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Exactamente un siglo después Cowee, un jefe de los tlingit, relató al antropólogo canadiense G. T. Emmons una historia del primer encuentro de sus antepasados con el hombre blanco, una narración transmitida únicamente de palabra. Los tlingit no tenían documentos escritos, ni Cowee había oído hablar nunca de La Pérouse. He aquí una paráfrasis de la historia de Cowee:

A fines de una primavera, un grupo importante de tlingit se aventuró hacia Yakutat, al norte, para comerciar con cobre. El hierro era aún más precioso, pero no había modo de conseguirlo. Al entrar cuatro canoas en la Bahía de Lituya fueron tragadas por las olas. Mientras los supervivientes acampaban y lloraban a sus compañeros perdidos, dos objetos extraños entraron en la Bahía. Nadie sabía qué eran. Parecían grandes pájaros negros con inmensas alas blancas. Los tlingit creían que el mundo había sido creado por un gran pájaro que a menudo tomaba la fonna de un cuervo, un pájaro que había liberado al Sol, la Luna y las estrellas de las cajas donde estaban prisioneros. Mirar el Cuervo equivalía a quedar convertido en piedra. Los tlingit, asustados, huyeron al bosque y se escondieron. Pero al cabo de un tiempo, al ver que no habían sufrido ningún daño, algunos con más iniciativa se arrastraron hasta fuera y arrollaron hojas de yaro en forma de primitivos telescopios creyendo que esto les impediría convertirse en piedra. A través de la hoja de col parecía que los grandes pájaros estaban plegando sus alas y que rebaños de pequeños mensajeros negros salían de sus cuerpos y se arrastraban sobre sus plumas.

Entonces un viejo guerrero, casi ciego, reunió a su gente y anunció que su vida se había cumplido hacía tiempo; estaba decidido, en bien de todos, a comprobar si el Cuervo quería convertir a sus hijos en piedra. Se puso su traje de piel de nutria, se metió en su canoa y le llevaron remando hacia el Cuervo, dentro del mar. Se encaramó encima suyo y oyó extrañas voces. Su vista debilitada apenas le permitía distinguir la gran cantidad de formas negras que se movían ante él. Quizás eran cuervos. Cuando regresó sin daño su gente se amontonó a su alrededor admirada de verle vivo. Le tocaron y le olieron para ver si era realmente él. Después de pensarlo mucho, el anciano se convenció de que aquello no era el dios cuervo que les visitaba sino una canoa gigante construida por personas. Las figuras negras no eran cuervos sino personas de un tipo distinto. Convenció a los tliñgit, quienes se decidieron a visitar los buques y a intercambiar sus pieles por muchos artículos extraños, especialmente hierro.

entramos en contacto con una civilización extraterrestre más avanzada, ¿será el encuentro esencialmente pacífico, aunque poco intenso, como el de los franceses con los tlingit, o seguirá otro prototipo más terrible, en el cual la sociedad algo más avanzada destruye a la sociedad técnicamente más atrasada? A principios del siglo dieciséis floreció en el México central una alta civilización. Los aztecas tenían una arquitectura monumental, un sistema elaborado de registro de datos, un arte exquisito y un calendario astronómico superior a cualquiera de Europa. El artista Albrecht Dürer, al ver los objetos que llegaron con los primeros buques cargados de tesoros mexicanos, escribió en agosto de 1520: No había visto nunca nada que me alegrara tanto el corazón. He visto… un sol totalmente de oro de una braza entera de ancho [el calendario astronómico azteca]; también una luna totalmente de plata, de igual tamaño… también dos habitaciones llenas de todo tipo de armamento, annaduras y otras armas admirables, todas las cuales son más hermosas de ver que maravillas. Los intelectuales quedaron asombrados por los libros aztecas, que según dijo uno de ellos, se parecen casi a los egipcios. Hernán Cortés describió su capital, Tenochtitlán, como una de las ciudades más bellas del mundo… Las actividades y comportamiento de la gente están a un nivel casi tan elevado como en España, y su organización y ordenación son iguales. Si consideramos que estos pueblos son bárbaros, privados del conocimiento de Dios v de la comunicación con otras naciones civilizadas, es notable ver todo lo que poseen. Dos años después de escribir estas palabras Cortés destruyó totalmente Tenochtitlán junto con el resto de la civilización azteca. He aquí una relación azteca:

Moctezuma [el emperador azteca] quedó conmovido, horrorizado por lo que oyó. Quedó muy perplejo por su comida, pero lo que le hizo casi desmayarse fue la historia del gran cañón lombardo que obedeciendo a los españoles, lanzaba una descarga que retumbaba al salir. El ruido debilitaba y mareaba a quien lo oía. Salía de él una especie de piedra, seguida por una lluvia de fuego y de chispas. El humo era asfixiante, tenía un olor que mareaba, fétido. Y cuando el disparo daba contra una montaña la hacía pedazos, la disolvía. Reducía un árbol a serrín: el árbol desaparecía como llevado por un soplo… Cuando contaron todo esto a Moctezuma quedó aterrorizado. Se sintió enfermo. El corazón le fallaba.

