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La voz de Brandt se hizo ácida.

– ¿Y qué quiere? ¿Qué le haga una reverencia?

Peter se desinfló un poco.

– No, señor. ¿Por qué?

– Parece bastante complacido consigo mismo.

– Bueno, hemos cumplido la misión.

– Si hubiera creído que no iba a hacerlo, rio le habría enviado.

– Claro, pero, como habrá advertido a través del informe, encontramos unas cuantas dificultades.

– Son varias las cosas que he advertido a través de ese largo informe cablegrafiado. Advertí que tuvo muchas dificultades, pero también advertí que esas dificultades fueron provocadas por usted mismo.

– ¿Por mí?

Peter estaba cansado y quería que le admiraran, no que le atormentaran.

– ¿Fue culpa mía que la mafia diera con mi pista? ¿Fue culpa mía que me enviaran en busca de una chica que no era la testigo?

– No me interesa en busca de quién le mandó el cliente. Tampoco me interesan sus sospechas respecto a cómo la mafia dio con su pista. Tampoco me importa la forma en que maneja este asunto el senador Gorman. Pero sí me interesa la forma en que usted lo ha llevado. Y si su informe es tan exacto como hace suponer su longitud y los detalles que incluye, no merece precisamente una medalla por su actuación. Así que suprima esa nota presumida de su voz. ¡Esta ha sido la misión más chapucera y peor llevada en la que un agente mío haya intervenido en los últimos cinco años!

– ¡Una misión chapucera y mal llevada!-explotó Peter-. Fue por culpa del senador por lo que la mafia dio con mi pista. Por culpa suya se enteraron de quién era el contacto en Roma…

La voz de Brandt se hizo más cortante aún.

– Le he dicho que no lo culpo de que la mafia haya dado con su pista. No soy idiota. Pero si la mafia continuó sobre su pista, ¡eso sí fue culpa suya! Si a un agente le asaltan en su propia habitación, considero que el trabajo está mal llevado. ¿Cómo se enteraron dónde estaba su habitación? Y a causa de eso dieron con la clave que les llevó a la chica, y la única manera de salvarla fue haciendo uso de armas de fuego.

– Pero la salvé, ¿no?

– Un buen agente no habría tenido necesidad de salvarla. Un buen agente habría comenzado por no exponerla al peligro. Y por si eso fuera poco, permite que otro agente sea capturado por la policía. Eso fue realmente abominable. No quiero decirles las dificultades que he tenido para limpiar los resultados de su divertido tiroteo… para liberar a Del Strabo y no tener que entregarle a usted a la policía italiana. Por si le interesa: ha estado a punto de provocar un incidente internacional.

– Pero es que no1 tuve más re…

– No me interrumpa. No he terminado. De modo que usted y la chica salieron de Florencia, rumbo a Génova…

– Y eludimos a la policía y a la mafia.

– ¡Ah, sí! ¡Qué maravilla! Pero la siguiente noticia es que están otra vez sobre su pista y han matado a mi agente en Génova. ¿En este caso también le va a echar la culpa al senador o fue usted quien se descubrió esta vez?

– Tuve que firmar esos cheques de viaje para conseguir los pasaportes…

– Muy inteligente su razonamiento, ¿no? Le costó la vida a un hombre. Pero supongo que considera que eso es llevar bien un asunto, ¿eh?

– No.

– Me alegro de eso, por lo menos. De modo que huye a Niza, para poder traer a la muchacha, pero a ella le roban el pasaporte. Supongo que le echará la culpa a ella de que haya sucedido eso.

– No, fue culpa mía.

– Así es, fue culpa suya. Bonito guardaespaldas. ¡Suerte que sólo querían el pasaporte y no la vida de esa muchacha!

– Está bien, está bien -dijo Peter, a la defensiva-. Quizá haya cometido algunos errores…

– ¿Algunos? No sé de nadie que pueda cometer más. Habría que mandarle al colegio.

– Un momento, míster Brandt. Está pasando por alto un hecho que compensa todo lo que hice de malo… con excepción de lo de Giuseppe.

– ¿Ah, sí? ¿Podría decirme cuál es ese hecho, si no le molesta?

– Salvé a Rosa Scarlatti.

– ¿Cómo dice?-preguntó Brandt con supremo desprecio-. ¿Quiere repetirme eso?

– Digo que salvé a Rosa Scarlatti. Si no hubiera sido por mí, estaría muerta.

