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Estaba seguro de que quien empleó el módulo de James Bond lo había hecho por un motivo diferente, con la seguridad de que no le proporcionaría mucho placer. Porque el falso James Bond no buscaba eso. No tenía la excitación como meta, sino la ejecución.

La muerte de Devi —y, por supuesto, la del ruso— no era obra de un loco navajero de las heces de la sociedad. Los dos crímenes habían sido asesinatos. Asesinatos políticos.

Okking no escucharía nada de eso sin una prueba. Yo no tenía ninguna. Ni siquiera estaba seguro de lo que significaba. ¿Qué conexión había entre Bogatyrev. un pequeño funcionario de una delegación de un reino débil e indigente de Europa del Este, y Devi, una de las «Viudas Negras»? Sus mundos no tenían en común nada en absoluto.

Necesitaba más información; pero no sabía de dónde obtenerla. Me encontré andando con resolución hacia ninguna parte. Me preguntaba adonde ir. Al apartamento de Devi, por supuesto. Los hombres de Okking estarían peinándolo todavía en busca de pistas. Habría barreras y un cordón que advertiría ESCENA DEL CRIMEN. Habría…

Nada. Ni barreras, ni cordón, ni policía. Una luz en la ventana. Me dirigí hacia las persianas verdes que se empleaban para cubrir la puerta. Estaban abiertas de modo que la habitación principal de Devi era claramente visible desde la acera. Un árabe de mediana edad estaba arrodillado, pintando una pared. Nos saludamos, me preguntó si deseaba alquilarlo. Estaría arreglado en dos días. Eso fue todo lo que se conmemoró a Devi. Ése fue todo el esfuerzo que Okking había hecho para encontrar a su asesino. Devi, igual que Tami, no mereció mucho tiempo de las autoridades. No habían sido buenas ciudadanas; no se habían ganado el derecho a la justicia.

Paseé la mirada de un lado a otro de la manzana. Todos los edificios de la acera de Devi eran iguales: casas bajas, encaladas, de tejado plano, con persianas verdes que cubrían puertas y ventanas. No vi sitio alguno donde James Bond hubiera podido esconderse para abordar a Devi. Sólo pudo hacerlo dentro del mismo apartamento y esperar a que ella regresara de trabajar, o aguardar en algún lugar cercano. Crucé la vieja calle empedrada. En la acera de enfrente algunas casas tenían porches bajos con barandillas de hierro. Me senté justo enfrente de la casa de Devi, en el peldaño más alto, y miré a mi alrededor. En el suelo, junto a mí, a la derecha de la escalera, vi unas cuantas colillas de cigarrillos. Alguien se había sentado en ese porche, fumando. Quizá la persona que vivía en esa casa, o quizá no. Me agaché y observé las colillas. En el filtro tenían tres bandas doradas.

En las novelas, James Bond fumaba cigarrillos hechos especialmente para él, de una mezcla de tabacos que se diferenciaba de las demás por las tres bandas doradas. El asesino se tomó el trabajo en serio. Empleó una pistola de pequeño calibre, tal vez una Walter PPK, igual que James Bond. Éste guardaba sus cigarrillos en una pitillera de acero con capacidad para cincuenta. Me preguntaba si también el asesino tendría una.

Guardé las colillas en mi bolsa. Okking quería una prueba, ya la tenía. Eso no significaba que él estuviera de acuerdo. Levanté la vista al cielo. Se hacía tarde, y esta noche no habría luna. El fino gajo de la luna nueva aparecería al día siguiente por la noche, portando consigo el inicio del mes santo del Ramadán.

El frenético Budayén se volvería más histérico aún cuando la noche siguiente cayera. Todo estaría mortalmente tranquilo durante el día. Mortalmente tranquilo. Esbocé una tímida sonrisa mientras me encaminaba hacia el bar de Frenchy Benoit. Ya había visto bastante muerte, la idea de paz y tranquilidad me pareció muy tentadora.

¡Qué loco estaba!

7

Bismillah ar-Rahman ar-Raheem. En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.

En el mes del Ramadán, en el que fue revelado el Corán, una guía para la humanidad, pruebas claras de orientación y el criterio sobre el bien y el mal. Que quien esté presente ayune este mes, y que quien esté enfermo, o de viaje, ayune el mismo número de días. Alá deseó el reposo para vosotros. No deseó ninguna severidad y deseó que completaseis el período y que venerarais a Alá por haberos guiado y, si pudiera ser, que fueseis agradecidos.

Éste es el versículo ciento ochenta y uno de la azora Al-Baqarah, la Vaca, la segunda azora del noble Corán. El mensajero de Dios, que la bendición de Alá y la paz esté con él, dio las directrices para la observancia del mes santo del Ramadán, el noveno mes lunar del calendario musulmán. Esta observancia es considerada como uno de los cinco pilares del Islam. Durante este mes, los musulmanes tienen prohibido comer, beber y fumar desde que el sol sale hasta que se pone. La policía y los líderes religiosos velan para que quienes, como yo, son negligentes, en el mejor de los casos, con sus deberes espirituales, los cumplan. Los cabarets y los bares permanecen cerrados durante el día, y también los cafés y los restaurantes. Está prohibido tomar más de un vaso de agua, incluso después de una polvareda. Cuando la noche cae y es propicio servir la comida, los musulmanes de la ciudad se divierten. Incluso los que evitan el Budayén el resto del año, vienen y se relajan en un café.

En el mundo musulmán, durante este mes, la noche reemplaza al día por completo, de no ser por las cinco llamadas diarias a la oración. Éstas deben ser atendidas como es habitual, de modo que los musulmanes respetuosos se levantan al alba y rezan, pero no quebrantan su ayuno. Por la tarde, el patrón les permite irse a casa unas horas para dormir, para recuperar el sueño que pierden al levantarse a horas tan tempranas de la mañana, para alimentarse y disfrutar de lo que no pueden durante el día.

En muchos aspectos, el Islam es una fe hermosa y elegante, pero es propio de las religiones premiar la adecuada atención al rito en lugar de la propia conveniencia. El Ramadán puede presentar muchos inconvenientes a los pecadores y granujas del Budayén.

No obstante, al mismo tiempo, hace que las cosas sean más sencillas. Simplemente, retraso mis planes algunas horas, y no me molesto en absoluto. Los cabarets alteran su horario del mismo modo. Podría ser peor si yo tuviera otros asuntos que atender durante el día, por ejemplo, encararme a La Meca y rezar cada poco rato.

El primer miércoles del Ramadán, después de acostumbrarme al cambio de horario, me senté en un pequeño café llamado Café Solace, en la calle Doce. Era casi medianoche, y jugaba a las cartas con otros tres jóvenes, bebía café fuerte sin azúcar y comía pedacitos de baqlawah. Eso era precisamente lo que Yasmin envidiaba. Ella estaba en el club de Frenchy, meneando su lindo trasero y encandilando a los extranjeros para que la invitaran a cócteles de champán. Yo comía pastas dulces y jugaba. No veía nada malo en relajarme cuando podía, aun cuando a Yasmin todavía le quedasen diez largas y agotadoras horas. Parecía ser el orden natural de las cosas.