Cicerón masticó la punta de un espárrago y asintió con la cabeza.
– Nadie ha sido nunca más aficionado a las trampas políticas que César.
Domicio quedó repentinamente en silencio. Vi que sus labios se movían, enfrascados en algún debate o censura interior, y me pregunté qué estaría ensayando: ¿la decisión de quedarse en Corfinio? ¿La traición de sus hombres? ¿El suicidio frustrado?
– Pero si dejaste a César para unirte a Pompeyo, ¿por qué no estás con él? -preguntó el joven Marco con toda inocencia-. Has ido en la dirección contraria. -Vi que su padre hacía una mueca.
– ¿Unirme a Pompeyo? ¿Por qué iba a hacer eso? -dijo Domicio-. Sin hombres que mandar, ¿para qué serviría? Pompeyo es capaz de valerse por sí mismo.
– ¿Tiene Pompeyo la intención de resistir en Brindisi? -preguntó Marco-. ¿O cruzará el Adriático?
Domicio emitió una risa irónica.
– Eso es lo que todos los romanos querrían saber, hijo. Me temo que el Magno no tiene la costumbre de contar su estrategia secreta a este humilde servidor. Pero pronto lo sabremos. César se mueve a tal velocidad que llegará a Brindisi en unos días. Entonces Pompeyo verá contra qué se enfrenta… ¡y sin mí para ayudarlo! El muy imbécil debería haberse unido a mí en Corfinio. ¡Era el lugar ideal para resistir!
Cicerón se agitó, inquieto.
– A todos nos ha confundido que Pompeyo demostrara esa falta de…
– Piensa dirigirse al este, desde luego -dijo Domicio de repente-. Seguro que lo tiene planeado desde el principio. Bueno, que se vaya. Si puede tender una trampa a César en Grecia o en Asia, mejor para él. En cuanto a mí, pienso ir a las Galias y cumplir con mi obligación con el Senado. Gobernador de las Galias me nombraron y gobernador seré.
– Si vas por tierra, ¿no tropezarás con tropas leales a César? -preguntó Marco.
– Procuraré ir en barco, si consigo alquilar alguno, e ir directamente hasta Masilia. Los masilienses no son como los demás galos. La ciudad fue fundada por los griegos hace cientos de años. Son gente distinguida, no bárbaros como sus vecinos.
– ¿Y te recibirán bien? -pregunté.
– Claro que sí. Han pactado con el Senado, no con César. ¡Los masilienses conocen a César! Han tenido que contender con él durante todos estos años en que ha sido gobernador ilegítimo. Han visto de cerca cómo es… un arribista fanfarrón, pomposo y superficial que se cubre de gloria cada vez que conquista como puede una tribu de palurdos desdentados.
Me aclaré la garganta.
– Precisamente hoy he estado leyendo sus comentarios a las guerras de las Galias. No puedes negar su…
– ¿Su qué? ¿Su talento militar? -me interrumpió ¡Pues sí, puedo negarlo y lo niego! Ese libro es basura, autoglorificación nauseabunda de principio a fin, propaganda que finge ser historia. El muy pretencioso habla de sí mismo en tercera persona, pero ¿alguna vez has visto un libro tan lleno de vanidad? Ni una sola palabra sobre los grandes hombres que llegaron antes que él, que se instalaron en la costa del sur v construyeron los caminos que le permitieron transitar, ni un solo recuerdo para los senadores que aceptaron a regañadientes la prolongación de su mandato. ¡Si parece que ganó la provincia a Vercingetórix jugando a los dados! Te digo una cosa: cualquier jefe militar competente, con los mismos recursos y las ventajas que el Senado dio a César, habría conseguido lo mismo, y probablemente en menos tiempo.
Esto era excesivo incluso para Cicerón.
– Creo, Lucio, que debemos reconocer a César lo que se merece. Al menos en el terreno militar…
– ¡Por favor, Marco Tulio! -dijo Domicio con voz burlona-. ¡No pretenderás que te dé la razón en asuntos militares! Cicerón lo miró con cara de pocos amigos.
– Aun así…
Volví a carraspear.
– Me has malinterpretado, Domicio. No iba a decir que es imposible negar que César tenga talento militar. Iba a decir que no puedes negarle talento literario.
