Выбрать главу

– Estaba demasiado nerviosa -admitió con vergüenza-. Se ha cometido un delito en el vecindario y no me gustaba quedarme ahí sola.

– ¿Un delito? -pregunté alarmada.

– Alguien irrumpió en esa academia de baile que había a la vuelta de la esquina y la quemó hasta los cimientos… ¡No ha quedado nada! Dejaron un coche robado justo en frente. ¿Te acuerdas de cuando ibas a bailar allí, cariño?

– Me acuerdo -me estremecí y acto seguido hice una mueca de dolor.

– Me puedo quedar, niña, si me necesitas.

– No, mamá, voy a estar bien. Edward estará conmigo.

Renée me miró como si ése fuera el motivo por el que quería quedarse.

– Estaré de vuelta a la noche.

Parecía mucho más una advertencia que una promesa, y miraba a Edward mientras pronunciaba esas palabras.

– Te quiero, mamá.

– Y yo también, Bella. Procura tener más cuidado al caminar, cielo. No quiero perderte.

Edward continuó con los ojos cerrados, pero una enorme sonrisa se extendió por su rostro.

En ese momento entró animadamente una enfermera para revisar todos los tubos y goteros. Mi madre me besó en la frente, me palmeó la mano envuelta en gasas y se marchó.

La enfermera estaba revisando la lectura del gráfico impreso por mi holter.

– ¿Te has sentido alterada, corazón? Hay un momento en que tu ritmo cardiaco ha estado un poco alto.

– Estoy bien -le aseguré.

– Le diré a la enfermera titulada que se encarga de ti que te has despertado. Vendrá a verte enseguida.

Edward estuvo a mi lado en cuanto ella cerró la puerta.

– ¿Robasteis un coche?

Arqueé las cejas y él sonrió sin el menor indicio de arrepentimiento.

– Era un coche estupendo, muy rápido.

– ¿Qué tal tu siesta?

– Interesante -contestó mientras entrecerraba los ojos.

– ¿Qué ocurre?

– Estoy sorprendido -bajó la mirada mientras respondía-. Creí que Florida y tu madre… Creí que era eso lo que querías.

Le miré con estupor.

– Pero en Florida tendrías que permanecer dentro de una habitación todo el día. Sólo podrías salir de noche, como un auténtico vampiro.

Casi sonrió, sólo casi. Entonces, su rostro se tornó grave.

– Me quedaría en Forks, Bella, allí o en otro lugar similar -explicó-. En un sitio donde no te pueda causar más daño.

Al principio, no entendí lo que pretendía decirme. Continué observándole con la mirada perdida mientras las palabras iban encajando una a una en mi mente como en un horrendo puzzle. Apenas era consciente del sonido de mi corazón al acelerarse, aunque sí lo fui del dolor agudo que me producían mis maltrechas costillas cuando comencé a hiperventilar.

Edward no dijo nada. Contempló mi rostro con recelo cuando un dolor que no tenía nada que ver con mis huesos rotos, uno infinitamente peor, amenazaba con aplastarme.

Otra enfermera entró muy decidida en ese momento. Edward se sentó, inmóvil como una estatua, mientras ella evaluaba mi expresión con ojo clínico antes de volverse hacia las pantallas de los indicadores.

– ¿No necesitas más calmantes, cariño? -preguntó con amabilidad mientras daba pequeños golpecitos para comprobar el gotero del suero.

– No, no -mascullé, intentando ahogar la agonía de mi voz-. No necesito nada.

No me podía permitir cerrar los ojos en ese momento.

– No hace falta que te hagas la valiente, cielo. Es mejor que no te estreses. Necesitas descansar -ella esperó, pero me limité a negar con la cabeza-. De acuerdo. Pulsa el botón de llamada cuando estés lista.

Dirigió a Edward una severa mirada y echó otra ojeada ansiosa a los aparatos médicos antes de salir.

Edward puso sus frías manos sobre mi rostro. Le miré con ojos encendidos.

– Shhh… Bella, cálmate.

– No me dejes -imploré con la voz quebrada.

