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Recordé consternada que, contra mi costumbre, hoy llevaba puesto rimel, por lo que me restregué rápidamente debajo de los ojos para evitar los manchurrones. Sin embargo, tenía los dedos limpios cuando retiré la mano; Alice debía haber usado una máscara resistente al agua al maquillarme, seguramente porque intuía que algo así iba a suceder.

– Esto es completamente ridículo. ¿Por qué lloras? -preguntó frustrado.

– ¡Porque estoy loca!

– Bella…

Dirigió contra mí toda la fuerza de sus ojos dorados, llenos de reproche.

– ¿Qué? -murmuré, súbitamente distraída.

– Hazlo por mí -insistió.

Sus ojos derritieron toda mi furia. Era imposible luchar con él cuando hacía ese tipo de trampas. Me rendí a regañadientes.

– Bien -contesté con un mohín, incapaz de echar fuego por los ojos con la eficacia deseada-. Me lo tomaré con calma. Pero ya verás -advertí-. En mi caso, la mala suerte se está convirtiendo en un hábito. Seguramente me romperé la otra pierna. ¡Mira este zapato! ¡Es una trampa mortal! -levanté la pierna para reforzar la idea.

– Humm -miró atentamente mi pierna más tiempo del necesario-. Recuérdame que le dé las gracias a Alice esta noche.

– ¿Alice va a estar allí? -eso me consoló un poco.

– Con Jasper, Emmett… y Rosalie -admitió él.

Desapareció la sensación de alivio, ya que mi relación con Rosalie no avanzaba. Me llevaba bastante bien con su marido de quita y pon. Emmett me tenía por una persona divertidísima, pero ella actuaba como si yo no existiera. Mientras sacudía la cabeza para modificar el curso de mis pensamientos, me acordé de otra cosa.

– ¿Estaba Charlie al tanto de esto? -pregunté, repentinamente recelosa.

– Claro -esbozó una amplia sonrisa; luego empezó a reírse entre dientes-. Aunque Tyler, al parecer, no.

Me rechinaron los dientes. No entendía cómo Tyler se había creado esas falsas expectativas. Excepto en los pocos días soleados, Edward y yo éramos inseparables en el instituto, donde Charlie no podía interferir.

Para entonces ya habíamos llegado al instituto. Un coche destacaba entre todos los demás del aparcamiento, el descapotable rojo de Rosalie. Hoy, las nubes eran finas y algunos rayos de sol se filtraban lejos, al oeste.

Se bajó del coche y lo rodeó para abrirme la puerta. Luego, me tendió la mano.

Me quedé sentada en mi asiento, obstinada, con los brazos cruzados. Sentía una secreta punzada de satisfacción, ya que el aparcamiento estaba atestado de gente vestida de etiqueta: posibles testigos. No podría sacarme a la fuerza del coche como habría hecho de estar solos.

Suspiró.

– Hay que ver, eres valiente como un león cuando alguien quiere matarte, pero cuando se menciona el baile… -sacudió la cabeza.

Tragué saliva. Baile.

– Bella, no voy a dejar que nada te haga daño, ni siquiera tú misma. Te prometo que voy a estar contigo todo el tiempo.

Lo pensé un poco, y de repente me sentí mucho mejor. Edward lo notó en mi semblante.

– Así que ahora… -dijo con dulzura-. No puede ser tan malo.

Se inclinó y me pasó un brazo por la cintura, me apoyé en su otra mano y dejé que me sacara del coche.

En Phoenix celebran los bailes de fin de curso en el salón de recepciones de los hoteles; sin embargo, aquí, el baile se hace en el gimnasio, por supuesto. Seguro que debía de ser la única sala lo bastante amplia en la ciudad para poder organizar un baile. Cuando entramos, me dio la risa tonta. Había por todos lados arcos con globos y las paredes estaban festoneadas con guirnaldas de papel de seda.

– Parece un escenario listo para rodar una película de terror -me reí por lo bajo.

– Bueno -murmuró él mientras nos acercábamos lentamente hacia la mesa de las entradas. Edward soportaba la mayor parte de mi peso, pero aun así yo debía caminar arrastrando los pies y cojeando-, desde luego hay vampiros presentes más que de sobra.

