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De todo eso Erling no tenía ni la más remota idea. Él nunca había oído hablar de camareros que se hacían famosos, ni de la dura inversión al servicio de la guarrería que se exigía para mantenerse en el candelero como famoso de un reality-show. No, a él sólo le interesaba la expansión económica que experimentaría Tanum. Y que se hablase de él como su artífice.

Erica ya había almorzado cuando Anna bajó del dormitorio. Se sentó a la mesa y aceptó la taza de café que le ofrecía Erica.

– Es la una y cuarto.

– Ta-ta -dijo Maja manoteando entusiasmada en dirección a Anna, en un intento de reclamar su atención. Anna ni se dio cuenta.

– Mierda, he dormido hasta más de la una… ¿Por qué no me has despertado? -preguntó Anna antes de dar un sorbo al café humeante.

– Bueno, no sabía qué querías. Parece que necesitas descansar -respondió Erica prudente, al tiempo que se sentaba también a la mesa.

La relación entre ella y Anna consistía, desde hacía tiempo en que Erica tenía que vigilar su lengua. Y la cosa no había mejorado mucho después de todo lo que pasó con Lucas. El simple hecho de que ella y Anna viviesen de nuevo en la misma casa las inducía a reproducir unos patrones antiguos que ambas habían luchado por desechar. Erica asumía automáticamente el papel maternal con su hermana, mientras que Anna parecía debatirse entre el deseo de dejarse cuidar y de rebelarse. Los últimos meses, aquellas paredes se habían cargado de una atmósfera opresiva a causa de todo aquello de lo que no se hablaba, pero que esperaba el momento oportuno para salir a relucir. Sin embargo, puesto que Anna aún se encontraba en un estado de shock, del que, por otra parte no parecía capaz de salir, Erica se dedicaba a andar de puntillas con todo, aterrada ante la idea de hacer o decir lo que no debía.

– ¿Y los niños? Habrán ido a la guardería, ¿no?

– Sí, claro, y todo ha ido muy bien -le respondió Erica sin mencionar el pequeño incidente con Adrian. Anna tenía ahora tan poca paciencia con los niños… La mayoría de las tareas de tipo práctico recaían sobre Erica, y en cuanto los niños alborotaban lo más mínimo, Anna se quitaba de en medio y dejaba que su hermana se encargase de todo. Iba hecha un trapo, arrastrando exánime los pies por toda la casa, como si quisiera encontrar lo que la mantuvo viva en su día. Erica estaba terriblemente preocupada.

– Anna, no te enfades, pero ¿no crees que deberías hablar con alguien? Nos dieron el nombre de un psicólogo que dice que es fenomenal, y creo que te vendría…

Anna la interrumpió con brusquedad.

– No, ya te he dicho que no. Tengo que salir de esto yo sola. Es culpa mía. He asesinado a una persona. No puedo ir a lamentarme ante un extraño, he de arreglarlo sola. -Tenía los nudillos blancos de tanto apretar la taza de café.

– Anna, ya sé que hemos hablado de ello mil veces, pero te lo digo vez más: tú no asesinaste a Lucas, lo mataste defensa propia. Y no sólo en defensa de ti misma, sino también de los niños. Nadie lo dudó un instante, te dejaron libre y te declararon inocente sin cargo alguno. El te habría matado a ti, Anna, era él o tú.

Anna contrajo ligeramente los músculos de la cara mientras Erica hablaba y Maja, consciente de la tensión que flotaba en el aire, empezó a protestar en la trona.

– No-tengo-fuerzas-para-hablar-de-ello -dijo Anna apretando los dientes-. Me vuelvo a la cama. ¿Recoges tú a los niños? -Y sin esperar respuesta, se levantó y dejó a Erica en la cocina.

– Sí, yo recojo a los niños -respondió Erica con lágrimas en los ojos. Pronto no podría más. Alguien tendría que hacer algo.

Entonces, se le ocurrió una idea. Tomó el auricular y marcó el número de memoria. Valía la pena intentarlo.

