– ¿Qué ocurre? -preguntó cuándo la voz del locutor calló.
Karen estaba blanca.
– Han detenido a Vittorio -dijo-. Estaban vigilando el Mercedes. Tenía matrícula de Roma y estaba estacionado cerca del edificio. Hallaron un revólver con rastros de sangre en su poder y lo han detenido para interrogarle.
La muchacha tenía los ojos muy abiertos.
– ¿Conque sana y salva? ¿Qué vamos a hacer ahora?
– ¿Cómo diablos supieron que el automóvil…?
– La matrícula dice «Roma». Las matrículas de Florencia, Firenze, dicen «FI».
– Tiene muy poca experiencia. Debió haber pensado en eso. Yo también debí haberlo imaginado. Debí haber mirado las chapas.
– ¿Qué le van a hacer?
– Le interrogarán. Tratarán de que les diga quiénes somos.
– Si habla nos irá mal.
– Creo que se las va a arreglar para no hablar.
– ¿Y su amiga?
– ¿Qué pasa con su amiga?
– Salieron a las siete cuarenta y cinco. No puede haber ido a trabajar a esa hora. De nueve a quince, o de nueve a trece y de quince a dieciocho. Esos son los horarios. Antes no. No puede haber entrado antes. ¿Dónde está ahora? ¿No estaría con él? ¿No la habrán arrestado a ella también?
– No sé, pero tampoco creo que hable.
– De todas maneras estamos en un callejón sin salida. ¿Qué haremos? Ahora no podemos conseguir pasaportes falsos. Ni siquiera podemos salir a la calle.
A Peter no le preocupaba eso.
– Podemos conseguir pasaportes en Génova. Brandt tiene un contacto allí. Lo que no me gusta es abandonar a Vittorio.
Comenzó a pasearse, lanzando maldiciones entre dientes.
– Eso es lo malo de los trabajos como éste. Por eso tratamos de actuar solos. Disminuyen los riesgos. Sabía que no tenía que dejarle venir a Florencia. Si hubiera estado solo…
Se detuvo y miró a Karen con expresión amarga.
– ¡Se da cuenta! Tengo que protegerla a usted y preferiría defenderlo a él. Y bien, me encargaré de eso más tarde. Por ahora es la reina.
Karen volvió a ruborizarse.
– Yo también habría preferido que fuera otro el encargado de este trabajo, señor Congdon. Pero ya que está aquí, dígame cuál es su plan para llegar a Génova.
– Iremos en tren. Es lo más rápido. Llame a la estación y averigüe a qué hora sale el primer tren.
Miércoles 8.10-9.05 horas
Mientras Karen llamaba a la estación, Peter comenzó a revolver el botiquín del baño y los cajones de la cocina. La chica se asomó en el instante en que Peter entraba con un frasco de goma de pegar y lo dejaba junto a un frasco de líquido para limpiar calzado.
– Exactamente lo que necesitábamos -dijo-. ¿Y? ¿Qué averiguó?
– Hay un tren que sale para Génova a las diez. Es el expreso de Roma a Niza.
– Muy bien. Tenemos más de hora y media. Con eso basta.
– ¿Para qué es el líquido de limpiar calzado?
– Para una caracterización.
Peter sacó la botella del estuche y preguntó:
– ¿De qué color es? ¿Castaño?
– Sí. ¿Qué piensa hacer con eso?
– Se va a lavar la cabeza. En cinco minutos quedará castaña.
– ¿Pretende que me tiña el pelo con eso?
– Pretendo que pongamos un poco de agua en el lavabo, que echemos un poco de este líquido y que se empape el pelo. La policía y la mafia buscan a una rubia. Tenemos que arreglar ese problema antes de salir de aquí.
Karen hizo una mueca, pero no protestó.
– ¿Y para qué es la goma de pegar?
– Para mí. Para mí labio superior. Me cortaré uno o dos mechones, me los pegaré sobre el labio, los recortaré y ¡he ahí un bigote!
– ¡No me diga!
– ¡Ya verá que da resultado! No es una idea que se me acabe de ocurrir. Es parte del programa de entrenamiento de Brandt… Cómo disfrazarse con los elementos que se encuentran a mano en una casa. Todos los agentes tenemos que aprender a hacer cosas así.
