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Ella se acercó a las ventanas, las abrió y empujó las persianas. Desde allí se veía el Arno, pero en ese momento era sólo un río negro sobre el que brillaban algunas luces aisladas de los edificios de la margen opuesta.

Peter la observó. Por primera vez podía estudiar a la mujer que debía llevar a su país. Realmente no era una mantenida del montón. Era una mantenida súper-especial, con un atractivo de todos los diablos. Era lo que se llama una mujer súper-sexy. Lo más atractivo de ella era su manera animal de moverse. Y la forma en que miraba con el rabillo del ojo. Y su cara y su cuerpo. Parecía hecha para acarrear dificultades.

Y a todo eso se sumaba la frialdad con que era capaz de mirar cómo se golpeaba y mataba a los tipos de la mafia, la sangre fría con que había empuñado la pistola y aquel negocio tan cerebral que había hecho con Gorman. No cabía duda: aquella mujer era una fuente de problemas. Él había imaginado una esclava, una mujer que se había vendido a Bono por una villa sobre el Tíber y una descansada vida de lujo a cambio de unas entregas que abonaba en cuotas cuando Bono decidía ir a cobrar. Ahora ya no estaba tan seguro. Quizá el esclavo hubiera sido Bono. Quizá ella hubiera sido la seductora y Bono el seducido, el que luchaba por conservar su favor, por tenerla satisfecha, por reservarla sólo para él. Y le había arrancado confidencias. Debía de haber trazado los cimientos de su futuro desde el comienzo, recogiendo material de extorsión, no para cuando Bono fuera asesinado… sino para cuando Bono intentara dejarla. Era una preciosa chica, no cabía duda; pero a juicio de Peter, ése era el peor error que podía cometer un hombre.

De cualquier manera el dolor de cabeza era para Gorman, no para él. Que el senador se preocupara por ella. La misión de Peter consistía en entregarla sana y salva. Por eso dejó de lado sus pensamientos y se encaminó a una mesa redonda, sobre la que había una gran lámpara, y comenzó a revisar los papeles que había extraído de los bolsillos del muerto. El botín no era importante. Había sólo tres cartas, una cartera y un llavero.

Karen se aproximó, curiosa.

– ¿Qué consiguió?

Sin una palabra. Peter le entregó las tres cartas. Él se concentró en la cartera. Había una tarjeta que identificaba al hombre como Antonio Marchesi, doce billetes de 10.000 liras y cuatro de 1.000 liras. Además había una fotografía tamaño carnet de Karen, la clave que Peter había inventado en el estudio de Gorman y una hoja plegada, tamaño carta, con el mensaje de Gorman. Bajo los grupos de cinco letras habían escrito laboriosamente a lápiz:

El nombre de la muchacha es karen halley la encontrará en Florencia en via dei saponai dieciséis primer piso departamento de la derecha no tiene teléfono vaya a verla inmediatamente dé su verdadero nombre y diga himno de batalla de la república como santo y seña la foto adjunta le permitirá identificarla ella habla inglés saque billetes en el primer avión disponible telegrafíeme comunicando hora y lugar de llegada en clave y lo esperaré con la necesaria protección la mafia ha ofrecido cien mil dólares por la cabeza de esa mujer buena suerte r. g. gorman.

Karen comenzó a leer la nota por encima del hombro de Peter, y él se la alargó.

– ¿Qué decían las cartas? -preguntó.

– Son de su familia, en Sicilia. Preguntan por qué no les escribe.

– ¿Y por qué no les escribe?

– No sé. ¿Quiere que se las lea?

– No si no dicen nada sobre usted.

– No, no dicen nada.

La chica leyó el resto del mensaje de Gorman y dijo:

– De modo que así me encontraron. ¿Cómo se apoderaron de esto?

– Se lo arrebataron al tipo a quien Gorman se lo envió.

– ¿Cómo?

– Lo golpearon, por supuesto. Debería saberlo. ¿No es el método de rutina?

Ella se ruborizó.

– Quise decir: ¿cómo se enteraron de que era el depositario?

