Ambos retrocedieron, y Kevin dirigió el haz de luz de la linterna al suelo para no deslumbrar al animal. El bonobo número uno salió lentamente de su jaula, y se irguió. Miró alternativamente a derecha e izquierda antes de concentrar su atención en los humanos.
– At -repitió Kevin mientras retrocedía. Melanie permaneció en su sitio.
El bonobo número uno dio un paso al frente, al tiempo que se estiraba como un atleta que hace ejercicios de calentamiento.
Kevin dio media vuelta para caminar con mayor facilidad.
Repitió la palabra at unas cuantas veces. El animal lo siguió sin alterar la expresión de su cara. El lo condujo hasta el puente, subió y repitió "at".
El bonobo número uno trepó al montante de cemento con aire titubeante. Kevin retrocedió hasta llegar a la mitad del puente y el bonobo lo siguió con cautela, mirando a un lado y al otro.
Entonces Kevin decidió probar algo que no habían intentado con Arthur: pronunciar consecutivamente varias palabras del lenguaje de los bonobos. Comenzó por el término "sta", que el animal había pronunciado mientras entregaba el mono muerto a Candace; luego "zit", que el bonobo número uno había usado para indicarles que lo acompañaran a la cueva, y finalmente "arak", que estaban convencidos de que significaba "fuera".
– Sta zit arak -dijo mientras abría los dedos y separaba la mano del pecho, imitando el gesto que Candace había visto en el quirófano. Kevin esperaba que la frase significara "tú ir fuera".
Tras repetir la frase una vez más, señaló hacia el noreste, en dirección al vasto bosque tropical.
El bonobo número uno se puso de puntillas y miró por encima del hombro de Kevin, hacia la selva de la zona continental. Luego se volvió para mirar las jaulas. Mientras extendía los brazos, emitió una serie de sonidos que ellos no habían oído antes, o que al menos nunca habían asociado con una actividad determinada.
– ¿Qué hace? -preguntó Kevin.
El animal le había dado la espalda.
– Puede que me equivoque-dijo Melanie-, pero intuyo que habla de sus congéneres.
– ¡Dios! -exclamó él-. Parece que ha entendido lo que quería decirle. Liberemos algunos animales más.
Dio un paso al frente. El bonobo notó que se movía y se volvió a mirarlo. Kevin titubeó. El puente tenía unos tres metros de ancho y le daba miedo aproximarse demasiado.
Recordó la facilidad con que el bonobo número uno lo había levantado en andas y arrojado al suelo como si fuera un muñeco de trapo.
Miró al animal a los ojos, procurando detectar alguna emoción, pero no vio ninguna. En cambio, volvió a embargarlo la sensación de que estaba ante un espejo evolutivo.
– ¿Qué pasa? -preguntó Melanie.
– Me da miedo -respondió Kevin-. No sé si pasar a su lado o no.
– Por favor, otro atolladero de película de vaqueros, no -dijo ella-. No tenemos mucho tiempo.
– De acuerdo. -Respiró hondo y pasó lentamente junto al animal, acercándose al borde del puente. El bonobo lo miró, pero no se movió-. Tengo los nervios a flor de piel -dijo mientras bajaba del puente.
– ¿Lo dejamos aquí?
Kevin se rascó la cabeza.
– No sé. Podría actuar como señuelo para que los otros animales lo siguieran, pero también es posible que regrese con nosotros.
– ¿Por qué no echamos a andar? -preguntó Melanie-. Dejemos que lo decida él.
Enfilaron hacia las jaulas, y se alegraron de ver que el bonobo número uno los seguía.
Apuraron el paso, conscientes de que Candace y los demás los esperaban. Cuando llegaron junto a las jaulas, no vacilaron ni un instante. Kevin abrió la puerta de la primera, mientras Melanie abría la de la segunda.
Los animales salieron rápidamente e intercambiaron palabras con el bonobo número uno. Kevin y Melanie se dirigieron a las dos jaulas siguientes.
Unos minutos después, una docena de animales se congregaban en el claro, estirándose y vocalizando.
– Funciona -dijo él-. Estoy seguro. Si se propusieran internarse en el bosque de la isla, ya habrían corrido hacia allí.
