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En primer lugar, los teólogos favorables a la opinión de la alta crítica, al negar la virginidad de María se apoyan en los siguientes fundamentos:

1º La historia de la divina concepción por una mujer, de un hijo, sin intervención de padre humano y por milagrosa obra de Dios, se encuentra repetida en las tradiciones, leyendas y creencias de muchas naciones precristianas. Casi todas las religiones orientales, anteriores de muchos siglos al cristianismo, contienen relatos de esta índole referentes a sus dioses, profetas y caudillos. La crítica sostiene que la historia de la divina concepción en la Virgen María es enteramente copia de las leyendas paganas, y se incorporó a las Escrituras cristianas después de la muerte de Cristo.

2º La virginidad de María no fue doctrina del cristianismo primitivo, sino que se introdujo en las enseñanzas a fines del siglo I o principios del II de la era cristiana, según demuestra la circunstancia de que únicamente dos evangelios, el de San Mateo y el de San Lucas hablan con no mucha extensión del asunto, sin que nada digan los de San Marcos y San Juan, lo cual no hubiera sido posible si la virginidad de María fuese ya dogma definido en la primitiva iglesia cristiana. Además, en ninguna epístola se menciona para nada a la Virgen María, y aun el mismo san Pablo guarda absoluto silencio sobre este punto. De esto infieren los contrarios al dogma de la virginidad que no lo conocieron los primitivos cristianos y que no se oyó hablar de tal cosa hasta que muchos años después se copió de las leyendas paganas.

En apoyo de esta opinión, según ya dijimos, alegan que los más antiguos textos del Nuevo Testamento que conocen los exégetas nada dicen de la virginidad de María, y san Pablo, y otros autores no hablan absolutamente de ella.

3º En los evangelios de San Mateo y San Lucas se descubren evidentes indicios de que los pasajes de referencia se interpolaron posteriormente.

Consideraremos este último punto según el criterio de la alta crítica teológica, dentro del mismo seno de la Iglesia.

Consideremos primeramente el Evangelio de San Mateo. La generalidad de la gente cree que este evangelio lo escribió palabra por palabra el apóstol san Mateo de su puño y letra durante su ministerio. Sin embargo, los clérigos eruditos reconocen que no fue así, según puede comprobarse por las obras tea lógicas publicadas en estos últimos años o por una buena enciclopedia. Los investigadores han hecho diligentes indagaciones en averiguación de los probables autores de los libros del Nuevo Testamento, y sus informes sorprenderán a muchos cristianos desconocedores de las circunstancias del caso. Aparte de la tradición de la costumbre no hay fehaciente testimonio de que san Mateo escribiera, al menos en su actual texto, el evangelio que se le atribuye. Sin profundizar en el argumento de los investigadores (que puede hallarse en cualquiera obra moderna sobre la historia de los evangelios), diremos que según la opinión generalmente aceptada, el evangelio atribuido a san Mateo es obra de una o varias manos desconocidas, que escribieron en griego a fines del siglo 1, o más probablemente fue una ampliación o adaptación de un texto arameo titulado «Sentencias de Jesús», que se supone escrito por san Mateo. Es decir, que aun los críticos más reacios reconocen hoy que el actual Evangelio de San Mateo es una ampliación adaptada por un texto de san Mateo escrito muchos años antes. Los críticos más radicales opinan menos respetuosamente sobre el particular. Por lo tanto, se echa de ver con cuanta facilidad pudo el último amañador interpolar la entonces ya corriente leyenda de la virginidad de María tomada de fuentes paganas.

Otra prueba de la interpolación aducida por los críticos es que el Evangelio de San Mateo dice que José era tan sólo el padre putativo del hijo de María; y, sin embargo, el mismo evangelio da la genealogía de Jesús desde David a José, el marido de María, para demostrar que Jesús era de la «Casa de David», de acuerdo con la tradición mesiánica. El capítulo primero del Evangelio de San Mateo empieza con las palabras: «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham».

Después enumera catorce generaciones de Abraham a David; otras catorce desde David a la transmigración de Babilonia; y catorce más desde los días de Babilonia hasta el nacimiento de Jesús. Los críticos llaman la atención hacia este recitado de la descendencia de Jesús, mediante José, de la Casa de David, el cual es uno de los tantos indicios de que el texto original de Mateo se inclina resueltamente a la opinión de que Jesús era el Mesías hebreo que había de reinar en el trono de David, y no una encarnación de la Divi nidad.

Dicen los críticos que si José no hubiese sido el verdadero padre de Jesús, ¿no fuera insensato el intento de probar que por José descendía de David? Preguntan pertinentemente los críticos: ¿Qué necesidad había ni qué propósito encerraba la enumeración de la genealogía de José aplicada a Jesús, si realmente no era Jesús verdadero hijo de José?

Opinan los críticos que el texto original de san Mateo no contenía nada acerca del nacimiento virginal de Jesús, pues nada sabía Mateo de esta leyenda pagana, y así dio la genealogía de Jesús desde David y Abraham.

Si se omiten los versículos 18 a 25 del Evangelio de San Mateo, se advierte en seguida el lógico enlace entre la genealogía y el resto del relato, pues si no se omiten resulta paradójico, contradictorio y ridículo y aparecen los puntos y costuras de la añadidura.

Pero cabe preguntarse cómo el versículo 23 del primer capítulo del Evangelio de San Mateo menciona la profecía mesiánica, que seguramente es una directa referencia a la profecía de Isaías 7, 14.

Examinemos esta llamada «profecía,», de la que tanto se ha dicho y en la que tanto se ha visto con referencia al nacimiento de Jesús.

Pero antes veamos las siguientes palabras que la preceden: «Y habló también Jehová a Acaz diciendo: Pide para ti señal de Jehová tu Dios, demandándola ya sea de abajo en lo profundo, o de arriba en lo alto.

»Y respondió Acaz: No pediré, y no tentaré a Jehová.

»Dijo entonces Isaías: Oíd ahora, casa de David. ¿Os es poco el ser molestos a los hombres, sino que también lo seáis a mi Dios?» (Isaías 7, 10-13).

Después sigue la profecía:

«Por tanto, el Señor mismo os dará señaclass="underline" He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel» (Isaías 7,14).

Esta es la «profecía» citada por el autor del Evangelio de San Mateo, y que durante siglos se ha considerado en las iglesias cristianas como una predicción del milagroso nacimiento de Jesús. En realidad, los teólogos sensatos saben que en modo alguno se refiere a Jesús dicho pasaje, sino a otro suceso que muy luego veremos; Y fue interpolado en el evangelio con el único propósito de apoyar la idea del autor.

Conviene añadir que las más prestigiosas autoridades afirman que es inexacta la traducción de la palabra almah por la griega equivalente a «virgen» en su acepción usual. La palabra hebrea almah, empleada en el texto original hebreo de lsaías, no significa «virgen» en la acepción usual, sino muchacha casadera o núbil, pues los hebreos tenían otra palabra para el ordinario concepto de virginidad. La palabra almah se emplea en otros pasajes del Antiguo Testamento para indicar «una doncella», «una muchacha», según se advierte en Proverbios 30, 19, al referirse al «rastro del hombre en la doncella».