Okking me había dicho esa verdad: parecía no tener sentido porque no lo tenía. No puedes encontrar un móvil en un asesinato sin móviles. Me acababa de dar cuenta de la violencia fortuita en la que había vivido durante años, en la que había participado e ignorado, creyéndome inmune a ella. Mi mente trataba de apresar los acontecimientos inconexos de los últimos días e integrarlos en un modelo, como se crean guerreros y animales míticos a partir de las estrellas dispersas en el cielo de la noche. Sin sentido, sin móvil, pero la mente humana busca explicaciones. Pide orden y sólo algo como el RPM o la soneína puede aplacar ese clamor o, al menos, distraer la mente en otra cosa.
Me pareció una gran idea. Saqué mi caja de píldoras y me tragué cuatro soneínas. No me molesté en ofrecer ninguna a Bill, él había pagado por adelantado y, de cualquier modo, tenía su propia proyección privada.
Hice que Bill me dejara en la puerta Este del Budayén. La tarifa era treinta kiam, le di cuarenta. Observó el dinero durante un buen rato hasta que se lo quité de las manos y se lo guardé en el bolsillo de su camisa. Me miró como si nunca me hubiera visto.
—Para ti es fácil decirlo —murmuró.
Necesitaba saber unas cuantas cosas, así que fui directamente a la tienda de moddies de la calle Cuatro. Estaba regentada por una nerviosa anciana que había sido objeto de uno de los primeros trabajos en el cerebro. Creo que los cirujanos olvidaron parte de lo que pretendían hacer, de otro modo Laila no te provocaría el deseo de huir lo antes posible cuando te hallabas en su presencia. Laila no podía hablar sin gimotear. Encorvaba la cabeza, y te miraba como si fuera una especie de molusco de jardín y estuvieras a punto de pisarla. A veces te planteabas hacerlo, pero era demasiado rápida. Tenía un largo y despeinado cabello gris, pobladas cejas grises, ojos amarillos, labios caídos y mandíbulas despobladas, piel negra, pelada y escamosa, y los mismos dedos curvos y engarfiados de una bruja. Siempre tenía un moddy u otro conectado todo el día, pero su propia personalidad —y no era nada agradable— se traslucía a través de él como si el moddy no excitase las células adecuadas, o no las suficientes, o lo hiciera con demasiada energía. Laila tenía retazos de Janis Joplin, de la marquesa Josephine Rose Kennedy con el gimoteo nasal de Laila; pero se trataba de su tienda y su mercancía y si no querías soportarla, tenías que largarte a otro sitio.
Me dirigí a Laila porque, aunque yo no estaba preparado para conectarme moddies, ella me «prestaría» cualquier moddy o daddy que tuviera en surtido, conectándoselo ella misma. Cuando necesitaba realizar una pequeña investigación, acudía a Laila y esperaba que no distorsionase lo que yo había aprendido de un modo letal.
Esa tarde era ella misma, sólo llevaba conectados un potenciador de librero y otro de manejo de inventarios. Otra vez era esa época del año. Cómo vuelan los meses cuando tomas muchas drogas.
—Laila —dije.
Se parecía tanto a la vieja bruja de Blancanieves que no podían menos que decírselo. Laila era una persona con la que resultaba imposible charlar poco, no importaba lo que quisieras de ella.
Levantó la vista mientras sus labios murmuraban números, cifras, rebajas y ganancias. Asintió.
—¿Qué sabes de James Bond?
Apagó su micrograbadora y la apartó. Me miró unos segundos, abriendo mucho los ojos y luego entornándolos.
—Marîd —dijo.
Se las arregló para pronunciar mi nombre.
—¿Qué sabes de James Bond? —Vídeos, libros, fantasías de poder del siglo veinte. Espías, ese tipo de acción. Resultaba irresistible para las mujeres. ¿Quieres ser irresistible? —me susurró de modo sugestivo.
—Lo intento por mi cuenta, gracias. Sólo quiero saber si alguien te ha comprado un moddy de James Bond últimamente.
—No, estoy segura. Hace tiempo que no tengo ninguno en catálogo. James Bond es. en cierto modo, una historia antigua, Marîd. La gente busca rollos nuevos. Los rollos de espías son demasiado pintorescos, por decirlo de alguna manera.
Cuando cesó de hablar, sus labios formaban números, mientras sus daddies continuaban hablando a su cerebro.
