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– Parece un pequeño granuloma en el hígado -dijo.

– Exacto -dijo Jack-. Es de uno de los minúsculos fragmentos de lo que quedaba del hígado de Franconi.

– Mmm… -dijo Laurie sin dejar de mirar por el microscopio-. Es extraño que hayan usado un hígado infectado para un trasplante. Deberían haber escogido mejor al donante.

¿Hay muchos granulomas como éste?

– Hasta el momento, Maureen me ha dado un solo preparado histológico del hígado -respondió Jack-. Y ése es el único granuloma que he encontrado, así que supongo que no habrá muchos. Aunque vi uno en la muestra congelada, y en ella también había pequeños quistes tabicados en la superficie del hígado que podían verse a simple vista. Los cirujanos que hicieron el trasplante tuvieron que verlos, aunque es obvio que no les importó.

– Al menos no hay inflamación general -dijo Laurie-. Lo que quiere decir que la tolerancia era buena.

– Extremadamente buena -corrigió Jack-. Demasiado buena, pero ése es otro asunto. ¿Qué opinas de lo que hay debajo del marcador?

Laurie reguló el objetivo para mirar la muestra de arriba abajo. Había pequeñas partículas de material basófilo.

– No sé. Ni me atrevo a asegurar que no sea un artificio.

– Yo tampoco. A menos que sea eso lo que estimuló el gra nuloma.

– Es probable -dijo Laurie incorporándose-. ¿Por qué has dicho que la tolerancia al trasplante era demasiado buena?

– En el laboratorio me informaron de que Franconi no tomaba fármacos inmunosupresores. Y es muy extraño, puesto que no hay inflamación general.

– ¿Estás seguro de que se trata de un trasplante? -preguntó Laurie.

– Completamente -aseguró Jack y le resumió la información que le había proporcionado Ted Lynch.

Laune estaba tan desconcertada como él.

– Aparte de dos gemelos homocigotos, no puedo imaginar a dos personas con secuencias DQ alfa idénticas.

– Al parecer, estás más informada que yo. Hasta hace un par de días, ni siquiera había oído hablar del DQ alfa.

– ¿Has conseguido averiguar dónde le hicieron el trasplante a Franconi?

– Ya me gustaría -respondió Jack y le habló de los esfuerzos infructuosos de Bart. También le contó que él mismo había pasado gran parte de la noche llamando a los bancos de órganos europeos.

– ¡Caray! -exclamó Laurie.

– Hasta le he pedido ayuda a Lou. Según la madre de Franconi, éste pasó una temporada en un balneario y volvió como nuevo. Supongo que fue entonces cuando le hicieron el trasplante. Por desgracia, la mujer no tiene idea de adónde fue. Lou va consultar a los de Inmigración para saber si salió del país.

– Si alguien puede averiguarlo, ése es Lou -aseguró Laurie.

– A propósito -dijo Jack dándose aires de superioridad-, Lou ha confesado que fue él quien filtró la noticia a la prensa.

– No puedo creerlo.

– Lo he oído de sus propios labios. Así que espero una humilde disculpa.

– De acuerdo, te pido perdón. Pero estoy atónita. ¿Te dio algún motivo?

– Dijo que querían difundir la noticia de inmediato para remover el avispero y ver si aparecían pistas nuevas. Parece que la táctica funcionó. Consiguieron un soplo, que más tarde confirmaron, según el cual el cadáver de Franconi fue robado por orden de la familia Lucia.

– ¡Dios mío! -exclamó Laurie, estremeciéndose-. Este caso comienza a parecerse demasiado al de Cerino.

– Ya, aunque esta vez se trata de un hígado en lugar de ojos.

– No pensarás que en un hospital de Estados Unidos se hacen trasplantes ilegales, ¿verdad?

– No le encuentro la lógica -repuso Jack-. Sin lugar a dudas habría mucha pasta en juego, pero está el problema de los donantes. En nuestro país hay más de siete mil personas esperando un hígado y pocas de ellas tienen el dinero suficiente para justificar la inversión.

– Ojalá estuviera tan segura como tú -replicó Laurie-. El interés económico se ha convertido en prioridad absoluta en la medicina.

– Pero para hacer fortuna con la medicina se necesita un número significativo de pacientes -dijo Jack-. Y hay pocas personas ricas que necesiten un hígado. La inversión necesaria para construir un centro quirúrgico y garantizar la clandestinidad no sería rentable, sobre todo si no cuentan con donantes. Sería una versión moderna de Burke y Hare, y aunque podría funcionar como tema de una película de serie B, en la vida real sería un negocio demasiado arriesgado e inseguro. Ningún comerciante en su sano juicio, por muy corrupto que fuera, se metería en algo así.