– Diga mejor que si no hubiera sido por Paul DeSaulnier estaría muerta, ¿no le parece? Usted no la salvó; la puso en peligro.

– ¿Que la puse en peligro? ¿Que yo la puse en peligro?

– Vamos. No lo escogí para esta misión porque le crea muy inteligente, pero, por favor, demuestre por lo menos un mínimo de criterio. Cuando la mafia dijo que sabía dónde estaba la verdadera amante, ¿no se detuvo a pensar cómo lo sabía?

– ¿Cómo diablos iba a saber cómo lo sabían?

– Sabía que habían dado con la otra chica, ¿no? A través de usted. ¿No es así? ¿Y por qué les perseguían? Porque creían que era la mujer que ellos buscaban, ¿no es así? Mientras tanto la verdadera amante permanecía oculta, ¿no? De modo que, ¿cómo cree que la mafia pudo enterarse de su paradero?

– No lo sé y, ¿qué importa? Lo único importante es que conocían su paradero.

Brandt suspiró.

– No tengo más elementos de juicio que ese informe suyo, pero dice lo suficiente como para que hasta yo me dé cuenta de algo obvio. Piense un poco. ¿Por qué diablos cree que esos mafiosos le dijeron que sabían dónde estaba la verdadera mujer?

– No me lo dijeron. El hombre que estaba detrás del biombo se lo dijo a los otros.

– En su presencia. Y bien, ¿por qué lo dijo delante de usted?

– Porque creyeron que ya no importaba.

– Piense bien, Congdon. A veces el número de motivos es más de uno. Lo dijo delante de usted por una de estas dos razones: porque quería qué lo oyera o, como usted dice, porque no le importaba su presencia. ¿Y por qué no le importaba? Porque usted no podría hacer nada. ¿Por qué? Porque estaría muerto. ¿De acuerdo?

– Sí. Así es.

– Pero no le mataron, ¿no? Le dejaron con vida.

– Trataron de matarnos. Nos dejaron encerrados en un hotel desierto…

– Por favor, Congdon, por favor. ¿Cree realmente que esa gente sea tan descuidada como para dejarlo con semejante información en su poder y confiar su muerte al azar…? ¿No era mucho más simple asegurarse metiéndole una bala en la cabeza? El hombre del biombo no sólo evita que le sigan golpeando mientras usted aún está en condiciones de moverse, sino que lo mete en un cuarto con dinero en el bolsillo, el pasaporte y todas las herramientas de su oficio a mano. ¿Cómo salió de esa habitación, Congdon? ¿Cómo se las arregló?

– Desatornillé la cerradura -dijo Peter con acritud.

– Con el cortaplumas que no le quitaron. Deben de haberse querido asegurar de que no tendría problemas para escapar.

– Escúcheme, el hecho de que me escapara no significa que ellos hayan querido que lo hiciera.

– ¿Cree realmente que se habría escapado si no hubieran querido? Considero que la mafia es lo bastante inteligente como para saber que los agentes de Brandt están preparados para salir de una habitación cerrada aunque no tengan la llave. Pero Congdon, ¿espera que crea que con seis horas de ventaja no pudieron llegar antes que usted al lugar donde se ocultaba la amante de Bono? Le estaban siguiendo, pedazo de idiota. Apostaría a que no se dio la vuelta ni una sola vez para cerciorarse de que no le estaban siguiendo en ese viaje.

– Pero escuche, míster Brandt…

– Vamos, vamos, Congdon. Es tan obvio. Todos los detalles de su informe lo dicen claramente. Antes de matar a miss Halley quieren asegurarse de que es la mujer que buscan, de modo que se la presentan a uno de los jefes, que puede identificarla como amante de Bono. Y cuando descubren que no es la amante de Bono, quedan tan a oscuras respecto al paradero de la otra mujer como usted mismo. ¿Cómo pueden dar con ella, entonces? Diciéndole a usted que saben dónde está, encerrándole en una habitación de la cual hasta un niño podría salir, sin quitarle los documentos ni el dinero para facilitarle más aún las cosas. Luego lo siguen y comprueban que hace exactamente lo que ellos deseaban que hiciera… Le dice al senador lo que ellos le habían dicho. Y el senador hace exactamente lo que ellos deseaban que hiciera… Le envía junto a la mujer para protegerla. Y así la encontraron. Y si mi contacto en París no hubiera estado disponible, usted, miss Scarlatti y miss Halley estarían ahora en la morgue de París.