– No sé qué quiere decir todo eso -replicó Rosa-; pero si cree que no sé bastante de todo ello como para hacerlo ejecutar, está listo. Ni siquiera he empezado. Le puedo decir cosa que no le he dicho ni a él -añadió, señalando a Gorman-. Cosa sensacionale, ¿eh?
– ¿Cómo qué? -preguntó el senador.
Rosa miró a su alrededor con fuego en los ojos. Les iba a demostrar lo que era bueno.
– Como asaltare al Vaticano e raptare al Papa -dijo con aire triunfal.
Por un largo momento reinó un silencio mortal en el salón de audiencias. Once senadores la miraron con la boca abierta, y la más abierta de todas era la de Robert Gerald Gorman.
El senador que le había formulado la pregunta fue el primero en recuperarse.
– ¿Quiere repetir eso?
– Lo que le he dicho. Hablaban de asaltare el Vaticano e de raptare al Papa e pedir veinte millone de dolare por el rescate. Veinte millone de dolare. ¿E grande o no e grande? ¿Eh? ¿No lo va a arrestare por eso? ¿Eh?
Gorman se había recuperado, pero parecía descompuesto.
– Creo que es mejor que hagamos un descanso, George.
Pero George no quería saber nada.
– ¡Qué descanso ni qué diablos! -gruñó malhumorado.
Tomó una fotografía de veinte por veinticinco que tenía entre los papeles.
– Enséñele esto a la señora -ordenó, y Weidemann saltó para complacerle.
– Y bien -dijo el senador cuando Rosa tuvo la fotografía frente a ella-. ¿Quiere decirnos quién es?
Rosa estaba muy pálida, ahora. Sus manos habían comenzado a temblar y la fotografía vibraba violentamente.
– Me parece… me parece…
Miró al senador con aire desolado.
– No estoy segura. Lo mío ojo. No son bueno.
– ¿Le parece que es Mike Valdi?
Los ojos que no eran buenos vieron un rayo de esperanza y se aferraron a él.
– Sí. Ahora recuerdo. ¡Este es Mike Valdi!
– ¡Qué va a ser Mike Valdi! -rugió el senador.
– Describa a Mike Valdi -exigió otro-. ¿Cómo es Mike Valdi?
Rosa parecía a punto de desmayarse. Weidemann dijo:
– Señores, quizá sea mejor que yo interrogue a la testigo.
Gorman hacía señas desesperadas al productor de TV para que interrumpiera la transmisión, y el productor respondió enfocándole.
El senador que había preguntado en primer lugar sobre Valdi se puso en pie con un grueso tomo abierto en las manos y leyó parte de un acta. Un abogado llamado White había declarado ante la comisión investigadora que el veintisiete de marzo de mil novecientos sesenta y cinco Mike Valdi había volado de California a Nueva York para asistir a una reunión de veinticuatro presuntos jefes de la mafia, en la casa de campo de Midge Rennie, cerca de Phelps.
Weidemann levantó la voz sobre el pandemónium que era aquel salón y dijo a la mujer:
– Esta comisión podrá hacer una acción legal por perjurio contra usted si no responde lealmente a mis preguntas. ¿Alguna vez vio a Mike Valdi?
Ella no se movió y permaneció con la vista clavada sobre la mesa, como en estado comatoso.
Weidemann se acercó más y preguntó en voz más alta:
– ¿Alguna vez vio a Mike Valdi? Responda a la pregunta.
Ella tragó saliva; se había hundido y encogido en su asiento. Luego movió la cabeza en gesto negativo.
– Que conste en el acta que la testigo ha respondido en forma negativa -dijo Weidemann al taquígrafo, y se volvió nuevamente a Rosa-. ¿Conoció a algún amigo o socio de Joe Bono?
Ella volvió a negar con la cabeza.
– Que conste la negativa en el acta. Todo lo que ha declarado ante esta comisión es, mentira, ¿no es así?
Rosa asintió y murmuró un «sí».
– Joe Bono nunca le dijo nada, nunca le presentó a nadie. No sabe nada de la mafia y nunca supo nada. ¿No es así?
– Sí -murmuró ella.
– ¿Por qué vino aquí a mentir?
Ella levantó la vista con expresión desesperada.
– No tenía dinero. Joe no me ha dejado nada. Lo hice por el dinero.
Gorman, de pie, golpeaba salvajemente con el mazo.
– Así es como trabaja la mafia -chillaba, en medio del estrépito-. Esto les muestra la corrupción que engendra la mafia. Esta investigación proseguirá. Esta investigación no se detendrá. Dominaremos al mal… a ese terrible mal…
Hillary Waugh