– Nunca.
– ¿Qué pasaba? ¿Picabas más alto?
– Bueno, yo nunca tuve demasiado dinero… Pero a un boxeador las chicas lo buscan. O algunas chicas al menos. Entrabas en un baile, aunque fuera por casualidad, y en seguida alguien te pedía que la acompañaras en tu coche, que aquello era una urgencia.
– ¿Y qué?
– No, nada.
– Oye, es que guapo sí que lo eras, para qué lo vamos a negar.
La esquina de La Buena Sombra, callejón angosto y un poco misterioso, como conducto confidencial de mujer, donde un día se alinearon bellezas remotas ya sustituidas por el último café, el último precio, la última mueca de sus herederas directas. El monumento a Pitarra, insigne dramaturgo a quien el celo municipal situó, sic transit gloria mundi, en el invernadero de culos más importante de España. La calle de Fernando, última burguesía fin de siglo, calle recta hasta la Generalitat, ruta obligada de presidentes, de joyeros, de oficinistas y de mujeres rigurosamente adultas que se buscan la vida en esa última frontera del vicio. Más arriba nada, más arriba el gran desierto de la ciudad que duerme a horas fijas, con sus oasis de sillas vacías y de sus quioscos de libros que ya ni siquiera abren durante toda la noche. «Mira Richad, ahí está el viejo hotel Continental, donde mi padre tenía una habitación y una tertulia que acababa con chicas desnudas y muertas de sueño a las cinco de la madrugada.»
Plaza de Cataluña, el Paseo de Gracia: «Yo sólo conocía esta cara de la ciudad, tú me has hecho descubrir que Barcelona tiene cien caras, Richard.» «Calla, yo sólo conocía una, eres tú la que me lo ha hecho ver con claridad todo.» La parte alta de la calle de Pau Claris, salas de antigüedades y de subastas, escaparates de Valentí, luz tamizada y apta para la elegancia del pensamiento a medias, un bar, el Daily Telegraph, que quiere recordar a los hombres de Fleet Street, a los periodistas de La calle de la aventura, a los seguidores de diarios barceloneses que existieron una vez. «Esta calle me gusta, Blanca, me gusta a pesar de los coches, porque aquí hay sitios con cuadros y con objetos de arte, no sé decirte, porque hay cristales y detrás muebles que parecen antiguos y grandes relojes que suenan más allá de las paredes, como los consejos de los muertos.» «Pero hay que ver, Richard, yo nunca había notado nada de eso, qué hartones te habrás dado de leer. Pero me alegro de que a mi lado la ciudad te parezca distinta.»
Y la mano de Blanca Bassegoda que estrecha la suya por encima de la mesa, por encima de todas las distancias y de todos los hombres ricos que un día murieron llevando su nombre. Y el Richard que se queda quieto, sin atreverse a retirarla por no ofender, pero sintiendo que el bar entero da vueltas en torno suyo, no pienses lo que estás pensando, muchacho, busca una excusa y lárgate de aquí, tu sí que sabes que existen las distancias y los hombres ricos aunque ya estén muertos. Emborráchate si quieres en cualquier bar de tu barrio, pero no pienses más, sobre todo no pienses más, a ver si vas a creer que a la gente de tu raza el pensamiento la ha llevado a alguna parte.
– Te lo agradezco, Richard.
– ¿A mí? ¿El qué?
– Bueno… Parece sencillo de decir, pero realmente es algo complicado. A ver si puedo… En fin, algo así: para una chica como yo la vida se compone de una sola dimensión, de una línea que podríamos llamar recta. Naces en una buena familia, te educas y adquieres esa dosis indispensable de orgullo que en la vida hace falta para defenderte de todo, especialmente de ti misma. Luego te casas, tienes un orgasmo al año, te cargas con algún hijo, procuras dejarle algo más de lo que te dejaron a ti y mueres con la satisfacción de ver en el último instante una familia bien establecida. Puede que pienses que a lo largo de ese camino has conocido a muchas personas, pero no es verdad. Si hicieras un examen sincero te darías cuenta de que has conocido a la misma persona siempre repetida. No has tratado verdaderamente a nadie fuera del círculo que tú misma te vas construyendo desde que naces, o que ya te dan construido.
