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¿Así que por qué no podía enamorarse de él? ¿Qué es lo que la pasaba? Ciertamente el gusano-que-no-podía-ser-nombrado-jamás, no se merecía que ella insistiera en esa esperanza. ¿Era lo suficiente estúpida para hacer eso? ¿Esperaba que viniera tras ella? Eso nunca sucedería. Él no la deseaba. Él no deseaba su legado, ni su nombre, ni su casa… y ciertamente no deseaba las siete hijas que vendrían con ella.

No, había dejado de esperar que Jackson Deveau la amara o incluso que la deseara.

Ahora sólo tenía que dejar de doler.

Miró a Stavros mientras hablaba con sus huéspedes, sonriendo y aparentemente feliz. Como si presintiera que ella lo miraba, giró la cabeza y le envió una sonrisa tibia. Su corazón hizo un pequeño salto, no de la manera en que lo hacía cuando el gusano le sonreía, sino porque sabía que Stavros estaba medio enamorado de ella y era tan injusto. La sonrisa que le envió a Stavros era más triste de lo que comprendía.

¿Podría vivir así? ¿Esta vida glamorosa, intensa y rápida? Había nacido con un legado que pocos, si acaso alguien, alguna vez tendría o conocería. Como la séptima hija de una séptima hija, los dones psíquicos de Elle corrían profundamente en sus genes y serían dados a sus siete hijas. Y su séptima hija llevaría ese mismo legado agridulce. ¿Cumpliría Elle su destino? ¿O moriría el legado de magia de las Drake calladamente con ella?

Elle solía imaginar una vida de risa y felicidad con su alma gemela. Eso fue antes de que la hubiera encontrado. Él era un macho malhumorado, silencioso, egoísta y muy dominante. Sabía que él podría traerle la calma y la paz, o con una mirada ardiente, convertir sus venas en fuego líquido. Pero se negó a aceptar quién era ella, se negó a adorarla como era. Y si él no lo hacía, ella se temía que ningún otro hombre lo haría, ni podría hacerlo. No a la verdadera Elle Drake, por lo menos.

Giró y se asomó sobre la barandilla, mirando los botes que entraban para llevar a los huéspedes de Stavros a la costa. La noche hacia mucho que había cedido al amanecer y estaba cansada, suprimiendo un bostezo intentó resolver que haría luego con su vida. Sea Haven, una pequeña aldea situada en la costa del norte de California, siempre había sido su hogar, un refugio. Su casa familiar estaba allí, una propiedad grande con vistas al océano turbulento.

El mar era tan diferente aquí, como un espejo, un hermoso cebo prometiendo una vida de lujo llena de sol, pero ella era suficientemente lista como para pensar que tal vida estaba hecha para ella. En el fondo, era una chica casera, una mujer nacida para ser esposa y madre. Adoraba la aventura y la variedad, pero al final, la necesidad de traspasar su legado Drake crecería tan fuerte que no sería capaz de ignorarlo. ¿Tenía el derecho de negar al mundo a alguien como su hermana Libby, quién podía curar con un toque de las manos? ¿O Joley, con su voz? ¿Kate, cuyos libros daban tanto consuelo y escape a las personas? Cada una de sus hermanas tenía dones increíbles pasados de generación en generación. Si no cumplía su destino la línea terminaría con ella.

El movimiento atrapó su mirada y se movió para ver al capitán acercarse a Stavros y cuchichear algo en su oreja. Era experta en leer labios, pero no podía ver la boca claramente. Stavros frunció el entrecejo y sacudió la cabeza, mirado su reloj y luego a Elle. Ella mantuvo la cara tranquila y giró la mirada de vuelta al mar. El guardaespaldas de Stavros, Sid, dijo algo también. Estaba frente a ella y captó sus palabras claramente.

– Será peligroso tenerla en la isla, señor. Piense en eso. Que se la lleve el bote ahora y daremos órdenes al conductor para que la deje en su casa de campo. La pueden retener allí hasta que la reunión acabe.

El estómago de Elle se apretó. El guardaespaldas hablaba de ella. Stavros sacudió la cabeza y dijo algo que no pudo captar, pero el guardaespaldas y el capitán miraron hacia ella otra vez y ninguno parecía feliz.

