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Sid sacudió la cabeza.

– No lo intente, señora MacKenzie. Si el señor Gratsos la quiere aquí, usted se quedará aquí.

Era una advertencia. Una advertencia clara, ¿le había leído la mente? Ella no creía que sus sentimientos se hubieran reflejado en el rostro. Él la miró directamente, los oscuros ojos se encontraron con los suyos. El corazón saltó en advertencia, la boca se le secó.

– Déjame ir ahora.

Por un momento mostró pena en los ojos, pero ella supo que él no iba a engañar a su jefe.

– Tendrá que hablarlo con él.

Elle asintió y avanzó hacia el magnate naviero, muy consciente de Sid directamente detrás de ella.

Stavros le extendió la mano, cerrando los dedos alrededor de los de ella para atraerla a su lado.

– Pensé que tratabas de dejarme.

– Te dije que no podía quedarme -le recordó Elle-. Quiero, Stavros, pero ya he estado fuera lo suficiente.

Tuvo cuidado de mantener su tono ligero y arrepentido aún cuando deliberadamente abrió sus sentidos y trató de leerlo psíquicamente.

Stavros estaba muy acostumbrado a hacer too a su manera y tratar de forzarla a obedecer su voluntad sería algo que haría sin creer que estaba mal. Era su primera reprimenda verdadera, tan apacible como ella podía hacerla cuando lo que quería era escupir fuego sobre él. Él parecía tener una barrera natural en el lugar que evitaba que ella se deslizara en su mente del modo en que hacía con los otros.

Los ojos de él se oscurecieron hasta un color tempestuoso.

– Te pedí que permanecieras conmigo. Para ir a mí casa conmigo. Te dije, Sheena que nunca he llevado a una mujer allí.

Ella respiró hondo. La llevaba a su isla y estaría aislada de toda ayuda. ¿Sospecharía de ella? ¿Y si lo hacía, significaba eso que tenía algo que ocultar? Los motores ya habían comenzado a retumbar y podía sentir el puente vibrar bajo los pies.

– Stavros, quizá debería encontrarme contigo allí más tarde, mañana o al día siguiente.

Stavros le palmeó la mano y la dirigió a través del puente a una silla mullida.

– Necesitamos pasar tiempo juntos, Sheena. Quiero pasar una semana juntos, sólo los dos, y quizás cambiarás de opinión acerca de mí.

– No tengo suficiente ropa para una semana -dijo Elle, tratando de ser práctica.

– Enviaré por ella.

– No voy a dormir contigo, Stavros. Te dijo que no puedo tener una relación en este momento, no estoy lista.

– Me contaste que ese hombre te rompió el corazón, Sheena. ¿Quién es él?

Ella se encogió de hombros, de repente preocupada por el acero en sus ojos. Tenía la incómoda sensación de que si nombraba a alguien, este aparecería muerto. Lo cuál era tonto cuando había estado muy segura de que Stavros no era un criminal. ¿Pero, entonces, si ese fuera el caso, por qué gritaban todos sus radares internos?

– Él no tiene importancia.

– Debe tenerla, sino considerarías otra relación. -Stavros tamborileó con los dedos sobre la mesa. Ella le había visto hacerlo cuando pensaba profundamente o estaba muy agitado-. ¿Viviste con él? ¿Cuánto tiempo estuviste con él?

– Eso no es de tu incumbencia -dijo Elle firmemente.

Los ojos de él se enteecerraron.

– Puedo contratar a alguien para averiguar estas respuestas para mí.

Su corazón saltó. La había investigado. Dane le había dicho que estuviera preparada para eso. Ellos habían construido meticulosamente su vida y le habían proporcionado todo, desde fotos del colegio y registros escolares hasta un pasado detallado, pero ¿soportaría la clase de investigación que un hombre como Stavros Gratsos demandaría? ¿Era esta la razón de que la llevara a su isla? ¿Había descubierto que trabajaba de incógnito?

– ¿Por qué me estás presionando?

Stavros se inclinó hacia ella, su mirada centrándose en la de ella.

– Te deseo. Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti.

