Выбрать главу

– ¿Quién eres? -susurró con los dientes apretados.

– ¿Qué?

La muchacha sacudió la cabeza, como obnubilada. Peter la empujó.

– ¿Quién eres?

Ella se apoyó contra el marco de la puerta, cubierta apenas por el finísimo nylon de su camisón, cuyo pálido tinte verde confería suaves matices a la carne que transparentaba. Sus ojos estaban ahora muy abiertos y había en ellos una chispa de temor.

– Peter -susurró-. No entiendo.

– Yo tampoco. Pero puedes estar segura de que voy a entender.

La tomó de un brazo y la empujó al dormitorio. Ella tropezó y perdió una chinela de raso verde.

De pie junto a la cama, le miraba con expresión de desconcierto. Un tirante del camisón le caía sobre el brazo y lo levantó con un gesto mecánico.

Peter entró detrás de ella y cerró las puertas del balcón.

– Muy bien -dijo acercándosele-. No sé cuál es el juego, pero acaba de terminar. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

Ella se sentó lentamente en el borde de la cama.

– Pero si tú sabes mi verdadero nombre: Karen Halley.

– Te he pedido tu verdadero nombre. Además quiero saber de dónde eres y por qué lo has hecho.

– Pero si es mi verdadero nombre. Has visto mi pasaporte.

– Es el nombre que Gorman puso en un pasaporte… pero no es el tuyo. Ese es el nombre que constaba en el pasaporte de la amante de Joe Bono.

– Pero soy esa mujer. Te lo he dicho. Vine de Dinamarca y conseguí trabajo en un club nocturno y allí conocí a Joe…

– Escúchame, querida. No soy un idiota. Supe que esa historia era un invento no bien me la contaste. Pero pensé que si Gorman se la quería tragar, era cosa suya. Mi misión consistía en trasladarte a Estados Unidos y entregarte en sus manos. De ahí en adelante él se las arreglará contigo. Hasta ahí todo iba bien. Lo que no había advertido…

– Un momento. ¿Cómo es eso de que supiste que estaba mintiendo? ¡Cómo no voy a saber dónde nací y dónde me crié…!.

– Por supuesto, querida; pero no fue en Dinamarca. Fue en nuestro viejo y querido Estados Unidos de Norteamérica. Hablas una versión norteamericana del inglés.

– Lo aprendí con Joe…

– No mientas más -interrumpió Peter-. Supe que eras norteamericana desde el instante en que me introduje por tu ventana. Por muchos idiomas que uno domine, cuando se despierta del más profundo de los sueños y ve su vida en peligro, uno vuelve a su idioma natal. O bien, si has vivido muchos años en un país, al del país en que vives. Pero tú no hablaste en danés ni en italiano, te asustaste con acento norteamericano y eso demuestra que la pobre muchacha danesa muerta de hambre es una fábula.

»Pero, como te he dicho, sean cuales fueran las novelas que le hiciste tragar a Gorman y pretendiste hacerme tragar a mí, lo único importante era que, por lo menos, tú eras la mujer que Gorman me había enviado a buscar. Después de todo estabas en la dirección que me había dado, conocías el santo y seña, coincidías con la descripción. Hasta la fotografía que le quité al mafioso aquel era tuya y también lo era la foto del pasaporte. De modo que me la tragué. Y todos tus cuentos sobre Joe Bono, también. Realmente me convenciste de que habías sido su amante. Lo creí firmemente hasta hace un minuto.

– Pero es que soy yo. Te aseguro…

– No mientas más. Como cuando te despertaste hablando inglés, has vuelto a cometer un error, querida. Estás ocupando el lugar de otra mujer.

– ¿Cómo puedes decir que soy una impostora? ¿No has admitido… la fotografía del pasaporte? ¿Mi fotografía…?

– ¿Cómo puedo decirlo?-murmuró Peter y la arrastró de un brazo hasta el espejo-. Te mostraré por qué puedo afirmar eso.

Le quitó el pelo dejando una oreja al descubierto y le hizo girar el rostro.

– ¿Ves? Mira bien.

