Jacques cerró los ojos, fatigado, y se los frotó.
—¿Quieres que recuperemos tus treinta kiam? ¿Por qué demonios íbamos a hacerlo? Eres un imbécil. ¿Nos pides que busquemos a una furcia loca, que esgrime una navaja, sólo porque tú no puedes atender tus propios asuntos?
—No trates de razonar con él, Jacques, es como hablarle a una pared —comentó Mahmud.
La frase original en árabe dice: «Tú hablas hacia el este, él responde hacia el oeste», lo cual es una descripción muy adecuada de lo que sucedía con Fuad al-Manhus.
«Medio-Hajj» llevaba el moddy que le convertía en un hombre de acción, así que se retorció el bigote y ofreció una ruda sonrisa a Fuad.
—Vamos — dijo —, enséñame a esa Joie.
—Gracias —exclamó el flaco Fuad, mientras hacía reverencias alrededor de Saied—, muchas gracias. No tengo ni un maldito fíq, se ha quedado con todo el dinero que había ahorrado para las próximas…
—Ahórrate las palabras —dijo Jacques.
Nos levantamos y seguimos a Saied y Fuad hasta el Red Light. Sacudí la cabeza. No quería verme mezclado en eso, pero debía seguir. Odio comer solo, así que me dije: «Ten paciencia; después, todos iremos al Café de la Feé Blanche a comer. Todos menos este maldito». Mientras tanto, tragué dos trifets, sólo para que me dieran suerte.
El Red Light era un tugurio peligroso; cuando entrabas allí, ya sabías a lo que te exponías, de modo que o te enrollabas o te la jugaban; era difícil hallar a alguien que te brindase un poco de simpatía. En primer lugar, la policía pensaba que eras un loco por entrar y se reían en tus narices si les ibas con alguna queja. A Fátima y a Nassir sólo les importaba lo que podían obtener de cada botella de licor que vendían y cuántos cócteles de champán se sacaban sus chicas, y no se molestaban en seguir la pista a lo que ellas hacían por su cuenta. Practicaban la libre empresa, en su forma más pura y manifiesta.
Yo me mostraba reacio a poner el pie en el Red Light debido a que no quería encontrarme ni con Fátima ni con Nassir, por eso fui el último de nuestro pequeño grupo en sentarme. Lo hicimos en una mesa, lejos de la barra. Estaba tan oscuro como el local de Chiri. Había un olor fuerte y agrio a cerveza derramada. Una chica de rostro enjuto bailaba en el escenario. Tenía un cuerpo pequeño y hermoso, hasta que te fijabas en lo que había sobre su cuello. Lo que hacía en escena estaba pensado para que apartases la atención de sus defectos y la dirigieras hacia lo que ella vendía. Recordé su nombre, Fanya. La llamaban Fanya «espectáculo de suelo», porque su idea del baile era más horizontal que vertical, como era lo normal.
La noche era todavía joven, así que pedimos cervezas, pero el viril Saied «Medio-Hajj», haciendo caso de su moddy de macho, pidió un Wild Turkey para acompañar su cerveza. Nadie le preguntó al desnutrido Fuad si quería tomar algo.
—Es aquella de allí —dijo en un susurro, y nos señaló a una chica bajita y fea que trabajaba vestida con un traje de negocios a la europea.
—No es una chica, Fuad, es un travesti —le informó Mahmud.
—¿Crees que no sé diferenciar entre un hombre y una mujer? —respondió Fuad acalorado.
Nadie quiso emitir su opinión. Por lo que a mí respecta, estaba demasiado oscuro para asegurar nada. Lo sabría más tarde, cuando la viera mejor.
Saied ni siquiera esperó su bebida. Se levantó y trató de acercarse a Joie. Ya sabéis: «Nada puede alterarme porque, en lo más hondo, soy Atila el Huno y vosotros, maricas, es mejor que vigiléis vuestro culo». Entabló conversación con Joie. Yo no oía ni una palabra, y tampoco me interesaba. Fuad siguió a «Medio-Hajj» como una ovejita, cacareaba con su voz chillona, con enérgicos gestos de asentimiento a Saied y furiosas negativas a la nueva puta.
—No sé nada de los treinta kiam de éste, tronco —dijo ella.
—Ella los cogió, mira su bolso —chilló el desafortunado.
—Tengo más que eso, hijo de puta —gritó Joie —. ¿Cómo vas a probar que son tuyos?
Los ánimos se caldeaban. «Medio-Hajj» tuvo el buen sentido de enviar a Fuad a nuestra mesa, pero Joie siguió al larguirucho fellah. entre empujones e insultos. Fuad se hallaba al borde de las lágrimas. Saied intentó separar a Joie y ella se volvió hacia él.
