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¿Qué porcentaje de la vida de un planeta está marcado por una civilización técnica? La Tierra ha albergado una civilización técnica caracterizada por la radioastronomía desde hace sólo unas décadas, y su vida total es de unos cuantos miles de millones de años. Por lo tanto, si nos limitamos a nuestro planeta fles por ahora inferior a l/101, una m' illonésima de uno por ciento. No está excluido en absoluto que nos destruyamos mañana mismo. Supongamos que éste fuera un caso típico, y la destrucción tan completa que ninguna civilización técnica más o de la especie humana o de otra especie cualquiera fuera capaz de emerger en los cinco mil millones de años más o menos que quedan antes de que el Sol muera. Entonces N N. fp n, fl f i f@ fL 10 y en cualquier momento dado sólo habría una reducida cantidad, un puñado, una miseria de civilizaciones técnicas en la Galaxia, y su número se mantendría continuamente a medida que las sociedades emergentes sustituirían a las que acababan de autoinmolarse. El número N podría incluso ser de sólo l. Si las civilizaciones tienden a destruirse poco después de alcanzar la fase tecnológica, quizás no haya nadie con quien podamos hablar aparte de nosotros mismos, y esto no lo hacemos de modo muy brillante. Las civilizaciones tardarían en nacer miles de millones de años de tortuosa evolución, y luego se volatilizarían en un instante de imperdonable negligencia.

Pero consideremos la alternativa, la perspectiva de que gor lo menos algunas civilizaciones aprendan a vivir con una alta tecnología; que las contradicciones planteadas por los caprichos de la pasada evolución cerebral se resuelvan de modo consciente y no conduzcan a la autodestrucción; o que, aunque se produzcan perturbaciones importantes, queden invertidas en los miles de millones de años siguientes de evolución biológica. Estas sociedades podrían vivir hasta alcanzar una próspera vejez, con unas vidas que se medirían quizás en escalas temporales evolutivas de tipo geológico o estelar. Si el uno por ciento de las civilizaciones pueden sobrevivir a su adolescencia tecnológica, escoger la ramificación adecuada en este punto histórico crítico y conseguir la

madurez, entonces fL @ 1 / 1 00, N @ 1 01, y el número de civilizaciones existentes en la Galaxia es de millones. Por lo tanto, si bien nos preocupa la posible falta de confianza en la estimación de los primeros factores de la ecuación de Drake, que dependen de la astronomía, la química orgánica y la biología evolutiva, la principal incertidumbre afecta a la economía y la política y lo que en la Tierra denominamos naturaleza humana. Parece bastante claro que si la autodestrucción no es el destino predominante de las civilizaciones galácticas, el cielo está vibrando suavemente con mensajes de las estrellas.

Estas estimaciones son excitantes. Sugieren que la recepción de un mensaje del espacio es, incluso sin descifrarlo, un signo profundamente esperanzador. Significa que alguien ha aprendido a vivir con la alta tecnología; que es posible sobrevivir a la adolescencia tecnológica. Esta razón, con toda independencia del contenido del mensaje, proporciona por sí sólo una poderosa justificación para la búsqueda de otras civilizaciones.

Si hay millones de civilizaciones distribuidas de modo más o menos casual a través de la Galaxia, la distancia a la más próxima es de unos doscientos años luz. Incluso a la velocidad de la luz un mensaje de radio tardaría dos siglos en llegar desde allí. Si hubiésemos iniciado nosotros el diálogo, sería como si Johannes Kepler hubiese preguntado algo y nosotros recibiera~ mos ahora la respuesta. Es más lógico que escuchemos en lugar de enviar mensajes, sobre todo porque, al ser novicios en radioastronomía, tenemos que estar relativamente atrasados y la civilización transmisora avanzada. Como es lógico, si una civilización estuviera más avanzada, las posiciones se invertirían.

Estamos en las primeras fases de la búsqueda por radio de otras civilizaciones en el espacio. En una fotografía óptica de un campo denso de estrellas, hay centenares de miles de estrellas. Si nos basamos en nuestras estimaciones más optimistas, una de ellas es sede de una civilización avanzada. Pero ¿cuál? ¿Hacia qué estrella tenemos que apuntar nuestros radiotelescopios? Hasta ahora, de los millones de estrellas que pueden señalar la localización de civilizaciones avanzadas, sólo hemos examinado por radio unos pocos millares. Hemos llevado a cabo una décima parte de un uno por ciento del esfuerzo necesario. Pero una investigación seria, rigurosa y sistemática no puede tardar. Los pasos preparatorios están ya en marcha, tanto en los Estados

Unidos como en la Unión Soviética. Es algo relativamente
barato: el coste de una unidad naval de tamaño intermedio por
ejemplo un moderno destructor sería suficiente para pagar un

programa de una década de duración en busca de inteligencias extraterrestres.

Los encuentros benevolentes no han sido lo nonnal en la historia humana, cuando los contactos transculturales han sido directos y físicos, cosa muy diferente de la recepción de una señal de radio, un contacto tan suave como un beso. Sin embargo, es instructivo examinar uno o dos casos del pasado, por lo menos para calibrar nuestras expectativas: entre las épocas de las revoluciones norteamericana y francesa, Luis XVI de Francia organizó una expedición al océano Pacífico, un viaje con objetivos científicos, geográficos, económicos y nacionalistas. El comandante era el conde de La Pérouse, un explorador de fama que había luchado a favor de los Estados Unidos en su guerra de Independencia. Enjulio de 1786, casi un año después de hacerse a la mar, alcanzó en la costa de Alaska un lugar llamado hoy Bahía Lituya. El puerto le encantó y escribió sobre éclass="underline" Ningún puerto del universo podría ofrecer más ventajas. La Pérouse, en este lugar ejemplar, escribió:

Observé la presencia de algunos salvajes, que hacían señales de amistad desplegando y ondeando capas blancas y diferentes pieles. Algunas de las canoas de estos indios estaban pescando en la bahía… [Nos] rodeaban continuamente las canoas de los salvajes, quienes nos ofrecían pescado, pieles de nutria y de otros animales y diversos artículos menores de vestir a cambio de nuestro hierro. Nos sorprendió mucho observar que parecían muy acostumbrados a traficar, y que regateaban con nosotros con tanta habilidad como cualquier comerciante europeo.

Los nativos americanos pedían cada vez más a cambio de sus mercancías. Recurrieron también al robo, sobre todo de objetos de hierro, con la consiguiente irritación de La Pérouse, pero en una ocasión robaron los uniformes de oficiales de la marina francesa que ellos habían ocultado debajo de sus almohadones cuando dormían por la noche rodeados de guardias armados: una hazaña digna de Harry Houdini. La Pérouse cumplía sus órdenes reales de comportarse pacíficamente, pero se quejó de que los nativos creyesen que podíamos aguantarlo todo. Su sociedad le inspiraba desdén, pero no se causó ningún daño serio por parte de una cultura a la otra. La Pérouse, después de aprovisionar sus dos buques, partió de la Bahía de Lituya, para no regresarjamás. La expedición se perdió en el sur del Pacífico en 1788; perecieron La Pérouse y todos los miembros de su tripulación excepto uno. 2