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– Puedo entender que lo echaras de menos -dijo-. Pero, de todos modos, no me referiría únicamente a las orejas. Lo que quiero decir es si crees que todo esto tiene sentido. Nos han chantajeado y se han salido con la suya. ¿Crees que la matrícula nos llevará a alguna parte?

– No. Creo que son lo suficientemente listos como para haber usado un coche robado.

– Eso es lo que yo creo también. Antes no he querido decir nada porque me apetecía sentir algo por lo que alegrarme y también porque no quería desilusionar a Billie, pero después de la que han montado, con los disfraces, haciéndonos dar vueltas antes de mandarnos al sitio en concreto, no creo que fueran a pillarse los dedos con el número de una matrícula.

– A veces ocurre.

– Supongo. A lo mejor nos viene mejor que hayan robado un coche.

– ¿Por qué lo dices?

– A lo mejor los pillan por eso, a lo mejor un patrullero con ojos de lince ve el coche y lo relaciona con uno que esté en esa hoja de los coches birlados. ¿Es así cómo la llamáis?

– La lista de los coches birlados. Pero para que un coche entre en esa lista, tiene que pasar un tiempo.

– A lo mejor lo tenían planeado desde hace tiempo. A lo mejor han robado el coche hace una semana. ¿Por qué otra cosa los podrían fichar? ¿Por profanar una iglesia?

– ¡Oh, joder! -dije yo.

– ¿Qué pasa?

– La iglesia.

– ¿Qué pasa con la iglesia?

– Para el coche, Skip.

– ¿Por?

– Que pares un minuto, ¿vale?

– ¿Lo dices en serio? -Me miró-. Lo dices en serio -dijo y se detuvo junto al bordillo.

Cerré los ojos, intentaba centrarme.

– La iglesia -dije-. ¿Qué clase de iglesia era? ¿Te has fijado por casualidad?

– Para mí todas son iguales. Era, no sé, de ladrillo, de piedra. ¿Qué cojones importa?

– Lo que quiero saber es si era protestante o católica.

– ¿Y cómo voy a saber yo eso?

– Había un letrero en la entrada. Estaba acristalado y tenía letras blancas sobre un fondo negro. Ahí te pone los horarios de las misas y de qué van a tratar los sermones.

– Siempre tratan de lo mismo. Tienes que imaginarte todas las cosas que te gustaría hacer, pero que no vas a hacer.

Podía cerrar los ojos y ver esa maldita cosa, pero no podía visualizar las palabras.

– ¿No te fijaste?

– Tenía otras cosas en las que pensar, Matt. ¿Pero qué coño importa?

– ¿Era católica?

– Que no lo sé. ¿Es que tienes algo a favor o en contra de los católicos? ¿Las monjas te pegaban con una regla cuando eras pequeño? «Conque pensamientos impuros… ¡zas! Toma eso, pequeño cabroncete.» ¿Vas a tardar mucho, Matt? -Cerré los ojos, estaba lidiando una batalla con mi memoria, y no le respondí-. Porque hay una tienda de licores ahí enfrente y por mucho que odie gastarme dinero en Brooklyn, creo que voy a ir, ¿vale?

– Claro.

– Puedes imaginarte que es vino del altar -dijo.

Volvió con una botella de medio litro de Teacher's en una bolsa marrón. Rompió el precinto y destapó la botella sin sacarla de la bolsa, dio un trago y me la pasó. La tuve un rato en la mano y finalmente bebí.

– Ya podemos irnos -dije.

– ¿Ir adónde?

– A casa. Volvemos a Manhattan.

– No tenemos que volver ya, ¿quieres que esperemos a que reces una novena o algo?

– La iglesia debía de ser luterana o algo así.

– ¿Y eso significa que podemos volver a Manhattan?

– Eso es.

Arrancó el motor y se incorporó al tráfico. Estiró la mano, le di la botella, bebió y me la devolvió.

Dijo:

– No quiero entrometerme, detective Scudder, pero…

– ¿Pero a qué ha venido todo eso?

– Eso es.

– Me da vergüenza decirlo -dije-. Es algo que me dijo Tillary hace unos días. Ni siquiera sé si es verdad, pero se supone que se trataba de una iglesia en Bensonhurst.

– ¿Una iglesia católica?

