– Supongo. Yo no sabría por dónde empezar.
– Empiezas por cualquier parte. Y haces cualquier cosa que se te ocurre.
– ¿Y descubres cosas?
– Algunas.
– ¿Cómo cuáles? Bueno, no importa, no quiero meter las narices en tu investigación. Pero, ¿has descubierto algo?
– Puede. Hasta que pasa un tiempo no sabes si lo que has encontrado es útil o no. Podríamos decir que todo lo que averiguas es útil. Por ejemplo, el hecho de saber que el coche fue robado me dice algo, aunque no me diga quiénes eran los que lo conducían.
– Al menos así puedes descartar al propietario. Ahora sabes qué persona, de entre ocho millones, no podría haberlo hecho. ¿Quién era el propietario? ¿Una ancianita que conduce solamente para ir al bingo?
– No lo sé, pero se lo llevaron de Ocean Parkway, no muy lejos del bar con el letrero de la almeja al que nos mandaron primero.
– ¿Quieres decir que viven en Brooklyn?
– O que condujeron hasta allí en su propio coche, lo aparcaron y robaron el primero que vieron. O que fueron en metro o en taxi. O…
– Vamos, que no sabemos mucho.
– Todavía no.
Se echó hacia atrás con las manos detrás de la cabeza.
– A Bobby lo han llamado para ese anuncio -dijo-. El del árbitro de baloncesto en un partido contra los prejuicios. Tiene que ir mañana. Ahora la cosa está entre él y cuatro tíos más, así que quieren volver a verlos a todos.
– Eso es bueno.
– ¿Cómo puedes saberlo? En esa profesión tienes que dejarte el culo y pelear en una prueba para poder salir por la tele veinte segundos. ¿Sabes cuántos actores se necesitan para cambiar una bombilla? Nueve. Uno para subir y cambiarla y otros ocho para quedarse alrededor de la escalera y decir: «¡Yo debería estar ahí arriba!».
– No es malo.
– Bueno, ese chiste me lo contó el actor. -Cogió su copa y se recostó en la silla-. Matt, lo de anoche fue todo tan raro. Fue una noche jodidamente rara.
– En el sótano de la iglesia.
Él asintió.
– Con esos disfraces que llevaban… Lo que necesitaban eran unas gafas, unas narices y unos bigotes de Groucho, esos que llevan los niños. Porque era eso lo que parecían; las pelucas y las barbas ni siquiera parecían de verdad y tampoco eran graciosas. La pistola les quitaba toda la gracia.
– ¿Por qué se disfrazarían?
– Para que no los reconociéramos. ¿Por qué crees que se disfraza la gente?
– ¿Los habrías reconocido?
– No sé, no pude verlos sin los disfraces. Pero ¿quiénes somos? ¿Abbott y Costello?
– No creo que ellos nos reconocieran -dije-. Cuando entré en el sótano, uno de ellos dijo tu nombre. Estaba oscuro, pero a ellos les había dado tiempo a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Tú y yo no nos parecemos.
– Yo soy el guapo. -Le dio una calada a su cigarrillo y soltó una gran nube de humo-. ¿Adónde quieres llegar?
– No sé. Es que me pregunto por qué se molestarían en llevar disfraces si de todos modos no los conocíamos.
– Para que luego no nos fuera fácil encontrarlos, supongo.
– Supongo. Pero, ¿por qué pensaron que íbamos a molestarnos en buscarlos? No hay mucho que podamos hacerles. Hicimos un trato, intercambiamos dinero por tus libros. Por cierto, ¿qué has hecho con los libros?
– Los he quemado, como te dije. ¿Y qué quieres decir con eso de que no podemos hacerles mucho? Podríamos asesinarlos mientras duermen.
– Claro.
– Podríamos encontrar la iglesia, cagarnos en el altar y luego decirle a Dominic Tutto que lo han hecho ellos.
Ahora que lo pienso, esa idea tiene cierto encanto. Podríamos concertarles una cita con «el Carnicero». A lo mejor llevaron disfraces por la misma razón por la que robaron el coche. Porque son profesionales.
– ¿Te resultan familiares, Skip?
– ¿Quieres decir sin tener en cuenta las barbas ni las pelucas ni toda esa mierda? Las voces no las reconocí.
