Выбрать главу

¿Sabía él que ella lo sabía? ¿Lo había amenazado? ¿Fue por eso por lo que al final todo salió tan bien en las elecciones, cuando Rudolf retiró imprevistamente su candidatura y les pidió a sus partidarios que votaran a Vibeke?

Rudolf Fjord no podía haber matado a Vibeke. ¿O sí?

Kari Mundal metió la fotocopia en un pequeño bolso marrón de mano antes de ordenar todos los papeles y de salir del gran edificio de la Quadratura, tras cerrar con llave.

La mujer que había pasado el invierno en la Riviera estaba de camino de vuelta a Noruega. En cierto sentido le hacía ilusión. Al principio no reconoció el sentimiento. Le recordaba a algo poco común, de la infancia, algo poco específico y vago; no estaba ni siquiera segura de encontrarlo agradable. Una inquietud, sentía, una incómoda sensación de que el tiempo pasaba demasiado despacio. Hasta que el avión no se elevó empinadamente hacia el cielo y vio desaparecer la alargada Baie des Anges bajo una capa de nubes azul grisáceo, no sonrió. En ese momento se dio cuenta de que era expectación lo que sentía.

Era ya viernes 27 de febrero y el avión iba medio vacío. Tenía una fila de asientos para ella sola y aceptó el vino que le ofreció la azafata. Estaba demasiado frío. Se colocó la botella entre los muslos y se echó hacia atrás en el asiento. Cerró los ojos.

No había vuelta atrás.

Ahora todo sería más cercano. Más intenso.

Más peligroso y mejor.

Ulrik Gjemselund estaba aterrorizado. El gigante loco que lo había detenido hacía casi una semana había ido en persona a buscarlo a la cárcel. Ulrik había intentado protestar. Prefería quedarse en la celda hasta pudrirse antes que pasar un rato con un grandullón rapado al que, obviamente, no le importaba nada ni nadie. Sobre todo no le importaba Ulrik Gjemselund ni las prerrogativas que, al fin y al cabo, tenía en un Estado de derecho.

«Joder -pensó cuando lo empujaron dentro de una desnuda sala de interrogatorios de la comisaría central de Oslo-. Tenía un poco de cocaína y un puto porro. ¡Una semana! ¡Una semana! ¿Cuándo tienen pensado soltarme? ¿Por qué mi abogada no hace nada? Me prometió que estaría fuera para el fin de semana. Tengo que conseguir otro. Quiero a uno de los grandes. Quiero salir. Ahora.»

– Seguro que te sorprende que te retengamos tanto tiempo -dijo el policía, sorprendentemente alegre y señalando una silla-. Lo entiendo. Pero ya sabes, no es poco lo que podemos sacarle a los jueces esos de los juzgados, cuando no estamos del todo contentos con las chusma que recogemos. Una vez tuve… -Se rió atronadoramente y cerró la puerta a sus espaldas antes de sentarse en una silla que no daba la impresión de poder aguantar su peso. Continuó-: Tuve a un pequeño mierda. No muy distinto a ti. Lo cogí con tres gramos de hachís en el bolsillo. Tres gramos, date cuenta. Ése se pasó aquí dos semanas. En el patio trasera. Ni siquiera le encontré sitio en una cárcel de verdad. Cumplió dos semanas. ¡Por tres gramos! Sólo porque no entendía que… -De pronto se echó hacia delante y sonrió. Tenía los dientes regulares y sorprendentemente blancos-. En realidad soy un tipo majo.

Ulrik tragó saliva.

– Majo -repitió el policía-. Soy el mejor amigo que tienes en el mundo, en estos momentos. Y me decepciono, ya sabes, si…, tú me rechazas todo el rato. Y no quieres responder a mis preguntas ni nada.

Se pasó la mano por la coronilla poniendo cara de ofendido.

Ulrik se puso a hurgar la manga de su jersey. Se le había soltado un hilo. Se lo enroscó entre los dedos, intentó introducirlo en el agujero.

– Seguro que tu abogada te ha prometido un montón de cosas -continuó el policía-. Son así, ya sabes. Pero para ella tú eres uno más. Un mierdecilla. Tiene otras cosas que hacer que…

– Quiero otro abogado -dijo Ulrik en voz alta, y se echó un poco hacia la pared-. Quiero a Tor Edvin Staff.

El policía se volvió a reír.

– Erling…, Tor Erling Staff-le corrigió el policía con una amplia sonrisa-. Me parece a mí que ése tiene cosas más emocionantes de las que ocuparse. Pero escucha…

Ahora estaba tan inclinado sobre la mesa que Ulrik le notaba el aliento. Ajo y tabaco viejo. El preso echó la cabeza hacia la pared y se aferró al borde de la mesa.

