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– No -respondió Vinnie-. Devuélveme mi periódico

¿Por qué no lo compras? Siempre me estás quitando el mío.

Jack se puso en pie, empujó el periódico hacia Vinnie por encima de la mesa y levantó el sobre que le había dado Janice.

– Vaya, cómo está el patio. Tal vez necesites unas vacaciones. Te estás convirtiendo en un viejo gruñón.

– Al menos no soy un gorrón -repuso Vinnie. Cogió el periódico y ordenó las páginas que Jack había sacado de su sitio.

Jack se acercó a la cafetera, se sirvió una taza hasta el tope y se la llevó a la mesa de registros. Mientras bebía con aire satisfecho, echó un vistazo a los múltiples informes de ingresos hospitalarios de Franconi. Como quería hacerse una idea rápida del caso, leyó únicamente el informe resumido del alta. Tal como le había dicho Janice, los ingresos se debían sobre todo a trastornos hepáticos, desencadenados a raíz de una hepatitis que había contraído en Nápoles, Italia.

Poco después llegó Laurie. Antes incluso de quitarse el abrigo, preguntó a Jack si había leído el periódico u oído las noticias de la mañana. Jack le dijo que había leído el Post.

– ¿Ha sido obra tuya? -preguntó Laurie mientras doblaba su abrigo y lo dejaba sobre una silla.

– ¿De qué hablas?

– Pregunto si has sido tú quien ha filtrado la información de que tu último cadáver podría ser Franconi -dijo Laurie.

Jack soltó una risita incrédula.

– Me sorprende que lo preguntes. ¿Por qué iba a hacer algo así?

– No lo sé, pero como anoche estabas tan emocionado…

Sin embargo, no pretendía ofenderte. Me sorprendió verlo en las noticias tan rápido, eso es todo.

– A mí también me sorprendió -dijo Jack-. Puede que fuera Lou.

– Eso me sorprendería todavía más que si hubieras sido tú -dijo Laurie.

¿Por qué yo? -preguntó Jack que parecía ofendido.

– El año pasado contaste la historia de las infecciones.

– Era una situación completamente distinta -respondió Jack a la defensiva-. Pretendía salvar vidas.

– Bueno, no te enfades -dijo Laurie. Para cambiar de tema preguntó-: ¿Qué casos tenemos para hoy?

– No lo he mirado -admitióJack-, pero la pila es pequeña y quiero pedirte algo especiaclass="underline" si es posible, me gustaría tener el día libre para dedicarlo al papeleo o a la investigación.

Laurie se inclinó y contó las carpetas de autopsias.

– No hay inconveniente; apenas tenemos diez casos dijo-. Creo que yo me asignaré sólo uno. Ahora que hemos recuperado el cadáver de Franconi, estoy incluso más interesada por descubrir cómo desapareció de aquí. Cuanto más pienso en ello, más convencida estoy de que tuvo que hacerse con la participación de uno de nuestros empleados.

Se oyó un ruido súbito, seguido de una maldición. Laurie y Jack se volvieron para mirar a Vinnie que se había puesto de pie de un salto. Había derramado el café sobre el escritorio y su regazo.

– Cuidado con Vinnie -advirtió Jack a Laurie-. Sigue de un humor de perros.

– ¿Estás bien Vinnie? -preguntó Laurie.

– Estoy bien. -Caminó con las piernas rígidas hacia la cafetera para coger servilletas de papel.

– Estoy desconcertado -dijo Jack a Laurie-. ¿Por qué el hecho de que hayamos recuperado el cadáver de Franconi ha avivado tu curiosidad por su desaparición?

– Sobre todo por lo que descubriste durante la autopsia -respondió ella-. Al principio pensé que quien fuera que había robado el cuerpo lo había hecho como venganza, por ejemplo, para privar a la víctima de un funeral decente. Pero ahora tengo la impresión de que se llevaron el cuerpo para destruir el hígado. Es muy extraño. Antes, resolver el acertijo de la desaparición del cuerpo era una especie de reto. Ahora pienso que si podemos figurarnos cómo desapareció el cadáver, también descubriremos quién se lo llevó.

– Empiezo a entender por qué Lou dijo que se sentía como un idiota ante tu habilidad para hacer las asociaciones -dijo Jack-. En el caso de la desaparición de Franconi, siempre pensé que el "qué era más importante que el "cómo". Pero tú sugieres que ambas cosas están relacionadas.

– Exactamente -convino Laurie-. El cómo nos conducirá al quién, y el quién explicar el porqué.

– Y crees que está involucrada una persona que trabaja aquí.

