– No podemos afirmar nada hasta que no dispongamos del examen del forense, pero todo indica que le quitaron la vida.
Un murmullo y el rumor de los bolígrafos siguieron a su respuesta. Las cámaras de televisión, identificadas con el canal y la redacción a la que pertenecían, zumbaban vertiendo sobre Mellberg la potente luz de sus focos. Durante un segundo, sopesó a cuál de ellas debía dar prioridad, hasta que decidió ofrecer su mejor perfil al canal Cuatro. Como quiera que la avalancha de preguntas no cesaba, Mellberg hizo un gesto hacia un periodista de otro diario vespertino.
– ¿Tienen algún sospechoso en este momento? -Una vez más, se hizo un silencio cargado de expectación por la respuesta de Mellberg, que entornó los ojos levemente ante la potencia de los focos.
– Hemos interrogado a varias personas -declaró-. Pero, por ahora, no tenemos ningún sospechoso concreto.
– ¿Se interrumpirán las grabaciones del programa Fucking Tanum? -En esta ocasión le tocó el turno de preguntas a un reportero del noticiario Aktuellt. La expectación flotaba en el aire.
– No tenemos ningún derecho, ni, por otro lado, ningún motivo, para intervenir en esa cuestión. Adoptar una postura a ese respecto es competencia de los productores del programa y de la dirección del canal de televisión.
– Pero ¿acaso puede un programa como ése continuar grabando después de que hayan asesinado a uno de sus participantes? -insistió el mismo reportero.
Mellberg respondió, manifiestamente irritado:
– Como acabo de decir, no tenemos posibilidad de intervenir sobre ese particular. Tendrán que hablar con el canal de televisión directamente.
– ¿La habían violado? -Ya nadie esperaba la aprobación de Mellberg, sino que las preguntas le llovían como pequeños proyectiles.
– A esa pregunta tendrá que responder la autopsia.
– Pero ¿había algún indicio de violación?
– Estaba desnuda cuando la encontramos, pueden sacar sus propias conclusiones.
Mellberg enseguida cayó en la cuenta de que tal vez no hubiese sido muy conveniente dar a conocer ese dato, pero se sentía abrumado por la presión a la que estaba sometido, hasta el punto de que parte de la satisfacción y la excitación que había experimentado ante la idea de la conferencia de prensa empezaba a atenuarse poco a poco. Aquello no tenía nada que ver con las conferencias de prensa para los medios de comunicación locales.
– ¿Existe alguna relación entre el crimen y el lugar donde la encontraron? -En esta ocasión, era uno de los reporteros locales quien había conseguido colarse con una pregunta, compitiendo con los periodistas de los grandes diarios nacionales y de la televisión, que parecían estar mucho más curtidos a la hora de abrirse paso a codazos.
Mellberg sopesó cuidadosamente la respuesta. No quería irse de la lengua una vez más.
– No hay ningún indicio de que exista tal conexión, por ahora -dijo al cabo de unos segundos.
– Pero, ¿dónde la encontraron? -se apresuró a sacar partido el reportero del diario vespertino-. Corre el rumor de que hallaron su cadáver en un camión de la basura. ¿Es eso cierto? -Una vez más, todas las miradas quedaron pendientes de los labios de Mellberg. El comisario se los humedeció, algo nervioso.
– No hay comentarios.
Joder, no iban a ser tan tontos como para no comprender que aquella respuesta significaba que el rumor era cierto. Quizá debería haberle hecho caso a Hedström, que, justo antes de la conferencia de prensa, le propuso encargarse él del turno de preguntas. Pero, que lo ahorcaran si estaba dispuesto a ceder una ocasión como aquélla para ser el centro de las cámaras. El recuerdo de la indignación que experimentó cuando Hedström formuló la pregunta le infundió valor y le ayudó a recobrar el ánimo.
– ¿Sí? -dijo invitando a hablar a una mujer que llevaba un buen rato agitando la mano, sin haber tenido aún ocasión de hablar.