—Cuando llegue mi gente, te van a dar por el culo —gritó ella.
«Medio-Hajj» le ofreció una de sus despreciativas y heroicas sonrisas.
—Lo veremos cuando lleguen —dijo con calma—. Mientras tanto, le devolveremos su dinero a mi amigo, y no quiero oír que vuelves a desplumarle, ni a él ni a ninguno de mis amigos, o recibirás tantos cortes en el rostro que tendrás que ligarte a los tíos con una bolsa en la cabeza.
En ese momento, mientras Saied sostenía a Joie por las muñecas y Fuad, de pie en e! otro lado, gritaba al oído, entró el macarra de Joie.
—Ya está armada —murmuré.
Joie le llamó y le contó lo que sucedía.
—¡Estos soplapollas intentan quedarse mi dinero! —gritó.
El macarra, un árabe tuerto llamado Tewfik, a quien todos llamaban Courvoisier Sonny, no necesitó oír ni una palabra de nadie. Abofeteó a Fuad casi sin mirarle. Agarró la muñeca derecha de Saied y le obligó a soltar a Joie. Luego golpeó en el hombro a «Medio-Hajj», que cayó hacia atrás, tambaleándose.
—Si molestas a mi chica puedes salir malparado, hermano —dijo con una voz falsamente suave.
Saied regresó a nuestra mesa.
—Es un travesti —dijo—. Un hombre con un vestido.
Él y Sonny estaban de pie un poco más arriba de donde me encontraba, y deseé que siguiesen sus negociaciones fuera. El altercado pareció no atraer la atención de Fátima ni de Nassir. Mientras tanto, Fanya había terminado su turno en escena y una transexual americana negra, alta y larguirucha, empezó a bailar.
—Tu horrible y ladrona puta sifilítica le ha quitado treinta kiam a mi amigo —dijo Saied con la misma voz fina que Sonny.
—¿Vas a dejar que me insulte, Sonny? —preguntó Joie—, ¿delante de todas estas putas?
—Alabado sea Alá —dijo Mahmud con tristeza—, se ha convertido en un asunto de honor. Era mucho más sencillo cuando se trataba de un simple latrocinio.
—No permito que nadie te insulte, nena —repuso Sonny, ahuecando un poco su fina voz, y dirigiéndose a Saied—: Cierra tu jodida boca.
—Oblígame —dijo Saied, sonriendo.
Mahmud, Jacques y yo cogimos nuestras cervezas y nos levantamos un poco de nuestros asientos. Demasiado tarde. Sonny tenía un cuchillo en el cinto de su galabiyya y lo buscó. Saied fue más rápido en sacar el suyo. Oí el grito de Joie para avisar a Sonny. Vi los ojos de éste cerrarse mientras caía de espaldas. Saied golpeó la mandíbula de Sonny con el puño izquierdo, pero éste se amagó. Saied avanzó un paso, bloqueó el brazo derecho de Sonny, se inclinó un poco y le clavó el cuchillo en el costado.
Oí a Sonny emitir un débil sonido, un tranquilo, gorjeante, gemido de sorpresa. La sangre brotó en todas direcciones, más sangre de la que parece posible que tenga una persona. Sonny se tambaleó, dio un paso a su izquierda; luego, dos hacia adelante y acabó por desplomarse sobre la mesa. Gruñó, se convulsionó, se revolvió unas cuantas veces y resbalo de la mesa al suelo. Todos le mirábamos. Joie no hizo ningún otro ruido. Saied no se había movido, todavía seguía en la misma postura que cuando su cuchillo había atravesado el corazón de Sonny. Se irguió despacio, dejó caer la mano que sostenía el cuchillo a lo largo del cuerpo. Respiraba pesada y sonoramente. Se dio la vuelta y cogió su cerveza, los ojos vidriosos y sin expresión. Estaba empapado en sangre. Tenía el cabello, el rostro, la ropa, las manos y los brazos cubiertos de la sangre de Sonny. Había sangre sobre la mesa; sobre nosotros. Yo estaba casi bañado en ella. Me costó un rato, pero entonces me di cuenta de toda la sangre que me manchaba y me horroricé. Me levanté e intenté quitarme del cuerpo la empapada camisa. Joie empezó a gritar sin parar, hasta que la abofeteé unas cuantas veces y se calló. Por último, Fátima hizo salir a Nassir de la trastienda y él llamó a la policía. El resto nos sentamos en otra mesa. La música cesó, las chicas se fueron a los vestuarios, los clientes se escabulleron del bar antes de que la policía llegase. Mahmud pidió a Fátima una jarra de cerveza para nosotros.