– -
Laurie se había sorprendido a sí misma. Tras recibir la cinta de vídeo del asesinato de Franconi, había conseguido volver a concentrarse en el papeleo. Había trabajado con eficacia y avanzado notablemente en su tarea. Ahora había una gratificante pila de carpetas terminadas en el extremo de su escritorio.
Cogió la última bandeja de preparados histológicos y se dispuso a trabajar en el último caso, que complementaría con el material y los informes que obraban en su poder.
Cuando examinaba la primera muestra al microscopio, oyó un golpe en la puerta. Era Lou Soldano.
– ¿Qué haces aquí tan tarde? -preguntó Lou. Se dejó caer pesadamente en una silla junto al escritorio de Laurie. No se tomó la molestia de quitarse la gabardina ni el sombrero, que llevaba encajado sobre la coronilla.
Laurie miró su reloj.
– ¡Dios! -exclamó-. He perdido la noción del tiempo.
– Te llamé a tu casa cuando llegaba al puente de Queens.
Al comprobar que no estabas, decidí pasarme por aquí. Tenía el pálpito de que seguirías al pie del cañón. ¿Sabes?, trabajas demasiado.
– Quien fue a hablar -repuso Laurie con sarcasmo-. Mírate. ¿Cuándo has dormido por última vez? Y no me refiero a una siesta sentado al escritorio.
– Hablemos de cosas más agradables -sugirió Lou-. ¿Qué tal si salimos a comer un bocado? Tengo que pasar otra hora en la jefatura para dictar un informe y luego me encantaría ir a algún sitio. Los críos están con su tía, que Dios la bendiga.
¿Te apetecería comer pasta?
– ¿Crees que estás en condiciones de salir? -preguntó Laurie.
Las oscuras ojeras de Lou se tocaban con las arrugas de su sonrisa. El rastrojo de la barba era algo más que la sombra típica de las cinco de la tarde. Laurie calculó que llevaba al menos dos días sin afeitarse.
– Tengo que comer -repuso-. ¿Piensas seguir trabajando mucho rato?
– Estoy con el último caso -dijo Laurie-. Quizá otra media hora.
– Tú también tienes que comer.
– ¿Habéis hecho algún progreso en el caso Franconi? -preguntó ella.
Lou dejó escapar un resuello de irritación.
– Ojalá. El problema con estos atentados de la mafia es que si no actúas con rapidez el rastro se desvanece de inmediato.
No hemos conseguido ninguna pista importante.
– Lo siento -dijo Laurie.
– Gracias. ¿Y tú? ¿Tienes alguna idea sobre cómo pudo desaparecer el cadáver de Franconi?
– Ese rastro también se ha desvanecido. Calvin me riñó por interrogar al asistente del turno de noche, y lo único que hice fue hablar con el tío. Me temo que la administración prefiere que el incidente se olvide.
– Así que Jack tenía razón cuando te sugirió que lo dejaras.
– Probablemente -admitió Laurie de mala gana-. Pero no se lo digas.
– Ojalá el alcalde demostrara la misma falta de interés -murmuró Lou-. Demonios, puede que me degraden por culpa de este asunto.
– Sí que he tenido una idea dijo ella-. Una de las funerarias que recogió un cadáver la noche de la desaparición de Franconi se llama Spoletto. Está en Ozone Park. Por alguna razón, el nombre me sonaba. Entonces recordé que allí asesinaron a un joven mafioso en la época de Cerino. ¿Crees que es una coincidencia que retiraran un cuerpo de allí esa misma noche?
– Sí -aseguró Lou-, y te diré por qué. Después de tantos años de luchar contra el crimen organizado en Queens, conozco bien esa funeraria. Hay una conexión indirecta e inocente por matrimonio entre la funeraria Spoletto y la mafia de Nueva York. Pero es con la familia equivocada: con los Lucia, no con los Vaccaro, que mataron a Franconi.
– Bueno -dijo Laurie-, sólo era una idea.
– Eh, la pregunta tenía sentido -admitió Lou-. Tu memoria siempre me impresiona. No estoy seguro de que yo hubiera podido hacer la asociación. Bueno, ¿y qué me dices de la cena?
– Con la cara de cansado que tienes, ¿por qué no vienes a comer unos espaguetis a mi casa?
Ambos eran íntimos amigos. Después de que los involucraran en el caso Cerino, cinco años antes, habían tenido un pequeño escarceo amoroso, pero la relación no había prosperado y ambos habían decidido que era mejor ser amigos.
Desde entonces cenaban juntos una vez cada dos semanas aproximadamente.