– Parece ser que Gorman le consiguió el puesto.

– ¡Ah! ¿Y también le agarraron a usted y le hirieron? Lo digo por su cabeza. Fue obra de ellos, ¿no?

– Se estaban divirtiendo un poco. Ya sabe cómo son. Pero creo que, de ahora en adelante, van a querer mi pellejo.

Vittorio cerró suavemente una puerta y regresó a la sala de estar.

– La signorina saldrá en seguida. Está un poco sorprendida por esta intromisión, pero nada resentida.

Estudió a Karen con mirada apreciativa.

– Sí, y creo que tendrá algo para que usted se vista, miss Halley. Creo que son de la misma talla.

Ella le dirigió una sonrisa encantadora y le dijo:

– Siento mucho haberle tratado así antes.

– Se estaba poniendo desagradable -admitió Vittorio-. Pero la mafia nos salvó.

Peter quiso ver lo que Del Strabo había sacado de los bolsillos del hombre desmayado y Vittorio descargó su botín sobre la mesa. Este incluía un revólver, la caja de cartuchos de Peter, el talonario de cheques de viaje de Peter, por valor de unos 900 dólares, y dinero suelto… 112.500 liras, en billetes y en monedas. No había cartera ni tarjeta de identificación.

– Todo un botín para un rato de trabajo -comentó Vittorio-, ¿Está seguro de que Brandt no me querría como agente activo? Nunca he pasado una noche más divertida.

– Brandt no le tomaría. Quiere que sus agentes cumplan sus tareas con gusto, pero no que se deleiten con ellas. Además en pleno juego de escondite se detiene a contemplar el paisaje.

Vittorio rió.

– ¿Y por qué no? Cuando uno viaja por la vida puede sentarse al lado de la ventanilla.

En ese instante apareció la amiga de Vittorio. Era una chica morena, atractiva y de aspecto inteligente. Vestía una negligée color durazno y chinelas de tacón alto. Parecía recién peinada y maquillada. Vittorio la presentó en italiano como María Botticelli e informó a Peter que no hablaba inglés y que trabajaba en el Palazzo Pitti, en la restauración de los manuscritos dañados por la inundación.

– A pesar de ser muy… digamos… cabalmente femenina, es una experta en encuadernación y en conservación de… ¿cómo se llaman? ¿Manuscritos ilustrados?

La voz de Vittorio se hizo más entusiasta.

– Además es una excelente cocinera y le encantará prepararnos un desayuno.

El desayuno no impuso muchas exigencias a la cocinera. María Botticelli sólo utilizó la cocina para preparar el café, hervir la leche y calentar unos croissants. El resto consistió en unos panecillos duros, mantequilla dulce y un frasco de mermelada.

Como Peter y María estaban totalmente imposibilitados para comunicarse y, por lo demás, había poco que decir, colocaron una radio a transistores sobre la mesa. Primero escucharon música, luego noticias. El programa informativo sólo era un murmullo de fondo para Peter, pero mientras se servía el segundo café, advirtió que sus compañeros habían dejado de comer y escuchaban. Karen tenía una expresión solemne; Vittorio, atenta. María los observaba desconcertada.

El tono de la voz del locutor cambió, y Vittorio se relajó un poco y sonrió.

– Bueno, creo que la cosa está que arde, si ésa es la expresión adecuada. Y veo que nuestro líder está desorientado.

Dedicó una sonrisa a las muchachas y prosiguió, dirigiéndose a Peter;

– Parece ser que han encontrado un cadáver y un hombre gravemente herido en un apartamento de la Via dei Saponai. El apartamento estaba vacío, pero los vecinos han declarado que lo alquilaba una tal Karen Halley. Otros supuestos «testigos» dicen que hay un norteamericano, un tal Peter Congdon, mezclado en el asunto. La policía tiene una descripción de la pareja. La policía tiene mucho interés en hablar con ellos.

Del Strabo extendió una mano y palmeó el hombro de Peter.

– Amigo mío: ahora es famoso.

– Y no le ha dicho lo de la recompensa -apuntó Karen.