Conocía a James Bond porque había leído libros… , reales, libros físicos hechos de papel. Había leído algunos, como mínimo cuatro o cinco. Bond era un mito euroamericano como Jarían o Johnny Carson. Habría querido que Laila tuviera un moddy de James Bond. Me habría ayudado a comprender lo que el asesino de Devi pensaba. Sacudí la cabeza , algo volvía a rondar por mi mente…
Le di la espalda a Laila y salí de la tienda. En la acera, miré el anuncio holográfico del escaparate. Era Dulce Pilar. Parecía medir dos metros y medio, y estaba completamente desnuda. Cuando se es Dulce Pilar, sólo se puede ir desnuda. Recorrió su excitante cuerpo con sus lascivas manos. Se sacudió el cabello claro de los ojos y me observó. Deslizó la rosada punta de su lengua por sus labios artificialmente llenos y brillantes. Me quedé de pie mirando el holoporno, fascinado. Para eso era, y lo hacía muy bien. En el límite de mi consciencia me di cuenta de que varios hombres y mujeres se habían detenido a mirarla también. Entonces, Dulce habló. Su voz, pensada electrónicamente para producir escalofríos de deseo en mi cuerpo devorado por la lujuria, me recordaba deseos adolescentes en los que hacía años que no pensaba. Tenía la boca seca, mi corazón latía acelerado.
El holograma vendía el nuevo moddy de Dulce, el que Chiri ya tenía. Y si le comprase uno a Yasmin…
—Mi moddy descansa sobre el océano —dijo Dulce en una voz suave y susurrante, mientras sus manos se deslizaban despacio por las copiosas laderas de sus perfectos senos…
—Mi moddy descansa sobre el mar. —Se retorcía los pezones con las manos, que luego se abrieron paso por la deliciosa parte inferior de esos senos y continuaron hacia abajo… —. Ahora, alguien está jodiendo con mi moddy —confesó mientras tocaba ligeramente su vientre liso con sus fogosas uñas, todavía investigando, todavía buscando…
—¡Ahora sabe lo que es joderme!
Entornó los ojos en éxtasis. Su voz se convirtió en un prolongado gemido, en una súplica de la continuación del placer. Me suplicaba, mientras sus manos se deslizaban por fin fuera de la vista entre sus bronceados muslos.
Mientras el holograma se desvanecía la voz de otra mujer explicaba los detalles de fabricación y el precio.
—¿No ha probado usted ayudas modulares matrimoniales? ¿Todavía utiliza el holoporno? Mire, si usar un preservativo es como besar a su hermana, ¡el holoporno es como besar una foto de su hermana! ¿Por qué mirar un holoporno de Dulce Pilar si con su nuevo moddy puede joderla furiosamente una y otra vez, siempre que quiera? ¡Vamos! ¡Regale a su amiga o amigo el nuevo moddy de Dulce Pilar! Las ayudas modulares matrimoniales se venden sólo como artículos de novedad!
La voz se extinguió y me permitió recuperar el control de mi mente. Los otros espectadores, también liberados, se dirigieron a sus asuntos con algo de desasosiego. Me dirigí hacia la «Calle», pensando, primero, en Dulce Pilar; después, en el moddy que le daría a Yasmin como regalo de aniversario (lo más pronto posible, como aniversario de lo que fuera. ¡Demonios, no me importaba!) y, por último, en la exasperante idea que me molestaba. Me había asaltado después de hablar con Okking del disparo en el cabaret de Chiriga, y otra vez en ese momento.
Alguien que sólo pretendiera divertirse un poco asesinando no emplearía un moddy de James Bond. No, un moddy de James Bond es demasiado particular y demasiado improductivo. James Bond no obtenía placer matando a la gente. Si algún psicótico quería utilizar un módulo de personalidad para matar con más satisfacción, hubiera elegido entre el de una docena de malhechores. También había moddies clandestinos. que no estaban a la venta en las tiendas de moddies respetables. Por un buen puñado de kiam podías conseguir el moddy de Jack «el Destripador». Existían moddies de personajes de ficción y de personajes reales, grabados directamente de sus cerebros o reconstruidos por inteligentes programadores. Me ponía enfermo pensar en los perversos que querían moddies ilegales y la industria del mercado negro que les surtían de módulos de Charles Manson, Nosferatu o Heinrich Himmler.