Continuaron llegando más informes: No somos tan fuertes como ellos, dijeron a Moctezuma. No somos nada comparados con ellos. Los españoles empezaron a recibir el nombre de Dioses llegados de los Cielos. Sin embargo, los aztecas no se hacían ilusiones sobre los españoles, a los que describían con estas palabras:

Se apoderaban del oro como si fueran monos, con el rostro congestionado. Era evidente que su sed de oro no tenía límites: querían atiborrarse de oro como cerdos. Iban hurgando por todas partes, se llevaban los gallardetes de oro y los trasladaban de un lado a otro, agarrándolos para que no se les escaparan, balbuceando, contándose necedades unos a otros.

Pero sus intuiciones sobre el carácter español no les sirvieron para defenderse. En 1517 se había visto en México un gran cometa. Moctezuma, obsesionado por la leyenda de¡ retorno de] dios azteca Quetzalcóatl en forma de hombre de piel blanca, que llegaría por el mar oriental, ejecutó rápidamente a sus astrólogos. No habían predicho el cometa, ni lo habían explicado. Moctezuma, convencido del inminente desastre, se volvió distante y melancólico. Una partida armada de 400 europeos y sus aliados nativos, ayudados por la superstición de los aztecas y por su propia y superior tecnología venció y destruyó totalmente una alta civilización de un millón de personas. Los aztecas no habían visto nunca un caballo; no había caballos en el Nuevo Mundo. Ellos no habían aplicado la metalurgia del hierro a la guerra. No habían inventado las arfnas de fuego. Y sin embargo la distancia tecnológica que los separaba de los españoles no era muy grande, quizás de unos cuantos siglos.

Somos necesariamente la sociedad técnica más atrasada de la Galaxia. Una sociedad más atrasada ya no dispondría de radioastronomía. Si la triste experiencia del conflicto cultural en la Tierra fuera la norma en la Galaxia, parece que nos tendrían que haber destruido ya, quizás después de expresar una cierta admiración por Shakespeare, Bach y Verrneer. Pero no ha sido así. Quizás las intenciones de los extraterrestres son de una benignidad a toda prueba, más afin a La Pérouse que a Cortés. ¿O quizás a pesar de todas las pretensiones sobre ovnis y antiguos astronautas, nuestra civilización no ha sido descubierta todavía?

Por una parte hemos afirmado que si hay una fracción, incluso pequeña, de civilizaciones técnicas que aprenden a vivir consigo mismo y con sus armas de destrucción masiva, tendría que haber actualmente un número enonne de civilizaciones avanzadas en la Galaxia. Tenemos ya vuelos interestelares lentos, y pensamos que el vuelo interestelar rápido es un objetivo posible de la especie humana. Por otra parte afirmamos que no hay pruebas creíbles sobre visitas a la Tierra, ahora o antes. ¿No es esto una contradicción? Si la civilización más cercana está digamos a 200 años luz de distancia, se necesitan sólo 200 años para ir hasta allí a una velocidad cercana a la de la luz. Incluso a uno por ciento de la velocidad de la luz, los seres procedentes de civilizaciones cercanas podrían haber llegado durante la tenencia de la Tierra por la humanidad. ¿Por qué no están ya aquí? Hay muchas respuestas posibles. Quizás somos los primeros, aunque esto está en contradicción con la herencia de Aristarco y de Copémico. Alguna civilización técnica tiene que ser la primera en emerger en la historia de la Galaxiá. Quizás estamos equivocados al creer que hay por lo menos alguna civilización que evita la autodestrucción. Quizás haya algún problema imprevisto que se opone al vuelo espacial; aunque a velocidades muy inferiores a las de la luz parece dificil entender en qué consistiría un impedimento de este tipo. 0 quizás estén ya aquí, pero ocultos por respeto a alguna Lex Galáctica, a alguna ética de no interferencia con civilizaciones emergentes. Podemos imaginárnoslos curiosos y desapasionados, observándonos, como nosotros observaríamos un cultivo bacteriano en un plato de agar, preguntándose si también en este año conseguiremos evitar la autodestrucción.