– ¡Ah, sí! Tienen tanto interés en dar con usted que ofrecen una recompensa de trescientas mil liras. Eso, en moneda norteamericana, equivale a unos quinientos dólares.
– Eso, en cualquier moneda, son pamplinas -gruñó Peter en tono despectivo.
– Pero es más de lo que ofrecen por mí -dijo Vittorio-. Ni siquiera me han mencionado.
– Es porque el tipo flaco que estaba en el descansillo ni siquiera sabe que usted estaba allí. Sólo me vio a mí.
– Ahora tienen a la policía de su lado -dijo Karen-. ¿Cómo vamos a salir de aquí?
Vittorio se encogió de hombros.
– Cuando María se vaya a trabajar, iré a recoger mi automóvil. No va a ser tan difícil.
– Pero ¿cómo saldremos del país? ¿Cómo vamos a presentar nuestros pasaportes?
A Peter eso no le preocupaba mucho.
– Vittorio nos conseguirá documentos falsos. Seremos señor y señora Robert Gorman o algo así. ¿Qué tal es la descripción que han dado?
– Más o menos buena de la chica -informó Vittorio-, muy buena de usted. Quizá los otros inquilinos no hayan conocido muy bien a miss Halley, pero es evidente que el flaco de quien hablaba le conoce muy bien.
María los observaba con atención, pero las palabras no le decían nada. Vittorio comenzó a hablarle en italiano, y Karen escuchó. A través de los gestos de Vittorio, Peter comprendió que le estaba explicando cómo habían entrado y salido del dormitorio de miss Halley, cómo habían golpeado y matado gente. Los ojos de María se agrandaron y comenzó a hablar a gran velocidad.
– Tiene miedo de que la policía venga -tradujo Karen-. Tiene miedo de que la arresten.
Vittorio apoyó una mano sobre el hombro de María y le habló en tono tranquilizador.
– Está turbada. No sabía que yo era tan viril. Le he asegurado que nos iremos de aquí lo antes posible, y le he pedido que equipe a miss Halley con algunas ropas.
La tarea de equipar a miss Halley se realizó mientras Vittorio y Peter fumaban. Peter un cigarrillo y Vittorio un cigarro largo y muy fino. Karen reapareció luciendo un vestido estampado en tonos claros, muy ajustado y escotado. El tipo de ropa que Vittorio compraba a María para que restaurara manuscritos.
María también se había vestido y parecía más serena. Distante, casi cortés, con Karen y Peter; respetuosa, pero no tierna, con Vittorio. Su actitud había cambiado con las noticias y procuraba ser hospitalaria, sin ayudar demasiado a unos delincuentes buscados por la policía.
Peter advirtió el cambio y comprendió las razones. Mientras las mujeres se vestían había señalado el dormitorio y había preguntado a Vittorio:
– ¿Hasta qué punto estamos seguros aquí?
– No hablará -se había apresurado a asegurar Vittorio, pero luego había añadido-: Saldré con ella y regresaré con el automóvil. Creo que tenemos que salir de Florencia.
Vittorio y María partieron a las siete cuarenta y cinco. Habitualmente ella salía una
hora más tarde, pero la situación se había hecho muy incómoda en el apartamento y no había por qué prolongarla. Hubo despedidas y agradecimientos, y María deseó buena suerte a Karen y procuró ser sincera. Vittorio, el único cuyo buen talante se resistía a doblegarse, dijo alegremente:
– No se muevan hasta que regrese. Dentro de quince minutos, media hora a lo sumo, estaremos en camino de Roma.
– ¿Y si hay barricadas? -preguntó Karen.
Vittorio rió.
– Eso es fácil, ¿no? Usted se parecerá a miss Halley, pero yo no me parezco a míster Congdon. De modo que usted viajará conmigo y el amigo Peter lo hará en el portaequipajes.
Tocó a Peter con el dedo.
– ¡Una idea bárbara! ¿Eh?
– Tengo una idea mejor -propuso Peter, con sequedad-: seré guía y ustedes serán turistas. De esa manera podrá dedicarse a contemplar el paisaje.