– ¿Han interrogado a alguno de los participantes de Fucking Tanum?
Mellberg asintió. Esos muchachos no tenían el menor reparo en hacer el ridículo en la televisión, de modo que no le preocupó lo más mínimo compartir esa información con la prensa.
– Sí, los hemos interrogado.
– ¿Alguno de ellos es sospechoso del asesinato? -El cámara del noticiario Rapport no dejaba de filmar mientras el reportero sostenía un enorme micrófono cerca de Mellberg para captar su respuesta.
– En primer lugar, aún no se nos ha confirmado que se trate de un asesinato. Pero no, por ahora, no disponemos de ningún dato que apunte a ninguna persona en particular. -Una mentira inofensiva, desde luego. Mellberg había leído el informe de Molin y de Kruse, y ya se había forjado una idea muy clara de quién era el culpable. Pero no era tan necio como para compartir ese tesoro antes de tener atados todos los cabos.
Las preguntas empezaban a repetirse y Mellberg se oyó a sí mismo recurrir una y otra vez a las mismas respuestas. Finalmente, se cansó y les comunicó que daba por terminada la conferencia de prensa. Con el repiqueteo de las cámaras fotográficas a su espalda, salió de la sala con toda la autoridad de que fue capaz. Su deseo era que, cuando Rose-Marie pusiera las noticias aquella noche, viese que era todo un hombre.
Durante los días que siguieron a la muerte de Barbie, le había ocurrido en más de una ocasión que la gente se detenía a señalarla murmurando. Cierto que estaba acostumbrada a que se quedasen mirándola desde que apareció en Gran Hermano, pero aquello era muy distinto. No se trataba de la natural curiosidad o admiración que despertaba el hecho de que hubiese aparecido en televisión, sino de un ansia de sensacionalismo y algo así como una sed mediática que la hacía encogerse de malestar.
En cuanto supo lo de Barbie, sintió deseos de irse a casa de inmediato. Su primer impulso fue huir, retirarse al único lugar en el que podía refugiarse. Al mismo tiempo, era consciente de que, en el fondo, aquello no era una solución. En casa se encontraría con el mismo vacío, la misma soledad. No habría allí nadie que la abrazase, que le acariciase la cabeza…, todos aquellos gestos sin importancia que todo su cuerpo pedía a gritos. Sin embargo, no había nadie que se los ofreciera, nadie que pudiese satisfacer aquella necesidad. Ni en su casa ni allí. De modo que tanto le daba irse como quedarse.
La caja que tenía detrás se le antojaba vacía. Ahora la ocupaba otra chica, una de las habituales de la tienda. Y aun así, ella tenía la sensación de que estaba desierta. A Jonna le sorprendió descubrir el vacío que había dejado Barbie. Se había burlado de ella, la había rechazado, apenas la había considerado un ser humano. Pero después de lo ocurrido, ahora que ya no estaba, Jonna reparaba en la alegría que irradiaba, pese a la inseguridad que sentía, pese a haber optado por el tipo de chica rubia que ansiaba despertar la atención del entorno. Barbie siempre conservó el buen humor. Era la que reía, la que se sentía feliz con lo que estaban haciendo y la que intentaba animar a los demás. Y, en lugar de agradecérselo, se burlaron de ella y la condenaron juzgándola como si fuera una tía buena imbécil que no merecía ningún respeto. Y ahora que ya no estaba, resultaba evidente cuál había sido su aportación.
Jonna se tiró un poco más de los puños de las mangas. Hoy no tenía el menor interés en atraer miradas raras de compasión y admiración mezcladas con desprecio. Las heridas eran más profundas de lo habitual. Desde que Barbie murió, se había cortado a diario. De forma más dura y brutal que nunca. Más hondo en su propia carne, hasta que veía cómo se abría la piel antes de escupir la sangre que circulaba por debajo. Pero la visión de aquel flujo rojo y palpitante ya no lograba mitigar su ansiedad.
Era como si la angustia se hubiese instalado tan hondo en su ser que ya nada podía afectarle.