– ¿No te importa? -preguntó Lou. La idea de tenderse en el sofá de Laurie le parecía el paraíso.
– En absoluto. En realidad, lo prefiero. Tengo salsa preparada en el congelador y varios ingredientes para la ensalada.
– Genial. Yo compraré un Chianti de camino. Te daré un toque cuando salga de la jefatura.
– Perfecto.
Cuando Lou se marchó, Laurie volvió a la muestra. Pero la visita del policía había roto su concentración y le había recordado el caso Franconi. Además, estaba cansada de mirar por el microscopio. Se echó hacia atrás y se restregó los ojos.
– A la mierda con todo -murmuró. Suspiró y miró el techo lleno de telarañas. Cada vez que se preguntaba cómo habían sacado el cuerpo de Franconi del depósito, volvía a angustiarse. También se sentía culpable por no poder ayudar a Lou.
Laurie se puso en pie, cogió su abrigo, cerró el maletín y salió del despacho. Sin embargo, no salió del depósito. En cambio, bajó a hacer otra visita a la oficina del depósito. No hacía más que dar vueltas en la cabeza a una pregunta que había olvidado hacer a Marvin Fletcher, el asistente del turno de tarde.
Encontró a Marvin ante el escritorio, rellenando los formularios correspondientes a las recogidas de esa tarde. Marvin era uno de los compañeros de trabajo favoritos de Laurie. Antes del trágico asesinato de Bruce Pomowski durante el caso Cerino, había estado en el turno de día. Después del incidente lo habían pasado a la tarde. En rigor, había sido un ascenso, porque el asistente del turno de la tarde tenía mucha responsabilidad.
– Hola, Laurie, ¿qué cuentas? -dijo Marvin al verla.
Marvin era un afroamericano con la piel más perfecta que Laurie hubiera visto en su vida. Brillaba como si una luz la iluminara desde el interior.
Laurie conversó con Marvin durante unos minutos y, tras compartir con él algunos cotilleos del trabajo, fue directamente al grano.
– Marvin, quiero preguntarte algo, pero prométeme que no te pondrás a la defensiva.
Laurie no pudo evitar recordar la reacción de Mike Passano ante su interrogatorio y no quería que Marvin fuera con quejas a Calvin.
– ¿Sobre qué? -preguntó Marvin.
– Sobre Franconi -respondió Laurie-. Quería preguntarte por qué no se hicieron radiografías del cadáver.
– ¿Qué dices?
– Ya me has oído. Antes de descubrir que el cuerpo había desaparecido, noté que faltaban el informe radiológico y las placas de la carpeta de la autopsia.
– Yo hice las radiografías -aseguró Marvin, que parecía ofendido ante la mera sugerencia de que no fuera así-. Siempre hago radiografías de un cadáver que ingresa, a menos que un médico me indique lo contrario.
– Entonces ¿dónde están el informe y las placas? -preguntó Laurie.
– No sé qué pasó con el informe. Pero las placas se las llevó el doctor Bingham.
– ¿Bingham se las llevó? -preguntó ella. Era extraño, aunque supuso que Bingham se proponía hacer la autopsia a la mañana siguiente.
– Me dijo que se las llevaba a su despacho -explicó Marvin-. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que le dijera al jefe que no podía llevarse unas radiografías? De eso nada, monada.
– Por supuesto -repuso Laurie con aire distraído. Estaba perpleja. Aquello era una nueva sorpresa. ¡Había radiografías del cuerpo de Franconi! Desde luego, no tenían mayor utilidad sin el cadáver, pero se preguntó por qué nadie se lo había dicho. Aunque lo cierto es que no había visto a Bingham hasta después de la desaparición del cuerpo-. Bueno, me alegro de haber hablado contigo -dijo saliendo de su ensimismamiento-. Y te pido disculpas por sugerir que habías olvidado hacer las placas.
– Descuida.
Laurie estaba a punto de marcharse cuando recordó la funeraria Spoletto. Movida por un impulso, le preguntó a Marvin qué sabía de ese sitio.
Marvin se encogió de hombros.
– ¿Qué quieres saber? -preguntó-. No sé mucho al respecto. Nunca he estado allí. Ya sabes lo que quiero decir.
– ¿Cómo son los empleados que vienen aquí?
– Normales -respondió él, volviendo a encogerse de hombros-. Creo que sólo los he visto un par de veces. No sé… qué quieres que te diga.
– Ya -dijo ella asintiendo con la cabeza-. Ha sido una pregunta tonta. No sé por qué la he hecho.