Las mejores fotografías disponibles en aquel momento tomadas desde el vehículo orbital Mariner 9 mostraban rasgos no inferiores a 90 metros de diámetro. Las imágenes del vehículo orbital Viking sólo mejoraban estas cifras ligeramente. Las rocas con un tamaño de un metro quedaban totalmente invisibles en estas fotografías, y podían haber provocado consecuencias desastrosas para el aterrizaje del Viking. Asimismo un polvo fino y hondo podía resultar indetectable fotográficamente. Afortunadamente existía una técnica que nos capacitaba para determinar la aspereza o la blandura del lugar de aterrizaje propuesto: el radar. Un lugar muy accidentado dispersa el haz de radar procedente de la Tierra hacia sus lados y por lo tanto resulta escasamente reflector, es decir oscuro visto con el radar. Un lugar muy blando resulta escasamente reflector a causa de los muchos intersticios existentes entre cada grano de arena. No podíamos distinguir los lugares accidentados de los lugares blandos, pero no necesitábamos distinciones de este tipo para seleccionar el lugar de aterrizaje. Sabíamos que ambos terrenos eran peligrosos. Estudios preliminares de radar indicaban que de un cuarto a un tercio de la superficie de Marte podía ser oscura al radar, y por lo tanto peligrosa para el Viking. Pero a través de radares instalados en la Tierra no se puede examinar la totalidad de Marte: sólo una franja comprendida aproximadamente entre los 250 N y los 25o S. El vehículo orbital Viking no transportaba ningún sistema de radar para cartografiar la superficie.
Había muchas limitaciones, quizás demasiadas, nos temíamos. Nuestros puntos de aterrizaje no podían ser demasiado altos ni estar excesivamente expuestos al viento, ni ser demasiado duros, ni demasiado blandos, ni demasiado accidentados, ni demasiado próximos al polo. Resultaba notable que hubiese en todo Marte algunos lugares que satisfaciesen simultáneamente todos nuestros criterios de seguridad. Pero también quedaba claro que nuestra búsqueda de puertos seguros nos dirigía a aterrizar en lugares que eran en su mayor parte aburridos.
Cuando cada una de las dos combinaciones vehículo orbital vehículo de aterrizaje del Viking quedaba insertada en órbita marciana estaba destinada ya, de modo inalterable, a aterrizar en una cierta latitud de Marte. Si el punto bajo de la órbita estaba a 210 de latitud norte marciana, el vehículo de aterrizaje descendería a 2 lo N, aunque bastaría esperar que el planeta girase debajo suyo para poder aterrizar en cualquier longitud. De este modo los equipos científicos del Viking seleccionaron latitudes en las cuales había más de un lugar prometedor. El objetivo fijado para el Viking 1 fue 21 o N. El punto primario de aterrizaje estaba en una región llamada Crise (en griego tierra del oro), cerca de la confluencia de cuatro sinuosos canales que se creen excavados en épocas previas de la historia marciana por corrientes de agua. Crise parecía satisfacer todos los criterios de seguridad. Pero las observaciones de radar habían estudiado zonas cercanas y no el mismo lugar de aterrizaje de Crise. A causa de la geometría de la Tierra y de Marte, hasta unas pocas semanas antes de la fecha nominal del aterrizaje no se realizaron las primeras observaciones de radar de Crise.
La latitud propuesta para el aterrizaje del Viking 2 era 44o N; el primer punto, un lugar llamado Cidonia, fue elegido porque, según ciertos argumentos teóricos, había una probabilidad significativa de hallar allí pequeñas cantidades de agua liquida, al menos en alguna temporada del año marciano. Los experimentos biológicos del Viking estaban muy orientados hacia organismos que se sienten cómodos en el agua líquida, y por ello algunos científicos afirmaban que la posibilidad de que el Viking encontrara vida aumentaría sustancialmente en Cidonia. Por otro lado se decía que si había microorganismos en algún lugar de un planeta con vientos tan fuertes como los de Marte, estarían también en todas partes. Ambas posturas parecían justificadas y era difícil decidirse entre ellas. Pero lo que en definitiva estaba muy claro era que los 44o N eran totalmente inaccesibles a la comprobación por radar del punto de aterrizaje; teníamos que aceptar el importante riesgo de que el Viking 2 fracasara si lo enviábamos a las altas latitudes septentrionales. Se decía en ocasiones que si el Viking 1 descendía y funcionaba correctamente podríamos permitirnos un riesgo mayor con el Viking 2. Me encontré a mí mismo dando recomendaciones muy cautelosas sobre el destino de una misión que había costado mil millones de dólares. Podía imaginar, por ejemplo, el fallo de un instrumento clave en Crise justamente después de un desafortunado y violento aterrizaje en Cidonia. Para mejorar las opciones del Viking, se seleccionaron lugares de aterrizaje adicionales, muy diferentes geológicamente de Crise y de Cidonia, en la región comprobada por radar cerca de la latitud 4o S. Hasta prácticamente el último minuto no se tomó la decisión de que el Viking descendiera en una latitud alta o baja, y el punto elegido finalmente, en la misma latitud que Cidonia, fue un lugar con el esperanzador nombre de Utopía.