Eso encendió su alarma, la que la había salvado numerosas veces en innumerables misiones le gritaba y ella no vaciló. Se movió rápidamente a través de la escasa multitud hacia el costado del yate donde los botes entraban a recoger a los invitados y devolverlos a la costa. Aunque su bolso y la bolsa de viaje estaban todavía en el camarote de abajo, Elle tenía cuidado de no llevar nunca nada en su bolsa ni en sus pertenencias que pudiera traicionarla. Dejaría el yate y si Dane quería que volviera, podría utilizar la recuperación de sus cosas como una excusa para contactar con Stavros otra vez.

Se hizo pequeña, tratando de mezclarse con los otros invitados. Como Elle podría desaparecer fácilmente en las sombras, pero Sheena destacaba. Su corazón se aceleró y un sentido de urgencia la dominó mientras serpenteaba abriéndose camino hacia los botes que partían. No iba a mirar atrás y comprobar si la estaban buscando, sabía que sí. Tenía una oportunidad, para saltar en el bote saliente mientras estaba zarpando. Tenía que calcularlo perfectamente.

Se deslizó tras el último de los invitados que esperaban el próximo bote y dio un paso en la plataforma, extendiendo la mano al joven que empujaba el bote para soltarlo. Él sonrió y guió el bote de vuelta a la posición para que ella pudiera subir. Justo mientras sus dedos se deslizaban alrededor de su mano, sintió otra mano atraparle el brazo en un puño firme, tirándola hacia atrás.

– Al señor Gratsos le gustaría el placer de la compañía de la señora MacKenzie un rato más -dijo Sid suavemente, atrayendo su forma mucho más pequeña contra él.

Elle inhaló bruscamente, sintiendo el chorro de emoción del guardaespaldas de Stavros. Él casi deseaba no haberla alcanzado, de hecho había considerado perderla, pero sabía que Stavros habría detenido el otro bote. Ella se dejó echar hacia atrás sin luchar. El guardaespaldas era más grande y mucho más fuerte que ella, e incluso si lo pudiera haber pillado por sorpresa, ¿cuál sería el objeto? Ninguno de los hombres de Stavros iba a permitirle abandonar el yate contra sus órdenes.

Ella sonrió amablemente al piloto y alzó la mirada al guardaespaldas. No era griego. No estaba segura de dónde era. Hablaba con acento griego, pero había algo raro en él. Y le parecía terriblemente familiar, pero no sabía donde lo había visto antes.

– Me haces daño. -Mantuvo un tono bajo, muy bajo y su mirada en la cara.

Él la soltó de manera inmediata, rápidamente como si la piel le quemara.

– Lo siento, señora MacKenzie. El señor Gratsos me pidió que la llevara de vuelta con él y tenía miedo de que cayera al mar si no la sostenía. No me di cuenta de lo fuerte que la estaba agarrando.

Él había tenido miedo de que ella hiciera una escena, pero extrañamente, eso fue todo lo que pudo conseguir de él. ¿Por qué era eso? ¿Cómo es que estaba protegido el guardaespaldas de sus capacidades psíquicas de la misma manera que Stavros? No podía ser coincidencia que dos personas que trabajaban juntos tuvieran fuertes barreras naturales y que la barrera de Sid fueron tan fuerte o más que la de Stavros, aunque se sintiera diferente.

Elle le dirigió una rápida sonrisa de perdón, de acuerdo con la personalidad dulce de Sheena.

– Ciertamente no querría caer al mar con este vestido. -El retrocedió para indicarle que avanzara a través del grupo de invitados. Elle vaciló-. Sid, este es el último bote para la costa y ya están embarcando. Debo bajar. -Deliberadamente miró su delgado reloj de diamantes-. Tengo una cita esta tarde.

– El señor Gratsos le llevará a su cita a tiempo -aseguró Sid.

Eso era mentira. A él no le gustaba mentirle. Cualquiera que fuera la protección que él había construido o de la que le habían provisto, las emociones más intensas la atravesaban deslizándose, a menos, claro está, que él lo estuviera permitiendo, lo cual era posible. Elle podía hacer eso. Sid estaba preocupado por ella, y si estaba preocupado, ella necesitaba estarlo. Permaneció muy quieta, midiendo la distancia hasta el bote. Era rápida, pero dudaba que el bote la llevara contra las órdenes de Stavros.