– No lo haré -me prometió-. Ahora, relájate antes de que llame a la enfermera para que te sede.

Pero mi corazón no se serenó.

– Bella -me acarició el rostro con ansiedad-. No pienso irme a ningún sitio. Estaré aquí tanto tiempo como me necesites.

– ¿Juras que no me vas a dejar? -susurré.

Intenté controlar al menos el jadeo. Tenía un dolor punzante en las costillas. Edward puso sus manos sobre el lado opuesto de mi cara y acercó su rostro al mío. Me contempló con ojos serios.

– Lo juro.

El olor de su aliento me alivió. Parecía atenuar el dolor de mi respiración. Continuó sosteniendo mi mirada mientras mi cuerpo se relajaba lentamente y el pitido recuperó su cadencia normal. Hoy, sus ojos eran oscuros, más cercanos al negro que al dorado.

– ¿Mejor? -me preguntó.

– Sí -dije cautelosa.

Sacudió la cabeza y murmuró algo ininteligible. Creí entender las palabras «reacción exagerada».

– ¿Por qué has dicho eso? -Susurré mientras intentaba evitar que me temblara la voz-. ¿Te has cansado de tener que salvarme todo el tiempo? ¿Quieres que me aleje de ti?

– No, no quiero estar sin ti, Bella, por supuesto que no. Sé racional. Y tampoco tengo problema alguno en salvarte de no ser por el hecho de que soy yo quien te pone en peligro…, soy yo la razón por la que estás aquí.

– Sí, tú eres la razón -torcí el gesto-. La razón por la que estoy aquí… viva.

– Apenas -dijo con un hilo de voz-. Cubierta de vendas y escayola, y casi incapaz de moverte.

– No me refería a la última vez en que he estado a punto de morir -repuse con creciente irritación-. Estaba pensando en las otras, puedes elegir cuál. Estaría criando malvas en el cementerio de Forks de no ser por ti.

Su rostro se crispó de dolor al oír mis palabras y la angustia no abandonó su mirada.

– Sin embargo, ésa no es la peor parte -continuó susurrando. Se comportó como si yo no hubiera hablado-. Ni verte ahí, en el suelo, desmadejada y rota -dijo con voz ahogada-, ni pensar que era demasiado tarde, ni oírte gritar de dolor… Podría haber llevado el peso de todos esos insufribles recuerdos durante el resto de la eternidad. No, lo peor de todo era sentir, saber que no podría detenerme, creer que iba a ser yo mismo quien acabara contigo.

– Pero no lo hiciste.

– Pudo ocurrir con suma facilidad.

Sabía que necesitaba calmarme, pero estaba hablando para sí mismo de dejarme, y el pánico revoloteó en mis pulmones, pugnando por salir.

– Promételo -susurré.

– ¿Qué?

– Ya sabes el qué.

Había decidido mantener obstinado una negativa y yo me estaba empezando a enfadar. Apreció el cambio operado en mi tono de voz y su mirada se hizo más severa.

– Al parecer, no tengo la suficiente voluntad para alejarme de ti, por lo que supongo que tendrás que seguir tu camino… Con independencia de que eso te mate o no -añadió con rudeza.

No me lo había prometido. Un hecho que yo no había pasado por alto. Contuve el pánico a duras penas. No me quedaban fuerzas para controlar el enojo.

– Me has contado cómo lo evitaste… Ahora quiero saber por qué -exigí.

– ¿Por qué? -repitió a la defensiva.

–  ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué no te limitaste a dejar que se extendiera la ponzoña? A estas alturas, sería como tú.

Los ojos de Edward parecieron volverse de un negro apagado. Entonces comprendí que jamás había tenido intención de permitir que me enterase de aquello. Alice debía de haber estado demasiado preocupada por las cosas que acababa de saber sobre su pasado o se había mostrado muy precavida con sus pensamientos mientras estuvo cerca de Edward, ya que estaba muy claro que éste no sabía que ella me había iniciado en el conocimiento del proceso de la conversión en vampiro. Estaba sorprendido y furioso. Bufó, y sus labios parecían cincelados en piedra.