– No es así, Blanca.
– ¿Cómo que no es así?
– Tienes a las chicas de buena sociedad que se meten en las organizaciones de izquierda. Ésas quieren conocer algo más.
– Te equivocas. Yo las conozco bien a ellas. Para esas chicas es una simple curiosidad o un experimento zoológico que dan por terminado cuando los animales investigados empiezan a oler mal o a rozarles un pecho con las escamas.
– Eres dura, Blanca, pero tienes ingenio. Tú has leído mucho más de lo que haya podido leer yo. Bueno, pero también está el caso de las chicas punk.
– Ésas son las que más aprecian las garantías de su clase. Son falsas y dispuestas a arrastrarse por el suelo, siempre que esté convenientemente tapizado de dinero. Y mientras dura el pelo teñido de color berenjena no creas que conocen a los hombres; llegan a conocer sólo el ritmo con que se mueven. En fin… -retiró su mano-, lo que quiero decirte es que para una chica rica de verdad, como yo (aunque mientras no se reparta la herencia voy más justa de lo que parece) no es fácil conocer realmente la Barcelona que está fuera de su área de combate.
– ¿Tú tienes área de combate, Blanca?
– Todo el mundo tiene un área de combate, más allá de la cual no puede retroceder. ¿Quieres que te lo diga de otra manera? ¿Quieres que te diga que a veces estoy contra las cuerdas? Mira, tú has venido conmigo en el 528, un coche nuevo que vale una millonada, y esa millonada yo no la tengo. Sí, sí… No me mires de esa manera. Puede parecerte mentira, pero no la tengo. Claro que podría haberme conformado con un 315, porque yo no sé si tú lo sabes, pero la BMW tiene una graduación un poco bizantina, como las clasificaciones bancarias. Y los entendidos saben que esas clasificaciones existen, y que además es lógico, y que la vida tiene que ser así. El 315 lo tienen incluso algunos oficinistas, gentes que han estado ahorrando centavo a centavo para el día del gran estallido final que justificará su vida, ya que en su vida no hay otra cosa. Pero el 320 ya es distinto. Y luego entras en las delicadezas del 323, que es como el informe bancario de «solvente hasta 5-10 millones», cima que no todo el mundo alcanza, pues se refiere a cinco o diez millones que puedes gastar sin que se note, y a la que, desde luego, los oficinistas del centavo ya no llegan. ¿Pero qué ha de hacer una Bassegoda? Cuando compra un coche (que necesariamente ha de ser un BMW, un Mercedes o un 600 usado, porque la verdadera riqueza también admite la extravagancia) una Bassegoda no puede quedarse en la serie 3, sino que ha de llegar a la serie 5, ya que la 6 o la 7, demasiado pomposas, serían una exageración a mi edad. La serie 5 ya empieza a ser un informe bancario de «solvente sin reservas», y yo he de mantenerme en ella por respeto al nombre de mi padre. Pero no es verdad, los bancos saben que no es verdad, aunque juegan a los sobreentendidos, que constituyen la razón de ser de las sociedades cultas. ¿Cómo le van a negar un crédito a una Bassegoda? Sin embargo ellos saben que no podré pagar mientras no reciba la herencia.
Hizo una pausa y miró a un nostálgico que lanzaba dardos sobre el blanco, un nostálgico de los aires limpios y los prados verdes, de los periodistas con barba rubia de directores que un sábado hablan reposadamente del lago Ness. Luego continuó:
– Por eso te digo que cada uno tiene su área de combate, sus doce cuerdas, y normalmente no sale de ellas. Las chicas de mi clase no conocen a los hombres de Pueblo Seco sencillamente porque no les interesan, porque no entran en su terreno de juego. ¡Si eso incluso pasa con otras clases sociales más abiertas! Por ejemplo tú, un hombre de Montjuic y de la calle Nueva, ¿cuántas veces has ido a la barriada de La Mina?