– Quizá tengas razón-admitió Laurie.

– Estoy convencido de que aquí se cuece algo más -afirmó Jack-. Hay demasiados detalles inexplicables, desde los absurdos resultados del DQ alfa hasta el hecho de que Franconi no estuviera tratándose con inmunosupresores. Se nos escapa algo; algo fundamental e insospechado.

– ¡Qué trabajo! -exclamó Laurie-. Te aseguro que me alegro de haberte pasado el caso a ti.

– Gracias por nada -bromeó Jack-. No cabe duda de que es un caso frustrante. Ah, para hablar de algo más agradable, anoche durante el partido de baloncesto Warren me dijo que Natalie ha estado preguntando por ti. ¿Qué te parece si este fin de semana salimos a cenar y quizá al cine? Siempre y cuando ellos no tengan otros planes, claro.

– Me encantaría -dijo Laurie-. Espero que le dijeras a Wa rren que yo también he preguntado por ellos..

– Lo hice. No pretendo cambiar de tema, pero ¿cómo te ha ido hoy? ¿Has adelantado algo en tu investigación sobre el robo del cuerpo de Franconi? El hecho de que Lou asegure que fue la familia Lucia no nos dice mucho. Necesitamos datos concretos.

– Por desgracia, no he averiguado nada nuevo -admitió Laurie-. Estuve en el foso hasta hace unos minutos. No pude hacer nada de lo que había planeado.

– Muy mal -dijo Jack con una sonrisa-. Con mi falta de progresos, confiaba en que tú hubieras hecho algún descubrimiento importante.

Después de prometerse que se llamarían por la noche para concretar los planes para el fin de semana, Laurie se dirigió a su despacho. Se sentó al escritorio con buenas intenciones y comenzó a examinar los informes de laboratorio y la correspondencia que había recibido ese mismo día sobre los casos inconclusos. Pero no conseguía concentrarse.

La confianza de Jack en que ella proporcionara una pista importante sobre el caso Franconi la hizo sentir culpable por no tener una hipótesis razonable sobre la desaparición del cadáver. Al comprobar que Jack ponía tanto empeño en la investigación, sintió la necesidad de redoblar sus propios esfuerzos.

Sacó una hoja de papel en blanco y comenzó a escribir todo lo que le había dicho Marvin. La intuición le decía que el misterioso secuestro debía de tener alguna relación con los dos cuerpos que habían salido del depósito esa misma noche. Y ahora que Lou había confirmado la participación de la familia Lucia, estaba convencida de que la funeraria Spoletto estaba involucrada en el caso.

– -

Raymond colgó el auricular y alzó la vista para mirar a Darlene, que acababa de entrar en su estudio.

– ¿Y bien? -preguntó Darlene. Llevaba el pelo rubio recogido en una cola de caballo. Había estado haciendo ejercicio en la bicicleta estática en la habitación contigua y vestía un conjunto deportivo muy sexy.

Raymond se reclinó en la silla del escritorio y suspiró. Incluso sonrió.

– Parece que las cosas mejoran. Estaba hablando con el jefe de operaciones de GenSys, Mass. El avión estará listo para mañana por la noche, de modo que me marcho a Africa. Naturalmente nos detendremos a repostar, pero todavía no sé dónde.

– ¿Puedo ir contigo? -preguntó Darlene, esperanzada.

– Me temo que no, cariño -dijo Raymond. Tendió un brazo y la cogió de la mano. Sabía que durante los dos últimos días había estado muy irritable y se sentía culpable. Tiró de ella y la obligó a sentarse en su regazo. En cuanto lo hizo se arrepintió; después de todo, Darlene era una mujer corpulenta-. Con el paciente y el equipo quirúrgico, habrá demasiada gente en el vuelo de regreso -consiguió articular aunque su cara se estaba poniendo roja.

Darlene suspiró e hizo pucheros.

– Nunca me llevas a ninguna parte.

– La próxima vez -prometió él. Le dio una palmadita en la espalda y la ayudó a ponerse de pie-. Sólo es un viaje corto, de ida y vuelta. No será divertido.

Ella rompió a llorar súbitamente y salió de la habitación.

Raymond consideró la posibilidad de seguirla para consolarla, pero al ver el reloj sobre su escritorio cambió de idea. Eran más de las tres y, por lo tanto, más de las nueve en Cogo. Era la hora más conveniente para hablar con Siegfried.

Raymond llamó a casa del director. El ama de llaves le pasó con Siegfried.

– ¿Las cosas siguen bien? -preguntó con expectación.