– ¡Cómo! ¡Puedo negarlo y lo niego! -exclamó Domicio-. Su estilo es horrible, es un aprendiz. Su prosa no tiene adornos ni carácter. ¡Es tan hueca como su cabeza! Dicen que dicta a caballo. Viendo los resoplidos que publica, lo creo.
Cicerón sonrió.
– Algunos creen que la prosa de César, lejos de carecer de ornato, es elegante. Y hay que perdonar a nuestro amigo Gordiano si tiene prejuicios en ese particular. Sean cuales sean las virtudes de la prosa de César, parte del mérito es de su hijo.
Domicio me miró sin comprender.
– No te entiendo. Cicerón.
– Metón, el hijo adoptivo de Gordiano, es casi famoso por los servicios de corrector que presta a César. Algunos dicen que es tan importante para César como Tirón lo ha sido para mí.
En los ojos de Domicio se hizo la luz. Esbozó una sonrisa.
– Ya entiendo. Tú eres ese Gordiano del que hablan… Desde luego que lo entiendo. -Su sonrisa se volvió babosa-. Pero oye, Cicerón, no estarás sugiriendo que Tirón te prestaba los servicios que el tal Metón, según dicen, presta en privado a su amado caudillo, ¿verdad?
Terencia lanzó un bufido y el joven Marco una breve carcajada. Tulia contuvo la respiración y me miró con simpatía. Cicerón enrojeció como un tomate.
¿Es que todos los romanos habían oído y creído los rumores sobre César y mi hijo? Mientras apretaba los dientes y meditaba la réplica que iba a dar a Domicio, éste cambió de tema.
– Muy bien, aunque sólo sea por la paz de la charla, concederé que César es el genio militar que su propia prosa nos hace creer, gracias a un fanático amanuense. En ese caso, ¿qué pasará con Pompeyo? ¿Sabes? Casi deseo que César cerque a Pompeyo en Brindisi. Que despoje al Magno de sus legiones y le deje el puñado de esclavos que me dejó a mí. Pompeyo podría suicidarse. Después de todos sus errores, sería la única solución honorable. ¿Y dónde estaríamos entonces? -Enlazó los dedos bajo la barbilla y se mesó la barba roja-. El Senado necesitará otro caudillo… un salvador de occidente, no de oriente. El hombre indicado podría traer las tropas hispanas de Pompeyo y levantar a los galos contra su presunto rey. Masilia sería el lugar ideal para poner en práctica un plan así, ¿no creéis? Sí, poner en pie de guerra Hispania y las Galias, marchar directamente sobre Italia… otro paso del Rubicón, otra invasión de hombres armados, no para invalidar la Constitución y el Senado, sino para restaurarlos. ¡Con los recursos necesarios, el hombre ideal podría hacer correr a ese sinvergüenza de César! -Inesperadamente, entró en otra fase meditabunda y se quedó mirando al vacío.
– ¿Y qué hago yo mientras tanto con mi triunfo? -inquirió Cicerón-. Eso sí que es un dilema.
– ¿Tu triunfo? -dije, confundido por el brusco cambio de conversación.
– Sí, el desfile público que me deben por mis victoriosas campañas militares en Cilicia. En circunstancias normales, el Senado tendría preparado el triunfo a mi vuelta. ¡Cruzaría las puertas de la ciudad en carro con las trompetas sonando! ¿Qué sentido tiene ser gobernador de una provincia si al final no hay desfile público? Claro que éste no es un año normal. Por ello estaba decidido a renunciar al triunfo, dada la crisis actual. Peroahora… bueno, tendré que celebrarlo tarde o temprano. No puedo posponerlo eternamente. Pero ¿y si César echa a Pompeyo de Italia e invade Roma? Si celebro mi triunfa mientras César tiene el mando de la ciudad, puede que crean que respaldo su tiranía. Supongo que lo mejor es no volver a Roma mientras César esté allí. Tendré que decir que me niego a ocupar mi escaño en el Senado… -Se interrumpió para beber un sorbo de vino.
– Es lamentable que hayas aplazado el triunfo y que quizá ya no puedas celebrarlo -dijo Terencia-. Pero ¿y el día que tu hijo tenga que ponerse la toga viril? Marco cumple los dieciséis este año. Las familias linajudas celebran la mayoría de edad de sus hijos durante la festividad de los Liberalia, poco después de los idus de marzo. ¿Estaremos en Roma ese día para celebrar la de Marco o no?