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Pitágoras y Platón, al reconocer que el Cosmos es cognoscible y que hay una estructura matemática subyacente en la naturaleza, hicieron avanzar mucho la causa de la ciencia. Pero al suprimir los hechos inquietantes, al creer que había que reservar la ciencia para una pequeña elite, al expresar su desagrado por la experimentación, al abrazar el misticismo y aceptar fácilmente las sociedades esclavistas, hicieron retroceder la empresa del hombre. Después de un sueño místico en el cual yacían enmoheciéndose las herramientas del examen científico, el método jonio, transmitido en algunos casos a través de los sabios de la Biblioteca de Alejandría, fue al final redescubierto. El mundo occidental despertó de nuevo. La experimentación y la investigación abierta se hicieron otra vez respetables. Se leyeron de nuevo libros y fragmentos olvidados. Leonardo, Colón y Copémico fueron inspirados por esta antigua tradición griega o siguieron independientemente parte de sus huellas. En nuestra época hay mucha ciencia jónica, aunque falte en política y en religión, y hay en grado considerable un valeroso libre examen. Pero también hay supersticiones detestables y ambigüedades éticas mortales. Llevamos la marca de antiguas contradicciones.

Los platónicos y sus sucesores cristianos sostenían la idea peculiar de que la Tierra estaba viciada y de que era en cierto modo repugnante mientras que los cielos eran perfectos y divinos. La idea fundamental de que la Tierra es un planeta, de que somos ciudadanos del universo, fue rechazada y olvidada. Aristarco fue el primero en sostener esta idea. Aristarco, nacido en Samos tres siglos después de Pitágoras, fue uno de los últimos científicos jonios. En su época el centro de la ilustración intelectual se había desplazado a la gran Biblioteca de Alejandría. Aristarco fue la primera persona que afirmó que el centro del sistema planetario está en el Sol y no en la Tierra, que todos los planetas giran alrededor del Sol y no de la Tierra. Es típico que sus escritos sobre esta cuestión se hayan perdido. Dedujo a partir del tamaño de la sombra de la Tierra sobre la Luna durante un eclipse lunar que el Sol tenía que ser mucho mayor que la Tierra y que además tenía que estar a una distancia muy grande. Quizás esto le hizo pensar que era absurdo que un cuerpo tan grande como el Sol girara alrededor de un cuerpo tan pequeño como la Tierra. Puso al Sol en el centro, hizo que la Tierra girara sobre su eje una vez al día y que orbitara el Sol una vez al año.

Ésta es la misma idea que asociamos con el nombre de Copérnico, a quien Galileo llamó restaurador y confirmador, no inventor, de la hipótesis heliocéntrica. 11 Durante la mayor parte de los 1 800 años que separan a Aristarco de Copémico nadie conoció la disposición correcta de los planetas, a pesar de haber sido expuesta de modo perfectamente claro en el 280 a. de C. La idea escandalizó a algunos de los contemporáneos de Aristarco. Hubo gritos, como los dedicados a Anaxágoras, a Bruno y a Galileo, pidiendo que se les condenara por impiedad. La resistencia contra Aristarco y Copémico, una especie de egocentrismo en la vida diaria, continúa vivo entre nosotros: todavía decimos que el Sol se levanta y que el Sol, se pone. Han pasado 2 200 años desde Aristarco y nuestro lenguaje todavía pretende que la Tierra no gira.

La distancia existente entre los planetas cuarenta millones de kilómetros de la Tierra a Venus en el momento de máxima aproximación, seis mil millones de kilómetros hasta Plutón habría asombrado a aquellos griegos que se escandalizaban ante la afirmación de que el Sol pudiera ser tan grande como el Peloponeso. Era algo natural imaginar el sistema solar como una cosa más compacta y local. Si levanto un dedo delante de los ojos y lo examino primero con el ojo izquierdo y luego con el derecho parece desplazarse sobre el fondo lejano. Cuanto más cerca ponga el dedo más parecerá desplazarse. Puedo estimar la distancia de mi dedo midiendo este desplazamiento aparente, o paralaje. Si mis ojos estuviesen más separados, el dedo parecería desplazarse bastante más. Cuanto más larga es la línea base a partir de la cual hacemos dos observaciones, mayor es el paralaje y mejor podremos medir la distancia a objetos remotos. Pero nosotros vivimos en una plataforma en movimiento, la Tierra, que cada seis meses va de un extremo a otro de su órbita, una distancia de 300.000.000 km. Si observamos con una separación de seis meses objetos celestiales inmóviles, estaremos en disposición de medir distancias muy grandes. Aristarco sospechó que las estrellas eran soles distantes. Puso al Sol entre las estrellas fijas. La falta de un paralaje estelar detestable a medida que la Tierra se desplazaba sugería que las estrellas estaban mucho más lejos que el Sol. Antes de la invención del telescopio, el paralaje, incluso de las estrellas más próximas, era demasiado pequeño para ser detectado. El primer paralaje de una estrella no se midió hasta el siglo diecinueve. Quedó claro entonces, aplicando directamente la geometría griega que las estrellas estaban a años luz de distancia.

Hay otro sistema para medir la distancia a las estrellas que los jonios eran perfectamente capaces de descubrir, aunque por lo visto no hicieron uso de él. Todos sabemos que cuanto más lejos está un objeto más pequeño parece. Esta proporcionalidad inversa entre el tamaño aparente y la distancia es la base de la perspectiva en el arte y la fotografía. Por lo tanto, cuanto más lejos estamos del Sol más pequeño y oscuro aparece. ¿A qué distancia tendríamos que estar del Sol para que pareciera tan pequeño y oscuro como una estrella? 0 bien de modo equivalente, ¿qué tamaño ha de tener un pequeño fragmento del Sol para que sea del mismo brillo que una estrella?

Christiaan Huygens llevó a cabo un primer experimento para responder a esta cuestión, muy en la onda de la tradición jonia. Huygens practicó pequeños agujeros en una placa de latón, puso la placa contra el Sol y se preguntó cuál era el agujero cuyo brillo equivalía al de la brillante estrella S ¡río, brillo que recordaba de la noche anterior. El agujero resultó ser 11 l/28 000 del tamaño aparente del Sol. Dedujo: o por lo tanto que Sirio tenía que estar 28 000 veces más lejos de nosotros que el Sol, o sea aproximadamente a medio año luz de distancia. Es difícil recordar el brillo que tiene una estrella muchas horas después de haberla visto, pero Huygens lo recordó muy bien. Si hubiese sabido que el brillo de Sirio era intrínsecamente superior al del Sol, hubiese dado con una respuesta casi exacta: Sirio está a 8,8 años luz de distancia. El hecho de que Aristarco y Huygens utilizaran datos imprecisos y consiguieran respuestas imperfectas apenas importa. Explicaron sus métodos tan claramente que si luego se disponía de mejores observaciones podían derivarse respuestas más precisas.

Entre las épocas de Aristarco y de Huygens los hombres dieron respuesta a la pregunta que me había excitado tanto cuando yo era un chico que crecía en Brooklyn: ¿Qué son las estrellas? La respuesta es que las estrellas son soles poderosos a años luz de distancia en la vastitud del espacio interestelar.