El lugar de aterrizaje previsto originalmente para el Viking 1, después de examinar las fotografías del vehículo orbital y los datos de última hora del radar con base en la Tierra, nos pareció inaceptablemente arriesgado. Durante un tiempo me imaginé al Viking 1 condenado, como el legendario holandés errante, a vagar para siempre por los cielos de Marte, sin encontrar nunca un puerto seguro. Por fin encontramos un lugar adecuado, también en Crise pero lejos de la confluencia de los cuatro viejos canales. El retraso nos impidió hacerlo aterrizar el 4 de julio de 1976, pero todos estaban de acuerdo en que un aterrizaje accidentado por aquellas fechas sería un regalo no muy satisfactorio para el doscientos cumpleaños de los Estados Unidos. Dieciséis días más tarde encendimos los retrocohetes para salir de órbita y entramos en la atmósfera marciana.
Después de un viaje interplanetario de año y medio, con un recorrido de cien millones de kilómetros dando un rodeo alrededor del Sol, cada combinación vehículo orbital / vehículo de aterrizaje se insertó en su órbita correcta alrededor de Marte; los vehículos orbitales estudiaron los lugares de aterrizaje propuestos; los vehículos de aterrizaje entraron en la atmósfera de Marte dirigidos por radio, orientaron correctamente sus escudos de ablación, desplegaron los paracaídas, se despojaron de las cubiertas, y encendieron los retrocohetes. Por primera vez en la historia de la humanidad, naves espaciales tocaron en Crise y en Utopía el suelo del planeta rojo, de modo suave y seguro. Estos triunfales aterrizases se debieron en gran parte a la gran capacidad técnica aplicada a su diseño, fabricación y puesta a prueba, y a la habilidad de los controladores de la nave espacial. Pero también, al ser Marte un planeta tan peligroso y misterioso, intervino por lo menos un elemento de suerte.
Inmediatamente después del aterrizaje tenían que enviarse las primeras imágenes. Sabíamos que habíamos elegido lugares poco interesantes. Pero podíamos tener esperanzas. La primera imagen que tomó el vehículo de aterrizaje del Viking 1 fue de uno de sus pies: si el vehículo se iba a hundir en las arenas movedizas de Marte, queríamos enteramos antes de que la nave espacial desapareciese. La imagen se fue formando, línea a línea, hasta que pudimos ver con gran alivio el pie asentado firmemente y sin mojarse sobre la superficie de Marte. Pronto se materializaron otras imágenes, con cada elemento de la fotografía transmitido por radio individualmente a la Tierra.
Recuerdo que me quedé asombrado ante la primera imagen del vehículo de aterrizaje que mostraba el horizonte de Marte. Aquello no era un mundo extraño, pensé; conocía lugares como aquél en Arizona, en Colorado y en Nevada. Había rocas y arena acumulada y una eminencia en la distancia, todo tan natural y espontáneo como cualquier paisaje de la Tierra. Marte era un lugar. Por supuesto, me hubiera sorprendido ver a un explorador canoso surgir de detrás de una duna, conduciendo su mula, pero al mismo tiempo la idea no parecía descabellada. No me había pasado por la cabeza nada remotamente parecido durante todas las horas que pasé examinando las imágenes de la superficie de Venus tomadas por los Venera 9 y 10. Sabía que de un modo u otro ése era el mundo al cual regresaríamos.