Pero entonces, ¿realmente estaba tan seguro de sí mismo?
¿El buen hijo sentado junto a su madre era el mismo hombre que el tipo montado en el dólar que bebía con su pequeña secretaria en el Golden Time Rolling Backward?
– ¿Es usted el inspector jefe Chen? -preguntó una enfermera joven asomando la cabeza por la puerta-. Alguien le está esperando abajo.
Chen caminó a zancadas largas. No esperaba ver al secretario del Partido Li en el vestíbulo. Sostenía un ramo enorme de flores, un fuerte contraste con la imagen común y seria de un superior del Partido. Llevaba puesta una chaqueta estilo Mao abotonada hasta el cuello. En la entrada había aparcado un coche oficial marca Mercedes.
– Me han dicho que su madre sigue dormida -dijo Li-, así que creo que sólo hablaré un poco con usted aquí. Debo asistir a una reunión con el Gobierno municipal esta mañana.
– Gracias, secretario del Partido Li. Pero usted está muy ocupado, no debería haberse molestado en venir.
– No. Debería haber venido antes. Es una anciana encantadora. He hablado con ella un par de veces, ¿sabe? -confesó Li-. También quiero agradecerle en nombre del departamento policial de Shanghai su estupenda labor.
– El detective Yu hizo el trabajo. Yo sólo le ayudé un poco.
– No hace falta que sea modesto, inspector jefe Chen. Ha sido un trabajo excelente. Sin implicaciones políticas. Sencillamente maravilloso. Eso es lo que comunicaremos en la conferencia de prensa. El móvil del crimen fue una disputa sobre dinero entre Yin y un pariente. Nada que ver con la política.
– Sí, nada que ver con la política -repitió Chen mecánicamente.
– De hecho, ya hemos tenido algunas reacciones positivas. Un reportero del diario Wenhui dijo que Yin no debería haber sido tan tacaña con el sobrino-nieto de Yang. Y un periodista de Liberation opinó que Yin realmente era una mujer astuta, demasiado calculadora por su propio bien…
– Pero todavía no ha tenido lugar la conferencia de prensa, ¿verdad?
– Bueno, estos periodistas han debido de enterarse de nuestras conclusiones de una manera u otra. Lo que digan quizás no favorezca a la reputación póstuma de Yin, pero no creo que eso sea asunto nuestro.
– «¿Quién puede controlar las historias, las historias después de una vida? / El pueblo entero recibe con entusiasmo el cuento romántico del General Cai». Claro que la historia de Yin no fue tan romántica.
– Ha vuelto a la poesía, camarada inspector jefe Chen -dijo Li-. Por cierto, no tenemos que mencionar el manuscrito de la novela de Yang. No debemos. Seguridad Nacional ha insistido en ello. Al partido no le conviene en absoluto.
Chen se dio cuenta de que esa era la verdadera razón de la visita del secretario del Partido Li. Li estaría a cargo de la conferencia de prensa, y debía asegurarse de lo que los agentes asignados en el caso dirían, y de lo que no dirían.
Después de que Li se marchara, Chen vio pétalos de flores en el suelo. Al igual que a Nube Blanca, Chen no quería juzgar a Yin. A pesar de la declaración de Bao a favor de su autodefensa o de los comentarios de los reporteros desde un punto de vista periodístico, Chen escogió ver a Yin como una mujer llena de complejidades.
Era cierto que Yin poseía un interés económico en la publicación de la colección poética de Yang. Sin embargo, para ser justos, había trabajado mucho en ella como editora. Una labor de amor, hecha en memoria de Yang. Aún así, habría ganado más dinero dando clases privadas, como hacían muchos profesores de inglés en la década de los noventa. A fin de cuentas, ella también tenía que sobrevivir en una sociedad cada vez más materialista.
También era cierto que Yin guardaba el manuscrito de la novela de Yang en secreto y que no tenía la intención de compartirlo con Bao, cuya opinión era que él debería haber sido el heredero legítimo.
Pero, ¿qué era lo legal en una situación así?
En la época de la Revolución Cultural, se habrían negado a entregar un trozo de papel denominado certificado de matrimonio a la pareja de enamorados.
¿Qué habría sucedido con el manuscrito si Yin se lo hubiera entregado a Bao? Chen no tenía la más remota idea de su contenido ni de su valor. Bao habría intentado ganar algo de dinero vendiéndolo a alguna editorial que estuviera interesada, pero quizás nunca lo hubiera conseguido. Seguridad Nacional habría acabado confiscando el manuscrito. Así que el hecho de que Yin hubiera ocultado su existencia, tanto a Bao como a todo el mundo, estaba justificado. Según Chen, Yin seguramente esperó el momento oportuno; más tarde, durante su visita a Hong Kong, contactó con una agencia literaria, llegaron a un acuerdo, y decidió llevar el manuscrito con ella cuando viajase a Estados Unidos como profesora extranjera.
Eso también explicaría que alquilase los servicios de una caja de seguridad por aquella época. Debió de pensar en la caja como una especie de camuflaje. Debía tener cuidado. Seguridad Nacional podría haber oído rumores sobre su viaje a Hong Kong.
En cuanto al adelanto de la editorial americana -por la novela de Yang- a modo de apoyo económico en el affidávit, Chen no consideraba que hubiese nada deshonesto en ello. Cuando la novela se publicara en Estados Unidos, los problemas políticos en China seguramente asfixiarían a Yin. De modo que no le quedaba más alternativa que marchar a Estados Unidos durante la publicación de la novela. Para ella, eso debía de ser lo más importante.
Y Chen también se mostró más que dispuesto a pasar por alto el «plagio» cometido por Yin. Si publicar el libro de Yang le resultaba imposible, al menos conseguiría que los lectores pudieran acceder a parte de su obra. Y seguramente se consideraba a sí misma parte de Yang, igual que en el célebre poema Tú y yo, citado en Muerte de un Profesor Chino. No había razón para distinguir a ambos cuando los dos se habían convertido en sólo uno.
Por supuesto, el caso podía tener más implicaciones, muchas más de las que Chen jamás llegara a saber, o que jamás quisiera saber. Lo que Chen había escogido pensar era, quizás, sólo una versión de la historia, una perspectiva. Tal vez, como dice el proverbio, «Cuando el agua es demasiado clara, no hay peces en ella»; mientras las cosas no estuviesen demasiado turbias, no dependía de él investigarlas.
Por el momento, Chen escogería creer que se trataba de una historia de amor trágica, una historia que alumbró los momentos más oscuros en las vidas de Yin y de Yang. Después de la muerte de Yang, Yin había intentado por todos los medios continuar viviendo esa historia, a través de sus libros y también de los libros de él, pero finalmente no tuvo éxito.
Chen extrajo una fotocopia del bolsillo, un poema que, por alguna razón, no había sido incluido en la colección poética de Yang. El poema se titulaba Hamlet en China-.
«Un susurro en las sinapsis me hace correr
hacia el escenario, hacia un mar de rostros
ahogándose en la oscuridad, y aferrándose
a un hilo de significado, en mi trampolín
hacia la luz. Un papel, como
todos los demás, a llevar a cabo en la
[in] diferencia, loco o no
loco. Un camello, una comadreja, y una ballena,
que construir y que deconstruir,
cuando la realidad es el significante
en cambio constante. ¿ Cuál es el significado? Una entrada
del diccionario que me define con una espada
acabando con una rata o con un sonido parecido al de una rata.
Oh, padre, sea lo que sea, dímelo.»