– Supongo que sí -le dije y le conté la historia que me había contado Tommy, la de los dos chavales que habían robado en la iglesia de la madre de un capo de la mafia y lo que se suponía que les habían hecho después para vengarse.

Skip dijo:

– ¿En serio? ¿Eso ha pasado de verdad?

– No lo sé. Y Tommy tampoco lo sabe. Es una historia que se cuenta por ahí.

– Colgados de unos ganchos de carnicería y despellejados vivos… ¡Joder!

– Se ve que a Tutto le atraía eso. Lo llaman Dom, el Carnicero. Creo que está interesado en el comercio de la carne al por mayor.

– ¡Jesús! Si la de antes es su iglesia…

– La de su madre.

– Me da igual. ¿Es que vas a seguir agarrando la botella hasta que el cristal se derrita?

– Perdona.

– Si la de antes es su iglesia, o la de su madre, o lo que sea…

– No me gustaría que se enterara de que nosotros estábamos allí cuando se produjeron los disparos. No es que sea lo mismo que robar dentro de la iglesia, pero aun así podría tomárselo como algo personal. ¿Quién sabe cómo podría reaccionar?

– ¡Dios!

– Pero está claro que era una iglesia protestante y que su madre iría a una católica. Y aunque fuera católica, seguro que hay otras cuatro o cinco iglesias católicas más en Bensonhurst. O tal vez más, no lo sé.

– Algún día tenemos que contarlas. -Le dio una calada a su cigarrillo, tosió y lo tiró por la ventanilla-. ¿Por qué alguien haría algo así?

– Te refieres a…

– A colgar a dos chavales y a despellejarlos. A eso me refiero. ¿Cómo puede alguien hacer algo así? ¿A dos chicos que lo único que han hecho ha sido robar alguna que otra mierda de una iglesia?

– No lo sé -dije-. Pero creo que sé por qué lo hizo Tutto.

– ¿Por qué?

– Porque quería darles una lección.

Él meditó sobre lo que había dicho.

– Bueno, pues me apuesto lo que sea a que funcionó -dijo-. Seguro que esos pequeños cabrones no vuelven a robar en otra iglesia.

18

Para cuando volvimos a casa, la botella de medio litro de Teacher's estaba vacía. Yo no había bebido mucho. Skip no había dejado de beber y al final la había tirado vacía al asiento trasero. Creo que tiraba las botellas por la ventanilla solo cuando estaba al otro lado del río.

No habíamos hablado mucho desde nuestra conversación sobre Dom, el Carnicero. El alcohol ya estaba empezando a hacerle efecto y se reflejaba en su forma de conducir. Se saltó algún que otro semáforo y tomó una curva demasiado deprisa, pero no chocamos con nada ni con nadie. Tampoco nos paró la policía de tráfico. Aquel año en Nueva York no te citaban por haber cometido una infracción a menos que hicieras algo muy grave como, por ejemplo, atropellar a una monja.

Cuando habíamos aparcado delante del Miss Kitty's, él se echó hacia delante y apoyó los codos en el volante.

– Bueno, el garito sigue abierto -dijo-. Encontré a un chaval para que trabajara esta noche, seguro que me ha birlado tanto como hicieron los chicos de Bensonhurst. Vamos dentro, quiero esconder los libros.

En su despacho sugerí que guardara los libros en la caja fuerte. Él me miró y marcó la combinación.

– Los dejo aquí por esta noche -dijo-. Mañana toda esta mierda irá directa a dos incineradores distintos. Nada de libros que registren los datos reales del negocio. Lo único que consigues con eso es exponerte demasiado.

Metió los libros en la caja fuerte y comenzó a cerrar la enorme puerta. Le puse la mano sobre su brazo para detenerlo.

– A lo mejor también deberías meter esto -dije, y le di la 45.

– Olvídate de eso -dijo él-. No la voy a guardar en la caja fuerte. No se le puede decir a un atracador: «Por favor, discúlpame un minuto. Quiero ir a sacar la pistola de la caja fuerte para volarte la cabeza». La guardamos detrás de la barra. -Me la quitó y se quedó pensando en la forma menos sospechosa de llevarla encima. Había una bolsa de papel blanco sobre el escritorio, manchada de los vasos de café y de los sándwiches que había contenido, y Skip metió la pistola dentro.