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Esta corriente de aire, ¿cómo matarla? Están cerradas las ventanas, atrancada la puerta. Y sin embargo, el aire corre, se arrastra y espía. Me envuelve. Se mete por los adentros y me hiela. ¿Desde dónde y adonde? Matarla. Como si fuera el pabilo de una vela y dejarla retorcida, negra, en el suelo, como una serpiente muerta, machucada la cabeza con su sangre fría en un charco menudo, inmundo y viscoso. Un soplo que matara ese soplar frío que me atraviesa la espalda, hálito de afuera, del mundo que me oye, ese frío fabricado contra mí. Ese aire: asesinarlo. Soplar, y que se quede sin soplo. ¡Qué buen decir: matar una vela! Pero esa corriente de aire ¿cómo matarla, ella que me está matando?

De Suicidios

«No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero».

A. R. Se suicidó porque C. habló mal de él.

«No se culpe a nadie de mi muerte». Mentira, siempre se suicida uno por culpa de alguien. «Nadie» siempre es alguien.

¿Quién es «nadie»? -clamaba el Comisario.

– ¿Hay más crímenes que suicidios?

– No lo sé.

– En el teatro ¿hay más crímenes que suicidios?

– Antes sí. A medida que la humanidad envejece asesina menos y se suicida más.

– Entonces la humanidad envejeció ya varias veces. El suicidio es paralelo a la decadencia de las civilizaciones.

– Hablamos de relaciones individuales -le explicaron al Arzobispo, que se acercaba. La gente se suicida por las mismas razones que asesina.

– No es cierto -dijo el Arzobispo- y sé algo de eso.

Suicidarse en seco.

Se suicida uno por todo.

¿Quién no se ha suicidado?

– Dormir es suicidarse un poco cada noche.

– Usted es soltero.

– ¿Cómo lo sabe?

Se suicidó porque no le salía lo que debía salirle.

Frente a tantos «Crímenes célebres», empastados y traducidos a todos los idiomas, nadie se ha atrevido a publicar tomos y tomos de «Suicidios célebres»

Se suicida el que pierde, por ganar. Sentido exacto de ganar por la mano.

Se suicida uno por cualquier cosa.

Nadie se suicida por equivocación ni por ignorancia. Morirse es otra cosa, aunque, a veces, parezca un suicidio.

– el suicidio es un punto de partida.

– No tienes ninguna gracia.

– Desde luego que no en el sentido de tiro de gracia.

– ¡A ver si traes buenos frenos! Y se tiró bajo el coche.

Los que dicen:

– Dan ganas de matarse.

– Dan ganas de desaparecer.

– Dan ganas de morirse,

no se suicidan nunca.

Siempre se suicida uno aculado.

Trabaja uno hasta matarse.

En todo suicidio hay un asesino que nunca es el suicida. Otro otro.

«La vi, no me gustó. Conque ¡hasta más ver! (Si no lo entienden, lo siento)».

«Pude dar vida, luego me la puedo quitar. Que los mantenga su abuela».

«No debí haber nacido. ¿O es que los padres son infalibles? ¿O cada coyunda es imagen de Dios? Me nacieron en un tiempo que me asquea. Ustedes lo pasen bien. Yo, sin duda, lo pasaré mejor».

«¿Y ahora qué?»

«Voy a ver qué pasa».

«No tengo ninguna razón para hacerlo, pero tampoco para no hacerlo».

«No puedo dormir sin ti».

De Balbino López D., comerciante: «Me mato, señores, porque dos y dos son cuatro».

«A ver si adivinan. Si no, tanto da».

«Me suicido por gusto de hacerlo».

«Me suicido por ver la cara que pondrá Lupe, su mamá y el lechero».

«No busquen a la mujer. Precisamente porque no la hay corto el hilo de mi vida; con unas tijeras para mayor precisión».

«Que Dios me lo tenga en cuenta».

Nadie sabrá quién fue.

«Me suicido por envidia de Rafael. No lo explico porque no lo comprenderán. Es una raíz vieja, crecida de toda la vida, que me duele de la planta de los pies a las raíces de los pelos. Y si creen que lo hago por chiste: créanlo».

No quiero seguir adelante, nunca podré hacer lo que hizo mi abuelo.

No me llamó Dios por este camino.

¿Para qué vivir sin comer espárragos?

«No se revienta la cuerda por lo más delgado. Atestígüenlo». Ya no sirvo para nada.

Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo.

Después de todo, nada.

Me mandó al demonio; voy.

Meto reversa.

Me suicido para que hablen de mí.

¡Adivinen, jóvenes, ya que son tan listos!

De Gastronomía

No hay nada como comer el ojo del enemigo. Revienta entre las muelas como granote de uva, con gustito de mar.

Las nalgas son mejores al tacto que al gusto, más duras de mascar que de tentarrujar.

Le gustaba tanto que no dejó nada. Le chupó hasta los huesos. De verdad había sido bonita.

Juan Fábregas Monleón, fabricante de camisetas, odiaba ferozmente a Manuel Santacruz Ridaura, fabricante de lo mismo. Fue al Congo, se trajo dos antropófagos a Barcelona. Así desapareció completamente Manuel Santacruz Ridaura.

Juan Fábregas Monleón tuvo hasta el día de su muerte repentina, en una esquina de su despacho, en una vitrina, colgado, completo, el esqueleto de Manuel Santacruz Ridaura; le hacía tanta compañía.

– Le comería los hígados -dijo Vicente. No pudo: amargaban.

Esa hormiga odiaba a aquel león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.

Epitafios

Del bueno:

No se enteró.

Del bobo:

No tuvo enemigos.

Del tonto:

Nunca varió.

Del sociólogo:

Se equivocó.

Del metiche:

Se metía en todo.

Aquí está metido.

De cierto filósofo:

Dio lo que los demás

y se lo agradecieron como propio.

De un tirano:

Fue a lo suyo

por lo tuyo.

De un artista:

Si fue, no es.

Si salvó el nombre,

tanto da lo que

aquí es: fue.

De un marica:

Dio lo que no tenía.

De un achichincle:

De tanto servir, no sirve.

De un orador:

Para él no cuenta la muerte:

Piltrafa, sigue siendo lo que fue.

De don Juan:

Mató a quien quiso.

Del ortodoxo:

No abrió el pico.

De un resignado:

Siempre abajo,

no le cogió de nuevo.

De Alejandro Dumas (hijo):

Aquí vive el hijo

de Margarita Gautier.

De Nijinski:

Que le quiten lo bailado.

De un imbéciclass="underline"

A todo dijo que sí.

Mío:

No pudo más.

Contraepitafio:

Todo o nada.

Aquí queda eso.

Anejo Crímenes suprimidos en la edición de 1968