginado.
– Hola -dijo Peter, y pasó por detrás de ella para sentarse en el último taburete, contra la pared, a tres asientos de distancia.
– ¿Habla inglés? -preguntó la chica.
– Sí.
– Yo hablo un poco.
– Ya veo.
Peter se volvió hacia el barman, un tipo grandote al que apenas alcanzaba a distinguir, y le pidió una cerveza. Bajo la barra había una lucecita, aparte del reflector que enfocaba al cantante y de las escasas y mortecinas lámparas distribuidas por el salón, que casi no tenían efecto sobre las tinieblas. La decoración estaba basada en rojo y negro; pero el efecto era exclusivamente negro.