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– Sí, ahora. ¿Por qué no? -insistió Erica, que ya iba camino del piso de arriba.

– Sí, ¿por qué no? -suspiró Patrik levantándose a disgusto. Era lo bastante sensato como para no protestar cuando a Erica se le metía una idea en la cabeza.

Cuando llegaron al desván, Erica lamentó su arrebato durante un segundo. Era innegable: allí no parecía haber más que basura. Pero ya que estaban allí, bien podía echar una ojeada. Se agachó para no golpearse con las vigas y empezó a mover cajas y a abrirlas al azar. Se limpió las manos en el pantalón con cara de asco. Sí que había polvo allí arriba. Patrik también iba mirando aquí y allá. Se le había ocurrido así, sin reflexionar, y ahora dudaba de que diese algún resultado. Seguro que Erica tenía razón. Además, ella conocía mejor a su madre. Si decía que Elsy no había guardado nada… De repente, descubrió algo que llamó su atención. Al fondo del desván, en la parte de techo más bajo, había un viejo baúl.

– Erica, ven aquí.

– ¿Has encontrado algo? -dijo Erica llena de curiosidad y agachándose para acercarse hasta donde estaba Patrik.

– No lo sé -confesó-. Pero este baúl tiene una pinta muy prometedora.

– Puede que perteneciese a mi padre -respondió Erica pensativa, pero algo le decía que no, que aquel cofre no era de Tore. Era de madera, pintado de verde con unas sinuosas guirnaldas de flores ya pálidas por toda decoración. La cerradura se había oxidado, pero el baúl no estaba cerrado con llave, así que levantó la tapa con cuidado. Lo primero que vio fueron dos dibujos infantiles. Al mirarlos más de cerca descubrió que había algo escrito en el reverso: «Erica, 3 de diciembre de 1974», decía en uno. «Anna, 8 de junio de 1980», se leía en el otro. Constató perpleja que era la letra de su madre. Un poco más al fondo halló un montón de dibujos y un buen número de objetos que Anna y ella habían confeccionado en la clase de trabajos manuales, mezclados con artículos de decoración navideña y otros adornos de fabricación casera. Todo aquello de lo que, según ella creía, su madre jamás se ocupó-. Mira -le dijo aún incapaz de dar crédito a lo que veía-. Mira, lo había guardado mi madre…

Fue sacando los objetos uno a uno con sumo cuidado. Era como un azaroso viaje a su propia niñez. Y a la de Anna. Erica sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y Patrik le acarició la espalda.

– Pero ¿por qué? Creíamos que ella no… ¿Por qué?

Se secó las lágrimas con la manga de la camiseta y continuó hurgando en el baúl. Más o menos hacia la mitad, se acabaron los recuerdos infantiles y empezaron a aparecer cosas más antiguas. Aún con la incredulidad en el semblante, Erica sacó un montón de fotografías en blanco y negro y se quedó mirándolas atónita.

– ¿Sabes quiénes son? -preguntó Patrik.

– Ni idea -respondió Erica meneando la cabeza-. Pero puedes apostar el cuello a que lo averiguaré.

Continuó rebuscando ansiosa, pero se quedó rígida cuando notó que su mano tocaba un objeto blando que contenía otro afilado. Con mucho cuidado, fue sacándolo del baúl. Era un trozo de tela mugriento, que algún día fue blanco pero que ahora amarilleaba lleno de feas manchas de óxido. Había algo enrollado en el tejido. Erica abrió despacio el envoltorio y, al ver lo que contenía, se quedó sin aliento. En el interior del rollo de tela había una medalla de cuyo origen no cabía abrigar duda alguna. Allí estaba, la cruz gamada. Sin poder articular palabra, le mostró su hallazgo a Patrik, que tenía los ojos como platos. Miró luego el trozo de tela que se le había caído a Erica en el regazo.

– Erica…

– ¿Sí? -respondió ella con la vista aún fija en la medalla que sujetaba con el índice y el pulgar.

– Creo que deberías mirar esto -observó Patrik.

– ¿Qué? ¿Qué es? -preguntó desconcertada antes de ver lo que Patrik le enseñaba. Hizo lo que le decía. Dejó la medalla nazi y desplegó el retazo de tela. No era un simple trozo de tela, sino una camisita de bebé. Y las manchas marrones no eran de óxido, sino de sangre. Sangre reseca.

¿A quién había pertenecido la camisita? ¿Por qué estaba llena de sangre? ¿Y por qué la había guardado su madre en un baúl en el desván, junto con una medalla de la Segunda Guerra Mundial?

Por un segundo, sopesó la posibilidad de devolverlo todo al baúl y cerrar la tapa.

Pero, al igual que Pandora, era demasiado curiosa para dejar la tapa cerrada. Tenía que buscar la verdad. Cualquiera que ésta fuese.

AGRADECIMIENTOS

Como de costumbre, son muchas las personas a las que debo expresar mi gratitud. Pero, como siempre también, le doy las gracias en primer lugar a Micke y a mis hijos, Wille y Meja.

Mientras he estado trabajando en este libro, he recibido la ayuda de Joñas Lindgren, del Instituto Forense de Gotemburgo, y de los policías de la comisaría de Tanumshede, entre los que merecen mención aparte Folke Asberg y Petra Widén, así como Martin Melin, de la policía de Estocolmo.

Leyeron y comentaron el manuscrito Zoltan Szabo-Läckberg, Anders Torevi y Kart-Axel Wikstróm, jefe del Área de Cultura del ayuntamiento de Tanum. Muchas gracias por tomaros el tiempo necesario para revisar los detalles.

Karin Linge Nordh, de la editorial Forum, también esgrimió en esta ocasión su afilado bolígrafo rojo para elevar y mejorar el contenido y la redacción del libro. Y gracias, ¿cómo no?, a todos los demás editores de Forum: ¡siempre es un placer trabajar con vosotros!

Una aportación indispensable para el trabajo sois quienes habéis hecho de canguros a todas horas: la abuela Gunnel Läckberg, los abuelos Mona y Hasse Eriksson, así como Gabriella y Jórgen Gullbrandson y Charlotte Eliasson. Sin vosotros jamás habría conseguido componer el rompecabezas de la vida cotidiana.

A Bengt Nordin y Maria Enberg, de Nordin Agency, quisiera expresar desde aquí un agradecimiento especiaclass="underline" gracias a vosotros llego a toda Suecia, y al mundo.

«Chicas», vosotras sabéis quiénes sois… Gracias por vuestro apoyo, vuestro ánimo y por nuestras conversaciones cuando menos divertidísimas. ¿Qué hacía yo antes de conoceros?

Una aportación totalmente inesperada pero muy positiva ha sido la recibida de los lectores del blog. También en su caso, el apoyo ha sido el protagonista. Y lo mismo os digo a todos aquellos que os habéis comunicado conmigo por correo electrónico a lo largo del año. ¡Ah, y gracias también por las propuestas de nombres que me han llegado a través del blog! Sin embargo, lo más importante han sido los textos sobre Ulle que Finn, en un gesto de enorme generosidad, me ha permitido compartir. La echamos de menos.

Finalmente, quiero darles las gracias a mis amigos, que me han esperado pacientemente mientras yo me «refugiaba en la cueva» para escribir.

Todos los errores son obra de la autora y los personajes de la novela, producto de mi imaginación. Salvo «Leif el de la basura», que me había confesado su preocupación por que le pusiera un cadáver en el camión. Ni que decir tiene que fue una tentación demasiado atractiva para no caer en ella…

Camilla Läckberg

Camilla Läckberg

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