Karen se apoyó contra el marco de la puerta.
– No quisiera ser escéptica, señor Congdon; pero después de haber echado esa porquería en mi pelo ¿qué pasará? Con teñirme el pelo no vamos a llegar a Génova.
– Muy sencillo. Después que se haya teñido el pelo y me haya pegado mi bigote, saldremos de aquí como un matrimonio que hace un viaje a Génova para visitar a unos parientes. Sacaremos los billetes en la estación, subiremos al tren y listo.
– Por supuesto, no va a haber policías en. la estación. Nadie querrá ver nuestros pasaportes.
– Somos italianos. No necesitamos pasaportes para viajar por nuestro país.
– Somos italianos, pero usted no sabe hablar italiano.
– Yo seré un italiano con laringitis.
Peter inició la marcha hacia el cuarto de baño. Karen lo siguió con expresión dura y lo observó mientras llenaba el lavabo.
– Está empezando a comportarse como su amigo Vittorio -dijo ella-. Al oírlo una, creería que todo esto es muy fácil. Pero no soy tan tonta, ¿sabe? O quizá no lo sepa. Vittorio está ahora en manos de la policía y allí iremos a parar nosotros… si no nos ocurre algo peor… A menos que sepa lo que está haciendo. Y no creo que sea así.
Peter comenzó a verter con todo cuidado el limpia calzado en el agua hasta que tomó un color caoba.
– Escuche, ángel -dijo con toda seriedad-. Yo tampoco soy estúpido. No podemos permanecer ocultos en este departamento por mucho tiempo. No sé en qué momento Vittorio va a decidir que ya no le divierte jugar al policía y al ladrón y va a desnudar su alma. Y, como usted misma ha señalado, está de por medio María y ¿quién sabe de lo que es capaz una mujer? Pero tampoco podemos andar por las calles de Florencia durante mucho tiempo con disfraz o sin él. Tenemos que salir de esta ciudad y la mejor manera de hacerlo no es a pie… por muchas razones. Nuestra única posibilidad es abrirnos camino con el pelo castaño, el bigote y una actitud de lo más natural y desenfadada posible. Se sorprenderá de ver lo que se obtiene a costa de simple desenfado… Y ahora mójese el pelo con esto y mire cómo queda. Espere. En la cocina hay unos guantes de goma. Más vale que se los ponga para no mancharse las manos. Además quítese el vestido. Sería una lástima que lo manchara.
– Y qué piensa hacer, ¿contemplarme?
– Me voy al dormitorio a buscar unas tijeras y a preparar mi bigote.
Peter tardó menos de media hora en adornar su labio superior con mechones de distintas partes de su cabeza. A pesar de la prisa con que trabajó, su obra fue la de un profesional. Los pelos seguían una pulcra línea, el borde superior era curvo. Cuando el adhesivo estuvo bien seco, recortó las puntas y admiró su obra en el espejo.
Estaba a punto de terminar cuando Karen regresó del baño. Su pelo tenía ahora un tono castaño rojizo. Estaba aún húmedo. Se había puesto el vestido, que estaba limpio, lo mismo que sus manos, pero le habían quedado manchas en la frente, en partes de la cara y en la nuca.
– Se ve que hizo un curso preparatorio. Su trabajo es mucho más pulcro que el mío -dijo con expresión sombría.
Peter la estudió e hizo un gesto de aprobación con la cabeza.
– Algunas de esas manchas tienen que quitarse. Tenemos tiempo. ¿A qué distancia queda la estación?
– A pocas manzanas.
– Entonces llegaremos en un santiamén.
La llevó de nuevo al baño, la hizo inclinarse sobre el lavabo y comenzó a restregar las manchas con ayuda de jabón y un cepillo de uñas. Lavaba con vigor, ignorando sus gritos de dolor. Las manchas no se borraron del todo, pero tuvo que darse por satisfecho.
– Empólvese. Póngase bastante rouge y péinese. Después de eso estaremos listos para enfrentarnos al dragón.
Colgó la toalla con que ella se había secado el pelo y meneó la cabeza.
– A miss Botticelli no sólo le deberemos un vestido, sino una toalla. El limpia calzado es terrible en cualquier cosa que no sean los zapatos.