Creo que todos saben que tienen que marcharse.
– Tal vez debería ir a buscar a Candace y a los demás. Deberían presenciar esta escena. Además, podrían echarnos una mano.
Melanie se perdió en la oscuridad mientras Kevin se acercaba a la jaula siguiente. Notó que el bonobo número uno permanecía cerca, para recibir a cada nuevo animal liberado.
Cuando apareció el resto del grupo, él ya había liberado a otra media docena de bonobos. Al principio, el grupo se sentía intimidado por esas extrañas criaturas y no sabía qué hacer. Sin embargo, los bonobos no les prestaron atención, salvo a Warren, a quien rehuían. El afroamericano llevaba consigo el rifle de asalto, que, según pensó Kevin, debía de recordarles las escopetas de dardos.
– Están muy callados -observó Laurie-. Es extraño.
– Están abatidos -explicó Kevin-. Puede que se deba a los tranquilizantes o a las horas de cautividad. Pero no os acerquéis. Aunque parezcan tranquilos, son muy fuertes.
– ¿Cómo podemos ayudar? -preguntó Candace.
– Abriendo jaulas -respondió Kevin.
Los siete pusieron manos a la obra y tardaron apenas unos minutos en abrir todas las jaulas. Una vez liberado el último animal, Kevin indicó por señas que lo siguieran hacia el puente.
El bonobo número uno, que no se había separado de Kevin en ningún momento, batió palmas, como cuando se habían encontrado con él en la arboleda. Luego emitió una serie de sonidos estridentes y echó a andar detrás de los humanos. Los demás bonobos lo siguieron en silencio.
Los siete humanos guiaron a los bonobos quiméricos hacia el puente que los conduciría a la libertad. Al llegar junto a él, se apartaron del camino. El bonobo número uno se detuvo junto a la estructura de cemento.
– Sta zit arak -dijo Kevin mientras abría los dedos y apartaba la mano del pecho por última vez. Luego señaló hacia el inexplorado bosque africano.
El bonobo número uno asintió con la cabeza y trepó al montante de cemento. Miró a sus congéneres y vocalizó por última vez antes de dar la espalda a la isla Francesca y cruzar el puente hacia la zona continental. Los bonobos los siguieron en silencio.
– Es como mirar el Exodo -bromeó Jack.
– No blasfemes -replicó Laurie. Sin embargo, como en casi todas las bromas, había algo de verdad. Estaba verdaderamente fascinada por el espectáculo.
Los animales se fundieron silenciosamente con la selva, como por arte de magia. Al principio eran una multitud inquieta al otro lado del puente y un instante después desaparecieron como agua absorbida por una esponja.
Los humanos permanecieron inmóviles y callados durante unos minutos, hasta que Kevin rompió el silencio:
– Lo han hecho, y me alegro por ellos. Gracias a todos por ayudarme. Puede que ahora consiga perdonarme el error que cometí al crearlos.
Se acercó a la estructura de cemento y apretó el botón rojo. El puente volvió a plegarse con un zumbido.
El grupo echó a andar hacia la piragua.
– Ha sido el espectáculo más extraño que he visto en mi vida -dijo Jack.
A mitad de camino de la piragua, Melanie se detuvo en seco y gritó:
– ¡Oh, no! ¡Mirad!
Todo el mundo miró al otro lado del río, en la dirección que señalaba la joven. Entre el follaje se filtraban las luces de varios vehículos, que obviamente descendían por el sendero que conducía al mecanismo del puente.
– ¡No podremos llegar a la piragua! -exclamó Warren-.
¡Nos verán!
– Tampoco podemos quedarnos aquí -replicó Jack.
Todos se volvieron y corrieron hacia la selva. En el preciso momento en que se escondían detrás de las jaulas, los coches giraron hacia el oeste y sus luces iluminaron el claro. Los vehículos se detuvieron, pero las luces permanecieron encendidas y los motores en marcha.
– Son soldados ecuatoguineanos -dijo Kevin.
– Y Siegfried está con ellos -añadió Melanie-. Lo reconocería en cualquier parte. Y aquél es el coche de Cameron McIvers.