¿Era eso la pura verdad? Ella lo dudaba. Sheena era hermosa y una mujer misteriosa e inteligente, el tipo que atraería e intrigaría a Stavros, pero él no era conocido por enamorarse de sus mujeres. Las acompañaba, pasaba tiempo con ellas, pero inevitablemente se iba. ¿Por qué estaba tan determinado en reclamar a Sheena como suya?

Elle suspiró.

– Tienes que olvidarlo, Stavros. Seré tan honesta como sea posible contigo. El control de natalidad no funciona conmigo. Tengo esta anomalía característica de mi familia. Ninguna forma de control de natalidad funciona. Incluso si utilizaras un condón, las probabilidades son todavía muy altas de que pueda quedarme embarazada. No voy a hacerte eso. O a mí.

Los ojos de él se oscurecieron aún más cuando buscó la verdad en su cara. Ella sentía realmente la mente estirándose hacia la suya y la empujó, atemorizada por primera vez de que pudiera leerla como ella hacía con los otros. Permitió sólo la verdad de su declaración en su mente donde él quizás captara sus pensamientos. No sólo pareció intrigado, sino complacido.

– Dices la verdad.

Ella asintió.

– No tengo razón para mentir. Realmente no puedo correr el riesgo y como deseo niños algún día, no puedo ocuparme del problema permanentemente.

– ¿Así que no dormiste con el hombre que te rompió el corazón?

Ella sacudió la cabeza y miró hacia el mar. La costa se desvanecía mientras el yate aceleraba hacia la isla privada.

Stavros dejó salir el aliento, atrayendo su atención de vuelta a él.

– Entonces seré tu primero. Tu único. -Había profunda satisfacción en su ronroneante voz.

– Te he dicho que puedo quedarme embarazada. No puedes, Stavros, me quedaría embarazada.

– Quiero niños -dijo-. No tengo ningún problema con que te quedes embarazada.

El corazón de Elle saltó. Allí estaba. Stavros era guapo, encantador, rico y deseaba niños. Estaba segura de que era psíquico. ¿Por qué no podría la casa Drake elegirle? Quizá había más de un hombre que encajara con ella y el destino había intervenido para darle otra oportunidad. Stavros Gratsos que la estaba forzando a acompañarlo a casa.

– Stavros -dijo suavemente-, eres el hombre más dulce, pero estás fuera de mi liga. La mitad de tus invitados se preguntan qué haces conmigo.

– Deja que se pregunten.

Sid se acercó con su manera silenciosa y se inclinó para cuchichear en la oreja de Stavros. Stavros inmediatamente la palmeó la mano.

– Estaremos en casa pronto. Tengo que coger esta llamada. -Dejó caer un beso encima de su cabeza como si ya hubieran arreglado todo y se fue.

Elle aspiró y dejó salir el aire. Necesitaba intentar permanecer en el personaje en caso de que su cobertura hubiera volado, pero necesitaba contar a alguien donde estaba. No podía engañarse. Podría desaparecer fácilmente y Stavros podría tener a cien personas jurando que la habían visto bajar.

Cerró los ojos. Necesitaba alcanzar a sus hermanas y dejarles saber donde estaba, pero la distancia era demasiado grande. Habían regresaron a los Estados Unidos y a menos que el lazo psíquico entre ellas fuera roto, no la sentirían, pero… estaba el gusano. Jackson Deveau. Su conexión psíquica con ella era fuerte y si se extendía hacia él, quizás pudiera conectar y permitirle saber hacía donde estaba siendo llevada. ¿Contaba el orgullo cuándo una vida podía correr peligro? ¿Realmente era tan estúpida?

El barco ya estaba acortando la distancia a la isla. No estaba tan lejos del continente. Cuando el yate se acercó a la isla privada de Stavros, pudo sentir un zumbido débil en la cabeza. Al principio le molestaba, pero pronto comenzó a aumentar de volumen casi al punto de dolor. Apretando los dedos en las sienes en un esfuerzo de aliviar el dolor, captó a Stavros mirándola. Había un rayo de satisfacción en sus ojos, como si supiera de la presión en su cabeza. Miró a Sid. Lo que fuera que ella estaba sintiendo, también lo hacia él, pero lo ocultaba mejor. Siguió andando con Stavros con la cara girada lejos de su jefe, pero supo que esa misma presión estaba en su cabeza también.