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La historia humana puede entenderse como un lento despertar a la consciencia de que somos miembros de un grupo más amplio. Al principio nos debimos lealtad a nosotros mismos y a nuestra familia inmediata, luego a bandas de cazadores recolectores nómadas, luego a tribus, pequeños asentamientos, estadosciudad, naciones. Hemos ampliado el círculo de las personas a las cuales amamos. Hemos organizado ahora lo que calificamos modestamente de superpotencias, que incluyen grupos de personas de orígenes étnicos y,culturas divergentes que en cierto sentido trabajan unidas; lo cual es desde luego una experiencia humanizadora y forinadora del carácter. Para poder sobrevivir tenemos que ampliar todavía más el ámbito de nuestra lealtad para incluir a la comunidad humana entera, a todo el planeta Tierra. Muchos de los que gobiernan las naciones encuentran desagradable una idea así. Temerán perder poder. Tendremos ocasión de oír muchos discursos sobre traición y deslealtad. Las naciones Estado ricas tendrán que compartir su riqueza con las pobres. Pero nuestra alternativa, como dijo H. G. Wells en un contexto diferente, es claramente o el universo o nada.

Hace unos pocos millones de años no había hombres. ¿Quién estará aquí dentro de unos cuantos millones de años? En los 4 600 millones de años de la historia de nuestro planeta puede decirse que nunca salió nada de él. Pero ahora diminutas naves espaciales exploradoras sin tripulación procedentes de la Tierra se están desplazando, relucientes y elegantes, a través del sistema solar. Hemos llevado a cabo un reconocimiento preliminar de veinte mundos, entre ellos todos los planetas visibles a simple vista, todas estas luminarias nocturnas y errantes que provocaron en nuestros antepasados el deseo de comprender y el éxtasis. Si sobrevivimos, nuestra época será famosa por dos motivos: porque en este momento peligroso de la adolescencia técnica conseguimos evitar la autodestrucción, y porque es ésta la época en que iniciamos nuestro camino hacia las estrellas.

La elección es dura e irónica. Los mismos cohetes impulsores utilizados para lanzar sondas a los planetas están instalados y a punto para enviar cabezas de guerra nucleares a las naciones. Las fuentes radiactivas de energía en los Viking y Voyager derivan de la misma tecnología que fabrica armas nucleares. Las técnicas de radio y de radar utilizadas para seguir y guiar misiles balísticas y para defenderse contra ataques se utilizan también para controlar y dirigir las naves espaciales hacia los planetas y para escuchar señales de civilizaciones cercanas a otras estrellas. Si utilizamos estas tecnologías para destruimos, es seguro que no nos aventuraremos más hacia los planetas y las estrellas. Pero la inversa es también cierta. Si continuamos hacia los planetas y las estrellas, nuestro chauvinismo recibirá un golpe más. Ganaremos una perspectiva cósmica. Reconoceremos que nuestras exploraciones sólo pueden llevarse a cabo en beneficio de toda la gente que habita el planeta Tierra. Invertiremos nuestras energías en una empresa dedicada no a la muerte sino a la vida: la expansión de nuestra comprensión de la Tierra y de sus habitantes y la búsqueda de vida en otros lugares. La exploración espacial con tripulación y sin ella utiliza muchas de las mismas capacidades tecnológicas y organizativas, y exige las mismas cualidades de valor y de osadía que la empresa de la guerra. Si llegara una época de auténtico desanne antes de la guerra nuclear, estas exploraciones permitirán que los grupos de presión militar e industrial de las grandes potencias se comprometan al final en una empresa intachable. Los intereses comprometidos en la preparación de la guerra podrían reinvertirse fácilmente en la exploración del Cosmos.

Un programa razonable y a pesar de todo ambicioso de exploración sin tripulaciones de los planetas es caro. La tabla de la página 342 muestra el presupuesto de las ciencias espaciales en los Estados Unidos. Los gastos comparables de la Unión Soviética son unas cuantas veces superiores. Estas sumas representan unidas el equivalente de dos o tres submarinos nucleares por década, o los costes adicionales no previstos de un único sistema de armamento en un solo año. En el último trimestre de 1979 el coste del programa de construcción del avión U.S.F./A l8aumentóen5 IOOmillonesdedólares,yeldelF 16 en 3 400 millones. Se ha gastado bastante menos en los programas planetarios no tripulados de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, conjuntamente y desde su inicio, que en los vergonzosos derroches del bombardeo de los EE.UU. sobre Camboya entre 1970 y 1975, una decisión de política nacional que costo 7 000 millones de dólares. El coste total de una misión como la'del Viking a Marte o la del Voyager al sistema solar exterior es inferior a la de la invasión soviética de Afganistán en 1979 1980. El dinero gastado en la exploración espacial, gracias al empleo técnico y al estímulo que supone para la alta tecnología, tiene un efecto multiplicador sobre la economía. Un estudio sugiere que por cada dólar gastado en los planetas retornan siete dólares a la economía nacional. Y sin embargo, hay muchas misiones importantes y totalmente factibles que no se han intentado por falta de fondos: entre ellas vehículos terrestres para que exploren la superficie de Marte, una cita cometaria, sondas de aterrizaje en Titán y una búsqueda a plena escala de señales de radio procedentes de otras civilizaciones del espacio.

El coste de proyectos importantes del espacio por ejemplo bases pennanentes en la Luna o la exploración humana de Marte es tan grande que no creo que se intenten en un futuro muy cercano si no conseguimos progresos espectaculares en el desarme nuclear y convencional. Incluso en este caso es probable que haya necesidades más urgentes en la Tierra. Pero no dudo que si evitamos la autodestrucción, más tarde o más temprano llevaremos a cabo estas misiones. Es casi imposible mantener una sociedad estática. Hay una especie de interés sicológico compuesto: basta una pequeña tendencia a las economías, a volverle la espalda al Cosmos, para que el resultado sumado al cabo de muchas generaciones sea una decadencia señalada. Y a la inversa, basta un ligero compromiso para aventurarse más allá de la Tierra en lo que siguiendo a Colón podríamos denominar la empresa de las estrellas para que se acumule al cabo de muchas generaciones y dé una presencia humana señalada en otros mundos, el placer de participar en el Cosmos.

Hace unos 3,6 millones de años, en lo que es actualmente el norte de Tanzania, un volcán entró en erupción; la nube resultante de cenizas cubrió la sabana de los alrededores. En 1979 la paleoantro óloga Mary Leakey descubrió en estas 1 p

cenizas huellas de pies, huellas de pies que según ella son de un primitivo homínido, quizás de un antepasado de todos nosotros, habitantes de la Tierra actual. Y a 380 000 kilómetros de distancia, en una llanura plana y seca que los hombres en un momento de optimismo llamaron Mar de la Tranquilidad, hay otra huella de pie dejada por el primer hombre que caminó por otro mundo. Hemos llegado lejos en 3,6 millones de años, y en 4 600 millones y en 15 000 millones.

Porque nosotros somos la encarnación local de Cosmos que ha crecido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas? Conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el largo camino a través del cual llegó a surgir la consciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos.