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Cuando se abrió la puerta, el corazón de Kevin dio un vuelco. Preparado para ver la cara despectiva de Siegfried, levantó ligeramente la cabeza para espiar por encima del cuerpo del gorila muerto. Para su sorpresa, no era Siegfried, sino dos hombres con uniformes de cirugía que cargaban el cuerpo de un chimpancé. Sin decir una palabra, los hombres dejaron el cadáver en un estante de la derecha, muy cerca de la entrada y se marcharon.

En cuanto la puerta volvió a cerrarse, Kevin miró a Melanie y suspiró.

– Creo que éste ha sido el peor día de mi vida -dijo.

– Todavía no ha terminado -repuso ella-. Aún hemos de salir de aquí. Pero al menos tenemos lo que vinimos a buscar. -Abrió la mano y les enseñó la llave. La luz destelló sobre la superficie cromada.

Kevin miró su propia mano. Inadvertidamente había llevado consigo el mapa topográfico.

Bertram encendió la luz del pasillo mientras salía de la zona de escaleras. Había subido a la segunda planta y entrado en el pabellón de pediatría para preguntar al personal si habían visto a alguien corriendo. Le respondieron que no.

Entró en su consulta y encendió la luz. Siegfried apareció en la puerta que conducía al despacho.

– ¿Y?

– No sé si ha entrado alguien -dijo Bertram. Advirtió que la papelera metálica no estaba en su sitio, junto a la mesa.

– ¿Ha visto a alguien?

– No -respondió negando con la cabeza-. Es probable que el personal de limpieza dejara la luz encendida.

– Bueno, eso justifica mi preocupación por las llaves -señaló Siegfried.

Bertram hizo un gesto afirmativo. Empujó con el pie la papelera metálica para devolverla a su posición normal. Luego apagó la luz de la sala de revisión y siguió a Siegfried al despacho. Abrió el primer cajón del archivador y sacó la carpeta de la isla Francesca. Soltó las bandas elásticas y examinó el contenido.

– ¿Qué pasa? -preguntó Siegfried al ver que titubeaba.

Bertram era un maniático del orden y no recordaba haber dejado los papeles en ese estado caótico. Temía lo peor, por eso sintió un enorme alivio al ver el sobre del puente Stevenson y el bulto de las llaves en su interior.

CAPITULO 12

5 de marzo de 1997, I8.45 horas.

Nueva York

– Esto es cosa de brujería -dijo Jack. Llevaba quince minutos examinando una muestra en el microscopio.

Chet había intentado entablar conversación, pero finalmente se había dado por vencido. Cuando Jack se concentraba, era imposible distraerlo.

– Me alegro de que te diviertas -dijo Chet. Preparado para marcharse, cogió su maletín.

Jack se echó hacia atrás en la silla y cabeceó.

– Esto es de locos. -Miró a Chet y se sorprendió de verlo con el abrigo puesto-. ¿Cómo? ¿Ya te marchas?

– Sí, llevo quince minutos despidiéndome de ti.

– Mira esto antes de irte -pidió Jack. Señaló el microscopio y se apartó de la mesa para dejarle el sitio a Chet.

Chet titubeó. Consultó su reloj. Tenía que estar a las siete en el gimnasio para su clase de aerobic. Le había echado el ojo a una de las chicas que acudían con regularidad, y había decidido apuntarse a la clase con el fin de reunir valor para abordarla. El problema era que ella estaba en mejor estado físico que él, de modo que después de la clase siempre se sentía demasiado agotado para hablar.

– Vamos, colega -insistió Jack-. Necesito tu sabia opinión.

Chet dejó el maletín en el suelo, se inclinó y miró por el ocular del microscopio. Sin ninguna explicación de Jack, tuvo que figurarse de qué clase de tejido se trataba.

– Así que sigues examinando este corte congelado de tejido hepático-dijo.

– Me ha entretenido toda la tarde -respondió Jack.

