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Y la segunda posibilidad consistía en que Yin hubiera sido asesinada por uno de los residentes de la casa shikumen. Si así fuera, las puertas, al igual que las rejas de la calle, no significaban ningún problema para el asesino. Una vez dentro, el criminal simplemente siguió a Yin hasta su habitación. Siempre y cuando nadie le viera entrar en la habitación de Yin, no sospecharían de él. Esta hipótesis estrechaba el cerco sobre los sospechosos. Yu debía centrarse sólo en quienes vivían en la casa.

– He hecho una lista de posibles sospechosos dentro del edificio -le susurró Oíd Liang al oído-. Y también he empezado a recoger sus huellas dactilares.

Estudiaré la lista -repuso Yu, mirando el reloj cuando la reunión tocaba a su fin-. Gracias, Oíd Liang. Mañana empezaremos a interrogar a la gente.

Si el delincuente vivía en la casa shikumen, Yu debía encontrar un móvil para el crimen. Oíd Liang había insinuado la poca relación entre Yin y sus vecinos, pero eso no parecía suficiente para cometer un asesinato. ¿Cuál sería la causa para que una mujer fuera asesinada por uno de sus compañeros de piso?

Cuando la reunión con el comité de vecinos concluyó, el detective Yu decidió volver andando a la comisaría. Era un paseo largo. Tardaría unos cuarenta y cinco minutos, y mientras tanto quería reflexionar sobre el caso. No tenía prisa por actuar. Antes de centrarse en los residentes del edificio quería descartar otras posibilidades.

Se detuvo cuando vio un teléfono público cerca de una tienda de libros en idioma extranjero. Entró en la cabina y realizó una llamada a la editorial Literatura de Shanghai. Quería averiguar cuánto dinero había ganado Yin con la publicación de su novela. Después de diez minutos intentando localizar al editor del libro, y tras haber agotado prácticamente el cambio que llevaba en los bolsillos, Yu pudo hablar por fin con Wei, editor de Muerte de un Profesor Chino.

– Corrí un gran riesgo aceptando el manuscrito; podríamos haber perdido dinero con su publicación. Por aquel entonces, nadie esperaba que el libro llegara a ser tan controvertido. Yin ganó unos tres mil yuanes -explicó Wei.

No era una gran suma, ni siquiera años atrás. En la actualidad, un vendedor ambulante de rollitos chinos hubiese ganado esa cifra en un par de meses.

Wei no sabía el importe exacto que había ganado Yin por la traducción inglesa, pero, según la información que tenía, tampoco fue demasiado. La novela había atraído el interés de sinólogos, pero no el de la gente corriente.

– Además -explicó Wei-, a principios de los ochenta, China no había entrado a formar parte del acuerdo internacional de la propiedad intelectual. La editorial americana sólo le pagó a Yin una tarifa única y reducida.

Pero Yu recordó aquellas cartas en las que figuraban direcciones en inglés, cuyas fechas eran mucho más recientes.

Marcó el número de teléfono del inspector jefe Chen.

CAPÍTULO 5

Chen miró por la ventana el complejo de apartamentos grises y aburridos a la luz matutina, y a continuación bajó la mirada hacia la carpeta que había en el escritorio, con la propuesta del Nuevo Mundo. Comenzó a mecanografiar en una máquina de escribir eléctrica. El proyecto era ambicioso. El documento no era fácil de traducir, ya que contenía numerosos términos del campo de la arquitectura intercalados por todo el texto. Chen había traducido algunos textos técnicos por dinero, aunque ninguno de ellos había sido tan lucrativo como éste. Normalmente, le llevaba horas familiarizarse con los tecnicismos relevantes antes de comenzar a traducir.

Chen había conseguido un permiso de dos semanas en el Departamento Policial de Shanghai. El secretario del Partido Li estuvo de acuerdo, aunque a regañadientes. El superior de Chen le había prometido hacía bastante tiempo unas vacaciones, pero por una razón u otra, esas vacaciones nunca llegaban. Li no estaba en posición de decir no a Chen, a pesar de la urgencia del caso Yin.

Chen no mencionó la traducción cuando solicitó el permiso. También tenía otras razones por las que necesitaba algún tiempo libre. Le había disgustado bastante el modo en que había concluido un caso reciente. Él había hecho todo lo posible como agente de policía, pero todos sus esfuerzos, pese a ser «por el bien del Partido», parecían haber arrastrado a la miseria a una pobre mujer. El ministro de Seguridad Pública Huang le llamó por teléfono desde muy lejos, elogiando su «excelente trabajo bajo la dirección del ministerio», y le animó a «acercarse a pasos agigantados hacia un puesto destacado en las nuevas fuerzas policiales de China». Al secretario del Partido Li no le gustaron las alabanzas hacia su protegido. La llamada del ministro Huang a Chen, en lugar de a Li, podría significar algo. Li pronto leyó el mensaje entre líneas. El ascenso precipitado de Chen -a costa de Li- era inaceptable. Empezó a generarse tensión entre ambos hombres.

Había otras cosas en la oficina que irritaban a Chen. Montañas de reuniones políticas y mares de documentos del Partido. Varios agentes, incluido uno que formaba parte de su brigada para casos especiales, habían sido suspendidos a causa de su participación en un caso de contrabando. Una vieja célula del Partido había vuelto a criticar la actividad poética de Chen. Resultaba irónico, ya que su inspiración literaria casi había desaparecido durante los últimos meses. No tenía tiempo ni energía. Lo único que había compuesto eran unos versos sueltos. Y ni siquiera sabía cuándo conseguiría unirlos.

Además de todo eso, tras un largo proceso de reuniones y negociaciones, le habían retirado el apartamento nuevo a Yu. Chen se tomó aquel golpe como si fuera algo personal. También él sospechaba que la falta de palabra a lo previamente acordado podría deberse a algo más complicado de lo que parecía a simple vista. Todo el mundo sabía que el detective Yu era el hombre de confianza del inspector jefe Chen. Aquello resultó una vergüenza para éste. Como dice el proverbio, «Antes de dar una patada a un perro, has de pensar en la cara de su dueño». Fue Chen quien le entregó a Yu las llaves del apartamento. Quizás el secretario del Partido Li tuviese algo que ver con la intención de vengarse de Chen. Fuera cual fuera la interpretación correcta de los hechos, Chen llegó a la conclusión de que todavía no poseía suficiente autoridad en el Departamento Policial de Shanghai.

Para dejar de pensar en su trabajo como policía, lo mejor sería hacer algo diferente. No era un hombre que se relajara sin hacer nada, como en la obra de Laozi Tao Te Ching. En cierto modo, la traducción que le había encargado Gu le ofrecía justo lo que necesitaba, por no hablar del incentivo económico.

La propuesta del proyecto Nuevo Mundo que tenía sobre el escritorio comenzaba con una introducción en la que se detallaba la historia arquitectónica de Shanghai desde principios de siglo. No tardó mucho en darse cuenta de que el éxito del proyecto dependería de un mito -de la nostalgia por el esplendor y glamour de los años treinta, o para ser más exactos, de la recreación de tal mito-, armonizando el pasado con una infusión exquisita, una taza de capuchino, que fuese el deleite de los clientes de los años noventa.