Hanna fue directamente a su despacho y empezó a instalarse. Patrik continuó hasta el cuartucho de Martin Molin y llamó discretamente a la puerta.

– Entra.

Patrik pasó y, con la mayor confianza, se sentó en la silla que había frente a la mesa de Martin. Ambos trabajaban mucho juntos y pasaban bastante tiempo el uno en la silla de las visitas del otro.

– Me han dicho que salisteis por un accidente de tráfico. ¿Alguna víctima mortal?

– Sí, la conductora. Iba sola. Y la reconocí. Es Marit, propietaria de una tienda en la calle Affársvägen.

– ¡Joder! -dijo Martin con un suspiro-. ¡Qué absurdo! ¿Se cruzó con un ciervo o algo así?

Patrik dudó.

– Los técnicos estaban allí, de modo que su informe, junto con el de la autopsia, nos dará la respuesta definitiva, pero el coche apestaba a alcohol.

– Joder! -exclamó Martin una vez más-. O sea, que conducía borracha. Aunque creo que jamás la detuvieron por eso antes. Podría ser la primera vez que conducía bebida. O quizá se hubiese librado hasta ahora.

– Bueeeno -respondió Patrik dubitativo-. Sí, podría ser.

– ¿Pero? -intervino Martin para animarlo a hablar mientras se cruzaba las manos en la nuca. El color rojizo de su cabello brillaba en contraste con el blanco de las palmas de la mano-. Parece que hay algo que no acaba de convencerte. Te conozco lo bastante bien a estas alturas.

– Bah, yo qué sé -dijo Patrik-. No es nada concreto. Era sólo que había algo… algo raro, pero no te puedo decir qué.

– Bueno, tus corazonadas suelen dar en el clavo -dijo Martin preocupado, meciéndose hacia atrás y hacia delante en la silla-. Pero, dada la situación, lo mejor será esperar a ver qué dicen los expertos. En cuanto los técnicos y el forense lo hayan visto, sabremos más. Quizá ellos den con la explicación de lo que a ti te resultaba raro.

– Sí, tienes razón -dijo Patrik rascándose la cabeza pensativo-. Pero… no, bueno, tienes razón, no tiene sentido ponernos a especular. Por ahora hemos de centrarnos en lo que si podemos hacer. Y por desgracia, eso incluye precisamente informar a sus familiares. ¿Tú sabes si tenía familia?

Martin frunció el entrecejo.

– Tiene una hija adolescente, eso sí lo sé. Y comparte piso con una amiga. Se ha murmurado más de una cosa sobre ese arreglo, pero no sé…

Patrik dejó escapar un suspiro.

– En fin, no hay más que ir a su casa, a ver qué tal.

Y, en efecto, unos minutos más tarde llamaban a la puerta del apartamento de Marit. Con una ojeada a la guía de teléfonos comprobaron que vivía en un bloque situado no muy lejos de la comisaría. Tanto Patrik como Martin iban apesadumbrados. Aquél era el cometido policial más detestado entre los profesionales. Hasta que no oyeron los pasos al otro lado de la puerta ni se les había ocurrido que a aquella hora del día no hubiera nadie.

La mujer que les abrió la puerta supo enseguida cuál era el motivo de la visita. Patrik y Martin lo notaron en el tono pálido que su rostro adquirió al verlos y el modo en que se hundieron sus hombros, con gesto resignado.

– Es por Marit, ¿verdad? ¿Le ha pasado algo? -Le temblaba la voz, pero se apartó para que entrasen en el vestíbulo.

– Sí, por desgracia traemos malas noticias. Marit Kaspersen sufrió un accidente de tráfico, el suyo era el único vehículo implicado. Marit… falleció en el accidente -anunció Patrik con voz queda. La mujer permaneció inmóvil, como si se hubiese congelado en aquella posición y no fuese capaz de enviar señales del cerebro a los músculos. De hecho, tenía la mente ocupada en procesar la información que acababa de recibir.