Contemplé la pista de baile; se había abierto un espacio vacío en el centro, donde dos parejas daban vueltas con gracia. Los otros bailarines se habían apartado hacia los lados de la habitación para concederles espacio, ya que nadie se sentía capaz de competir ante tal exhibición. Nadie podía igualar la elegancia de Emmett y Jasper, que vestían trajes de etiqueta clásicos. Alice lucía un llamativo vestido de satén negro con cortes geométricos que dejaba al aire grandes triángulos de nívea piel pálida. Y Rosalie era… bueno, era Rosalie. Estaba increíble. Su ceñido vestido de vivido color púrpura mostraba un gran escote que llegaba hasta la cintura y dejaba la espalda totalmente al descubierto, y a la altura de las rodillas se ensanchaba en una amplia cola rizada. Me dieron pena todas las chicas de la habitación, incluyéndome yo.

– ¿Quieres que eche el cerrojo a las puertas mientras masacras a todos estos incautos pueblerinos? -susurré como si urdiéramos alguna conspiración.

Edward me miró.

– ¿Y de parte de quién te pondrías tú?

– Oh, me pondría de parte de los vampiros, por supuesto.

Sonrió con renuencia.

– Cualquier cosa con tal de no bailar.

– Lo que sea.

Compró las entradas y nos dirigimos hacia la pista de baile. Me apreté asustada contra su brazo y empecé a arrastrar los pies.

– Tengo toda la noche -me advirtió.

Al final, me llevó hasta el lugar donde su familia bailaba con elegancia, por cierto, en un estilo totalmente inapropiado para esta música y esta época. Los miré espantada.

– Edward -tenía la garganta tan seca que sólo conseguía hablar en susurros-. De verdad, no puedo bailar.

Sentí que el pánico rebullía en mi interior.

– No te preocupes, tonta -me contestó con un hilo de voz-. Yo sí puedo -colocó mis brazos alrededor de su cuello, me levantó en vilo y deslizó sus pies debajo de los míos.

Y de repente, nosotros también estuvimos dando vueltas en la pista de baile.

– Me siento como si tuviera cinco años -me reí después de bailar el vals sin esfuerzo alguno durante varios minutos.

– No los aparentas -murmuró Edward al tiempo que me acercaba a él hasta tener la sensación de que mis pies habían despegado del suelo y flotaban a más de medio metro.

Alice atrajo mi atención en una de las vueltas y me sonrió para infundirme valor. Le devolví la sonrisa. Me sorprendió darme cuenta de que realmente estaba disfrutando, aunque fuera sólo un poco.

– De acuerdo, esto no es ni la mitad de malo de lo que pensaba -admití.

Pero Edward miraba hacia las puertas con rostro enojado.

– ¿Qué pasa? -pregunté en voz alta.

Aunque estaba desorientada después de dar tantas vueltas, seguí la dirección de su mirada hasta ver lo que le perturbaba. Jacob Black, sin traje de etiqueta, pero con una camisa blanca de manga larga y corbata, y el pelo recogido en su sempiterna coleta, cruzaba la pista de baile hacia nosotros.

Después de que pasara la primera sorpresa al reconocerlo, no pude evitar sentirme mal por el pobre Jacob. Parecía realmente incómodo, casi de una forma insoportable. Tenía una expresión de culpabilidad cuando se encontraron nuestras miradas.

Edward gruñó muy bajito.

–  ¡Compórtate! -susurré.

La voz de Edward sonó cáustica.

– Quiere hablar contigo.

En ese momento, Jacob llegó a nuestra posición. La vergüenza y la disculpa se evidenciaron más en su rostro.

– Hola, Bella, esperaba encontrarte aquí -parecía como si realmente hubiera esperado justo lo contrario, aunque su sonrisa era tan cálida como siempre.

– Hola, Jacob -sonreí a mi vez-. ¿Qué quieres?

– ¿Puedo interrumpir? -preguntó indeciso mientras observaba a Edward por primera vez.