Vittorio celebró la ocurrencia con una sonora carcajada, y descendió las escaleras riendo aún. Peter echó los cerrojos a la puerta y se reunió con Karen junto a la ventana. Por fin había amanecido en Florencia. Hacía media hora que el sol había asomado y lanzaba sus rayos oblicuos sobre la sólida falange de edificios que asomaban sobre la ribera sur del Amo.
El Ponte Vecchio estaba en sombras, el Ponte San Trinità iluminado y sobre su triple arco se movía una permanente corriente de automóviles, camiones y motocicletas. El río estaba bajo y sus perezosas aguas tenían un color pardo oscuro, muy poco atractivo.
En un montículo de césped, sobre la orilla próxima a ellos, había dos cisnes dormidos.
Vittorio y María aparecieron en la calzada y doblaron hacia la izquierda, en dirección al Ponte Vecchio. Las barandillas que limitaban el paso de peatones en el área de reparaciones los obligó a caminar uno detrás de otro.
Vittorio se volvió hacia la ventana alegremente y saludó con la mano. Había trabajado todo el día y conducido toda la noche; había trepado por inestables escaleras de mano, había peleado contra asesinos de la mafia y había escapado a la policía; sin embargo estaba fresco e impecable, ansioso por enfrentarse a las próximas veinticuatro horas. Peter deseó interiormente que Del Strabo se conservara así.
Miércoles 7.50-8.10 horas
Karen respondió al saludo de Vittorio con un gesto franco y amistoso, Peter lo advirtió. Del Strabo parecía gustarle y con él se mostraba menos reservada que con Peter. Pero la verdad era también que Vittorio, por su parte, había estado más dispuesto a aceptarla. Por lo visto no le interesaba su pasado ni compartía el desprecio de Peter por lo que representaba. Vittorio parecía simplemente complacido de tenerla cerca. Para Peter, el hecho de que ella fuera tan sexy y supiera sacar el máximo partido de eso, convertía su presencia en un fastidio y en un peligro, del que debía defenderse. No veía la hora de llevar a la mantenida de Bono al otro lado del Atlántico y dejarla en las ansiosas manos de Gorman. Y ese instante llegaría antes de veinticuatro horas, si se las arreglaba para salir de aquel atolladero. Karen se alejó cuando Peter cerró la ventana, y encendió la radio a la espera de noticias. Cuando las oyó, le dijo que los detalles no habían variado mucho. El hombre herido tenía una conmoción cerebral y no había podido ser interrogado. Hasta el momento se desconocía la identidad de las víctimas y se ignoraba lo ocurrido.
Peter escuchó en silencio la información. Tenía otras preocupaciones… En primer lugar, los preparativos para la partida. Karen estaba en condiciones de salir a la calle con su abrigo y su bolso y el vestido y los zapatos de María; pero él tenía que organizar las cosas. Sacó los papeles que él y Vittorio habían quitado a los asesinos y que se habían encargado de ocultar a María. Sacó todo el dinero de la cartera del muerto y lo añadió a la pila que Vittorio había recogido en los bolsillos del otro individuo; extendió las armas y las municiones e hizo un recuento. Incluyendo las 16.000 liras que había en su cartera y las 25.000 que Vittorio le había traído, tenía un total de 277.500 liras (unos 450 dólares), unos cientos más en monedas y su talonario de cheques de viaje. Estaban su cortaplumas, sus cigarrillos, el encendedor, la libreta y unos lápices. La sección de armamento incluía su propio revólver y la caja de balas desaparecida, la automática que le había llevado Vittorio y el revólver que le habían quitado al hombre inconsciente.
En primer lugar se ocupó del dinero y distribuyó los billetes en varios escondrijos de su ropa. Algunos fueron a parar al bolsillo secreto que había en el interior de su chaqueta, otros al bolsillo lateral del pantalón; guardó algunos en el bolsillo del reloj, en la pretina de sus calzoncillos y en el interior de los calcetines. Si perdía la cartera, o se la robaban, le quedaría bastante dinero encima.
Trabajaba en silencio y Karen lo observaba sin hablar. Cuando terminó con el dinero, volvió a guardar su revólver en la cartuchera y la caja de balas en el bolsillo. Luego se calzó la automática en el cinturón. El revólver sobrante y la cartera de Marchesi quedaron sobre la mesa. Ya se encargaría de eso cuando Vittorio regresara.