– Seguro que estás preguntándote por qué te estoy reteniendo -dijo el hombre, de nuevo había en él algo conciliador, casi amable-. Lo entiendo perfectamente. No has matao a nadie, ni na'. Pero te voy a decir una cosa. Se trata de lo que llamo… la fina ecología de la criminalidad.

Por fin se puso recto. Parecía sorprendido, como si no entendiera bien lo que acababa de decir. Ulrik volvió a apoyar la silla sobre el suelo y se atrevió a respirar de nuevo.

– Una elegante expresión -dijo satisfecho-. La fina ecología de la criminalidad. Nunca la había usado antes. Bueno, ya sabes, todo está relacionado con todo. Allí fuera, en la libertad. -Agitó indeterminadamente su gigantesca mano en dirección a la pared, como si la naturaleza salvaje estuviera escondida al otro lado de las planchas de yeso-. Cuando hay muchos mosquitos, hay mucha comida para los pájaros. Si hay mucha comida, los pájaros ponen huevos. Los huevos se los comen las culebras y las martas. Cuando hay mucha marta, va bien la nutrición de las pieles. Si las pieles van bien…, por cierto, habrá martas domesticadas, ¿no? Visón, se les llama, ¿no? -Se quedó un momento mirando a Ulrik. Tenía el ojo azul casi cerrado. El marrón lo miraba con el ceño fruncido. Luego se encogió de hombros y meneó rápidamente la cabeza-. Lo estás cogiendo -aseguró-. Todo está relacionado. Eso mismo pasa con la criminalidad. El menor de los yonquis de mierda está vinculado con el peor de los atracadores de bancos, el más brutal de los asesinos. O más bien debería decir que… los actos están relacionados. Es una red, ¿sabes? Una red inconcebiblemente fina de… -Se contrajo, levantó los codos y se puso a agarrar el aire con los dedos, como si estuviera jugando a asustar a un niño pequeño-. Infernal -dijo entre dientes-. Tú compras drogas. Alguien tiene que importarlas. Esos se hacen ricos. Se vuelven codiciosos. Roban. Matan, si es necesario. Venden las drogas. Los jóvenes se enganchan. Atracan a las viejecillas por la calle.

Seguía siendo un cangrejo gigante. Agitaba los dedos ante los ojos de Ulrik. Se había mordido las uñas hasta hacerse sangre.

«Este tipo está como una cabra -pensó Ulrik-. ¿Sabrá alguien que estoy aquí? Ha cerrado la puerta con llave. Está cerrada.»

– Y así llegamos -dijo el hombre, que de pronto volvía a estar normal- a la razón por la cual no he dejado que un bicho como tú vuelva al mundo tan pronto como me hice con tus datos el sábado pasado. ¿Lo comprendes ahora?

Ulrik no se atrevía a contestar. Era evidente que daba igual que lo hiciera o no.

– Porque al aparecer el nombre de Trond Arnesen, esto pasó a ser algo más que un poco de droga para una fiesta -continuó el policía-. Porque todo…

Se quedó con la palabra en la boca e hizo un gesto rotativo, alentador, con la mano derecha.

– Está relacionado -murmuró Ulrik.

– ¡Bien! ¡Exacto! ¡Ya estamos llegando a algún sitio, chico! Así que te voy a dar algo que encontré en tu casa el otro día. Me tuve que dar otra vuelta, ya sabes, por ese piso tan fino y tan caro que tienes. -Se palmeó el trasero. Después se le iluminó la cara y sacó una libreta de notas del bolsillo del pecho-. Aquí está -dijo satisfecho-. Así que… Por lo que entiendo esto es tu pequeña contabilidad.

Ulrik abrió la boca para protestar.

– Ciérrala -dijo el hombre entre dientes-. Yo andaba encerrando a gente como tú antes de que a tu padre le hubiera salido pelo en la polla. Este es tu libro, y aquí están tus clientes. -El dedo índice martilleaba las iniciales en el margen de una hoja abierta al azar-. Aquí están los teléfonos y todo, así que a muchos de ellos ya los he identificado. Raro, la verdad, los secretos que guarda la gente. Pero a mí ya no me sorprende casi nada. -Chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. Daba la impresión de estar completamente absorto por el libro-. Pero no a todos -dijo de pronto-. Me faltan tres nombres. Quiero saber quién es «AC». Y «APL» y «RF». Y, Ulrik…