– No entiendo. ¿Qué me mire qué?

– ¡Querida! ¡No me digas que no lo sabías! Pareces estar al tanto de todo lo demás. Joe Bono mandó hacer un par de aros para su amiga, con unos gemelos muy valiosos que tenía. Su amiga envió uno de esos aros al senador para probar la autenticidad de su historia. Vi ese aro, querida. Y está hecho para orejas con agujeros. Muéstrame el agujero de tu oreja, querida. ¡Vamos! ¿Dónde está?

Ella se soltó de las manos de Peter.

– Eso no significa nada.

– Te equivocaste en eso. Creías dominar el papel a la perfección. ¿No? Pero no estabas enterada de lo de los aros. ¿Nadie te habló de los aros?

– Peter, te equivocas…

– Sí, querida. Y, por supuesto, tú me vas a corregir.

– Es un malentendido.

– Chiquita, Joe Bono tenía una amante y esa mujer se puso en contacto con el senador y se ofreció a declarar en contra de la mafia.

Y yo cruzo el océano para recogerla y te recojo a ti en lugar de recogerla a ella. Ella no estaba en ese sitio, estabas tú. Así que quiero saber qué pasó con ella. A mí no me han pedido que te lleve a Estados Unidos; me han ordenado que la lleve a ella. De modo que me dirás dónde está.

– Peter, Peter -murmuró la muchacha sentándose nuevamente en el borde de la cama-. Estás confundido. Tienes que llevarme a mí.

– Empecemos de nuevo -dijo Peter acercándose a la cama y aferrando una de las muñecas de la mujer-. No quiero ser duro contigo; pero seré todo lo duro que sea preciso. Y quiero que me creas. Se me ha encomendado una misión y haré lo que sea necesario para cumplirla. Para eso me tienes que decir dónde está esa mujer, cómo te las arreglaste para ocupar su sitio, por qué lo haces y quién está detrás de todo esto. Cuatro preguntas. Empecemos por la primera. ¿Dónde está esa mujer? La verdadera amante.

Karen meneó la cabeza y apartó los ojos.

– No lo sé.

Él la hizo volverse con tanta violencia, que sus pechos temblaron.

– Vamos, nenita. Tú la suplantaste. Tienes que saber por qué la has suplantado. De modo que sabrás también qué se proyecta hacer con ella. ¿Está viva o muerta?

La muchacha estaba muy pálida.

– Por favor. Me haces daño.

– Ni siquiera he comenzado. Te he dicho que vas a contestar a mis preguntas. Si tengo que hacerte daño para persuadirte, lo haré en la medida necesaria. ¿Está viva o muerta?

– No lo sé.

Peter aumentó la presión de sus manos y ella hizo una mueca de dolor.

– Está viva, que yo sepa -susurró-. Creo que está viva.

– ¿Dónde?

Karen movió la cabeza en un gesto negativo.

– Lo ignoro. De veras lo ignoro.

– Nenita…

Peter dejó la frase pendiente por unos segundos.

– Recuerda que estás metida en esto hasta el cuello. Tú sabes todo. Sé buena y dile a papá lo que debes decirle.

– Peter, por favor. No lo aguanto. Mi muñeca.

– ¿Dónde está?

– Peter, te juro por Dios que no lo sé. Ellos no me confiaron ese tipo de información.

– ¿Quiénes son «ellos»?

Volvió a mover la cabeza, se encogió de dolor cuando le retorció un poco más la muñeca y susurró:

– En realidad no hay «ellos». No es lo que piensas.

– ¿Qué significa «en realidad»?

– Es un solo hombre -respondió la muchacha y se volvió-. Por favor, Peter. No me preguntes su nombre. Me mataría si te lo dijera. Me hizo jurar.

– ¿Cuál es su nombre, Karen?

Cedió y las lágrimas rodaron por su rostro.

– Es el senador Gorman -dijo.

Sábado 0.30-1.15 horas

Peter se quedó tan helado que soltó las muñecas de Karen.

– ¿Gorman? -repitió-. ¿Dices que el senador Gorman te embarcó en esto?