– No.
– Había algo en ellos que me resultaba familiar, pero no sé que era. Tal vez la forma que tenían de moverse. Eso es.
– Creo que sé lo que quieres decir.
– Se movían de una manera muy ligera. -Se rió-. Vamos a llamarlos, a ver si quieren ir a bailar.
Mi vaso estaba vacío. Me eché un poco de burbon, me recosté en la silla y me lo bebí despacio. Skip apagó su cigarrillo dentro de una taza de café y, ¡cómo no!, me dijo que jamás quería verme haciendo eso. Le aseguré que no me vería. Encendió otro cigarrillo y nos quedamos allí sentados en el agradable silencio.
Después de un rato, él dijo:
– Explícame algo y olvídate de lo de los disfraces. Dime por qué dispararon a la luz.
– Para cubrir la salida. Para darles ventaja.
– ¿Crees que pensaban que saldríamos corriendo tras ellos en estampida? ¿Que perseguiríamos a unos hombres armados por patios traseros y carreteras?
– A lo mejor querían hacerlo a oscuras, pensaban que así lo tendrían más fácil. -Me quedé pensativo-. Pero habría bastado con que uno hubiera dado un paso y hubiera apagado el interruptor. ¿Sabes qué es lo peor de los disparos?
– Sí, que me acojonan.
– Que atrajeron a la pasma. Una cosa que sabe todo profesional es que no se hace nada que atraiga a la policía. No, si puedes evitarlo.
– A lo mejor se figuraron que merecía la pena. Era como una manera de avisarnos: «No intentéis devolvérnosla».
– A lo mejor.
– O querían darle dramatismo a la cosa.
– A lo mejor.
– Y bien sabe Dios que lo consiguieron. Cuando la pistola me estaba apuntando creí que me iba a disparar. De verdad. Luego, cuando disparó al techo, no sabía si iba a cagarme en los pantalones o si iba a quedarme ciego. ¿Qué pasa?
– Oh, por el amor de Dios -dije.
– ¿Qué?
– Te apuntó con la pistola y luego disparó dos veces al techo.
– ¿Se supone que eso lo hemos pasado por alto? ¿De qué crees que hemos estado hablando?
Levanté la mano.
– Piensa un minuto -dije-. Había estado pensado que dispararía a las luces, por eso se me pasó.
– ¿Se te pasó el qué? Matt, no…
– ¿Dónde has estado últimamente y alguien apuntó a otro con una pistola, pero no lo disparó? ¿Y luego pegó dos disparos al techo?
– ¡Por Dios!
– ¿Y?
– La madre que me parió. Frank y Jesse.
– ¿Tú qué crees?
– No sé qué creer. Es una locura. No parecían irlandeses.
– ¿Y cómo sabemos que los del Morrissey's eran irlandeses?
– No lo sabemos. Supongo que lo di por hecho. Esos pañuelos cubriéndoles la cara y encima se llevaron el dinero para la ayuda al norte y todo hacía pensar que estaba relacionado con algún asunto político. ¿Sabes? Tenían esa misma forma de moverse, muy ligeros. Eran muy precisos en sus movimientos, no daban un paso en falso y en aquel robo parecían que estuvieran haciendo una coreografía.
– Tal vez son bailarines.
– Sí -dijo él-. El balé de los forajidos del 75. Aún intento asimilar todo esto. Dos payasos camuflados con pañuelos rojos atracan a los hermanos Morrissey por cincuenta de los grandes y luego nos sacan a Kasabian y a mí… ¡hey! Es la misma cantidad. Parece que se repite el mismo patrón.
– No sabemos cuánto perdieron los Morrissey.
– No, y ellos no sabían cuánto iba a haber en la caja fuerte, pero un patrón es un patrón. ¿Y sus orejas? Hiciste unos dibujos de sus orejas. ¿Son las orejas de Frank y Jesse? -Empezó a reírse-. No puedo creer lo que estoy diciendo. «¿Son las orejas de Frank y Jesse?» Suena como una frase traducida de otra lengua. Bueno, ¿lo son?
– Skip, yo no me fijé en sus orejas.
– Creía que vosotros los detectives nunca dejabais de trabajar.