– Me temo que sí. No veo cómo pueden haberse llevado el cuerpo sin la ayuda de alguien del interior. Pero todavía no tengo la más remota idea de cómo lo hicieron.

Después de la llamada a Siegfried, Raymond sucumbió finalmente a las elevadas concentraciones de sustancias hipnóticas que circulaban por su torrente sanguíneo. Durmió profundamente durante las primeras horas de la mañana. Lo despertó Darlene, que corrió las cortinas para dejar entrar la luz del sol. Eran casi las ocho; la hora en que él había pedido que lo despertara.

– ¿Te sientes mejor, cariño? -preguntó Darlene.

Le pidió a Raymond que se sentara y se inclinara para ahuecarle las almohadas.

– Sí -respondió Raymond, aunque tenía la mente nublada por los somníferos.

– Te he preparado tu desayuno favorito -dijo Darlene.

Fue hasta la cómoda, donde había dejado una bandeja de mimbre. La llevó a la cama y la colocó sobre el regazo de Raymond. Este miró la bandeja. Había zumo de naranja natural, dos lonchas de beicon, una tortilla de un huevo, una tostada y café recién hecho. A un lado estaba el periódico de la mañana.

– ¿Qué te parece? -preguntó Darlene con orgullo.

– Perfecto -contestó Raymond y se irguió para darle un beso.

– Avísame cuando quieras más café -dijo ella. Luego salió de la habitación.

Con un placer infantil, Raymond untó la tostada con mantequilla y bebió lentamente el zumo de naranja. Para él, no había nada tan maravilloso como el olor del café y del beicon por la mañana.

Tomando un bocado de beicon y de tortilla al mismo tiempo para disfrutar de la combinación de sabores, Raymond levantó el periódico, lo desplegó y leyó los titulares.

Su ahogada exclamación de horror hizo que se atragantara con la comida. Tosió con tanta fuerza que la bandeja cayó de la cama y su contenido se desparramó sobre la alfombra.

Darlene entró corriendo en la habitación y se detuvo en seco, restregándose las manos mientras Raymond se ponía como un tomate y tosía desesperadamente.

– ¡Agua! -chilló entre un acceso de tos y otro.

Darlene corrió hacia el baño y regresó con un vaso de agua. Raymond lo cogió y consiguió beber un sorbo. Los restos de beicon y tortilla trazaban ahora un arco alrededor de la cama.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó Darlene-. ¿Llamo a urgencias?

– He tragado mal -dijo él con un hilo de voz, señalándose la nuez.

Tardó cinco minutos en recuperarse. Para entonces su garganta estaba irritada y su voz ronca. Darlene ya lo había limpiado todo, salvo la mancha de café en la alfombra blanca.

– ¿Has visto el periódico? -preguntó a Darlene.

Ella negó con la cabeza, así que Raymond se lo enseñó.

– ¡Oh, Dios! -exclamó ella.

– ¡Oh, Dios! -repitió Raymond con sarcasmo-. Y tú me preguntabas por qué seguía preocupado por Franconi.

– Arrugó el periódico con furia.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Darlene.

– Supongo que tendré que volver a ver a Vinnie Dominick -dijo Raymond-. Me prometió que el cuerpo había desaparecido. ¡Vaya faena!

Sonó el teléfono y Raymond se sobresaltó.

– ¿ Quieres que conteste yo? -preguntó Darlene.

El asintió. Se preguntó quién podía llamar tan temprano.

Darlene levantó el auricular y pronunció un "hola" seguido de varios "síes". Luego pidió a su interlocutor que esperara un momento.

– Es el doctor Waller Anderson -dijo con una sonrisa-.

Quiere unirse al grupo.

Raymond suspiró. No se había dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento.

– Dile que nos alegra mucho, pero que no puedo hablar con él ahora. Lo llamaré más tarde.

Darlene obedeció y colgó el auricular.

– Al menos tenemos una buena noticia -dijo.

Raymond se restregó la frente y gruñó:

– Ojalá todo fuera tan bien como la parte económica del proyecto.

El teléfono volvió a sonar y él hizo una seña a Darlene para que respondiera. Después de saludar y escuchar durante unos instantes, la sonrisa de la joven se desvaneció. Cubrió el micrófono del teléfono con la mano y le dijo a Raymond que era Taylor Cabot.

Raymond tragó saliva, su garganta irritada se había secado. Bebió un rápido sorbo de agua y cogió el auricular.

– Hola señor -dijo con voz todavía ronca.

– Llamo desde el teléfono de mi coche -dijo Taylor-, así que no me explayaré. Me han informado que ha vuelto a plantearse un problema que yo creía resuelto. Lo que dije antes sobre ese asunto sigue en pie. Espero que lo comprenda.