– ¿Por qué no esperas los preparados histológicos de los cortes fijados? -preguntó Chet-. Las muestras congeladas no permiten una investigación a fondo

– Le he pedido a Maureen que me los traiga en cuanto pueda, pero mientras tanto esto es todo lo que tengo. ¿Qué opinas de la zona que está debajo del marcador?

Chet reguló el objetivo.

Uno de los múltiples problemas de los cortes congelados era que a menudo eran demasiado gruesos y la estructura celular aparecía borrosa.

– Parece un granuloma -dijo Chet. Un granuloma es el signo de una inflamación celular crónica.

– Lo mismo pienso yo -convino Jack-. Ahora mueve el campo a la derecha. Debería mostrar una parte de la superficie del hígado. ¿Qué ves ahí?

Chet obedeció, aunque estaba preocupado porque llegaría tarde al gimnasio y no tendría sitio en la clase de aerobic. El profesor era uno de los más solicitados.

– Veo algo que parece un quiste grande con cicatrices -dijo.

– ¿Ves algo que te resulte familiar?

– No lo creo. De hecho, me parece muy extraño.

– Bien dicho -señaló Jack-. Ahora deja que te haga una pregunta.

Chet alzó la cabeza y miró a su compañero de despacho.

Jack tenía la frente arrugada en una mueca de confusión.

– ¿Te parece un hígado trasplantado hace relativamente poco tiempo? -preguntó.

– Claro que no -respondió Chet-. Yo habría esperado ver una inflamación aguda, pero no un granuloma, sobre todo si la lesión podía observarse a simple vista, como sugiere la superficie tabicada del quiste.

Jack suspiró.

– Gracias. Comenzaba a dudar de mi propio juicio. Es alentador saber que has llegado a la misma conclusión que yo.

– Hola -dijo una voz.

Jack y Chet alzaron la vista y vieron a Ted Lynch, el director del laboratorio de ADN, en el umbral. Era un hombre corpulento, que podría haber estado en la liga de Calvin Washington. Antes de iniciar su doctorado, había jugado de atajador de fútbol americano en el equipo de Princeton.

– Tengo tus resultados, Jack -anunció. Como me temo que no son lo que esperabas, he bajado a informarte personalmente. Sé que estabas convencido de que hubo un trasplante de hígado, pero el DQ alfa ha revelado una asimilación perfecta, lo que sugiere que se trata del propio hígado de la víctima.

Jack levantó las manos.

– Me rindo -dijo.

– Aún queda una posibilidad remota de que se tratara de un trasplante -dijo Ted-. Hay veintiún genotipos posibles en la secuencia DQ alfa, y la prueba no alcanza a discriminar aproximadamente un siete por ciento. Pero fui más allá e investigué el grupo sanguíneo ABO del cromosoma nueve y también coincidía perfectamente. Combinando los dos resultados, las posibilidades de que el hígado no pertenezca a la víctima son prácticamente nulas.

– Me dejas anonadado -dijo Jack. Entrelazó los dedos y se puso las manos sobre la cabeza-. Hasta he llamado a un amigo cirujano para preguntarle si podría haber otra razón para encontrar suturas en la vena cava, la arteria hepática y el sistema biliar. Dijo que no, que tenía que ser obligatoriamente un trasplante.

– ¿Qué quieres que te diga? -dijo Ted-. Si quieres, como favor personal, estoy dispuesto a falsear los resultados. -Rió y Jack fingió asestarle un puñetazo.

El teléfono de Jack comenzó a sonar insistentemente. Jack hizo una seña a Ted para que esperara mientras levantaba el auricular.

– ¿Qué pasa? -respondió con grosería.

– Yo me largo -dijo Chet. Se despidió de Jack con la mano y pasó junto a Ted.

Jack escuchó con atención. La ira de su expresión se trocó rápidamente en interés. Asintió varias veces con la cabeza mientras miraba a Ted. Levantó el índice y pidió con mímica que lo esperara un minuto.

– Sí, claro -respondió Jack a su interlocutor en el teléfono-. Si UNOS sugiere que lo intentemos en Europa, hagamos la prueba. -Consultó su reloj de pulsera-. Claro que allí es medianoche, pero haz lo que puedas.

Jack colgó el auricular.